Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El Mediterráneo engulle el sol y lo deposita en el limo del fondo. Se pueden contemplar peces y pulpos. Grupos de infinitas sardinas se mueven como ejércitos de un lado a otro. Recuerdo las tardes sentado en el puerto, a poca distancia de Castellón.
A veces de noche, los españoles, duchos en hospitalidad, invitan a los extranjeros a beber sidra. En la taberna las jarras se suceden sin descanso. El líquido dulce y amarillo se engolosina con la mente hasta ofuscarla. Al salir, la estatua de Jaime el Conquistador, con penacho de dragones, parece cobrar vida. Hasta la sombra es fiel y no hay mayor tropiezo para llegar al lecho. Mejor, claro, si alguna guapa se arrima, presa de la voz ajena.
Tengo que hablar de los naranjales. Todo el país valenciano es madre de la fruta. Los pobres cruzan el cercado y confiscan una veintena de naranjas para el almuerzo. Cómo privarse de tan feliz ácido.
En Castellón comí un plato increíble. Truchas frescas a las que habían rellenado con tocino y cosido los vientres. Luego de un tiempo en el horno las presentaban en bandeja, humeantes, sudorosas, aromáticamente femeninas. Y el vino...
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Publicado en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 15/05/1988
Saturday, February 6, 2016
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