Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Strawberry Fields Forever. Pingajos de sangre en los restos de pastos congelados de la estepa. Resalta el rojo sobre el blanco, incluso el rojo negro que no es Stendhal sino coágulo. Ninguna gloria en la mierda esta; no hay épica ni romance. Los pollos que cuelgan en los rieles del matadero con cuellos abiertos no despiertan poesía alguna. Llanura de fresas que no se convertirán en deliciosos pies de fruta del hemisferio norte. Ni las muchachas pondrán frutillas con crema entre las tetas para el onomástico cabrón de los mediocres.
I read the news today, oh boy. Para Gloria el éxtasis, el viento que corría
por su cuerpo albo en los pasadizos secos de Iquircollo. Le traía retamas y la
piel olía a ellas, amarilla piel de oro, pétalos de metal maravilloso en
contraste con su pelo. All you need is love, decía la brisa y sonreía la retama
incluso al morir cortada a mano de manera brutal teniendo el tallo duro. Pero
incluso ella, diosa bella palpable, sucumbió a la tara de los revolucionarios
de opereta, de esos que lloran como en el teatro, en un falso contrapunto entre
Lully y Molière. Pobre de ti, Gomorra; ay de ti, Sodoma.
Pero Gloria
no está entre los frutos caídos de la Ucrania carmesí. Es solo una gustosa
distracción mientras aguardo por la noche, a veces silenciosa, a ratos ladrido
de perro. Pedía ella a mi padre que no escribiese más de mis recuerdos. Jamás
me he confesado y no tengo penitencias que cumplir y digo y escribo lo que me
venga en gana, duela eso a amores y a enemigos.
Observo
desde un montículo de Huliaipole por rastros de humo. Humo blanco no significa
que habemos papa sino que los cadáveres y el aceite ya se consumieron y que
tanques y tanquistas se van al cielo de los desnutridos, al paraíso del hambre
desde donde observarán a sus familias devorarse entre sí debajo de la
fotografía de un semidesnudo Putin. Carezco de piedad y duele no ser Cerbero
para mancillarlos aún más, arrojar sus extremidades al agua infecta, al lago de
los mitos o las elucubraciones de Tolkien. Dioses nórdicos enloquecidos, Loki
decorado de arlequín; Baba Yaga, la bruja de Emerson Lake & Palmer
convertida en dron con racimos explosivos de uva apurpurada. Fiesta de la
vendimia donde las reinas no son tetudas campesinas con ramos de flor en los
cabellos. Vendimia de degollados, a quienes se ha cortado el talón para que no
puedan escapar, a la manera de los pampas del Martín Fierro en otra llanura que también fue decorada con
intestinos de serpentina y banda militar tocando aires de carnaval.
Bajo
persianas en la cocina y caigo en cuenta de extraños nimbos pintados de oscuro.
Sobre los edificios todavía sin luces se mueven con lentitud. Sigo con la vista
los pequeños cactus que asoman por la ventana. Amenaza lluvia pero no. Voy al
noticiero independiente, no al New York Times que pareciera querer una victoria
rusa. Noticias entre tendales de muertos, carros de asalto que arden,
kadyrovitas mojados como cerdos salvajes, no tan valientes como les gusta
mostrarse en Tik Tok, mobiks desventrados, recién salidos del horno,
marraquetas al carbón.
Aviones
desaparecen engullidos por el mar de Azov. Karma maldito que flota impasible
hacia el puente de Kerch. Cuando el concreto se hunda en el estrecho será el
fin de Rusia. Buryatos y bashkires están preparados para la independencia.
Manchuria volverá a China y el último zar, el enano hijo de putina, habrá
conseguido deshacer para siempre lo que sus admirados construyeron a fuego.
Hombre de la mafia, creyóse el Grande, imaginó tener en Siberia esclavizadas para
siempre las chaquetas amarillas de Ucrania, igual a las azules suecas que
construían Tobolsk en el siglo dieciocho. Pobre, no le alcanzó la estatura, la
cojera que no supo disimular. Nació mediocre y morirá en el palo; chancho a la
cruz ofrecen los cocineros camino de Trojes, pacú a la parrilla, filetes de
paiche. Bastardo que no alcanza ni a pescado ni a puerco, putino fue y tal
morirá, sin festejos rimbombantes.
He
derramado gotas de goma de pegar en la superficie de mi escritorio nuevo. Nada
puede alcanzar perfección. La saliva no alcanza para extirpar la mácula, ni el
aguajabón. Lo hice tratando de arreglar pequeños detalles en mis camiones de
colección en miniatura con los cuales jugaba mi sobrina nieta Renata. Eso no le
hubiese permitido ni a Dios. En Los
cipreses creen en Dios, José María Gironella retrata a un anarquista que
protege a una familia burguesa: a esta casa no entra ni Dios… Pues a mis colecciones
tampoco.
En los
últimos mil años la divinidad no visitó ni por accidente los llanos de Ucrania,
ni las estribaciones montañosas donde se ocultaron de la Horda y donde hubo
guerrilla, de buena y mala memoria contra Stalin, a favor y en oposición a
Alemania. Terrible tiempo de asesinato. Pero Jan Matejko retrataba a Khmelnitski y a Tugay Bey contemplando una
aparición divina en Lviv, ni para decir que no hubo devoción por el permanente
ausente.
Estoy en Santa Sofía y me pregunto si el bastón de mando del hetman
señala hacia Polonia. No ubico los puntos cardinales en esta urbe. Gran
explanada y la iglesia magnífica en su azul claro. Caminando por la ancha
avenida llego hasta mi barrio, huelo los árboles del parque, huelo el pan dulce
en el kiosko de la esquina. Luego penetro en mi caverna soviética. Como siempre
el vecino encerrado escucha rock clásico. No he de verlo jamás, ni cuando salgo
hacia Boryspil, el aeropuerto, rumbo a Londres. Recuerdo de las ventanillas del
avión otro país. Si fuera ahora encontraría los forever strawberry fields, los
campos de grosella, de granada roja y cuarteada, de sangre la mazamorra que
produce el kvass. Color de carne de membrillo. Al oeste el Tunari se pinta
naranja, tenue reflejo de lo que es hoy el fin del mundo. Duermes, Irina, en tu
lecho de espinas sin pétalo. Haría escalinatas para ti con cráneos de orcos
cubiertos de terciopelo, todos parejos, medidas circunferencias para que no
tropieces. Desciende por la escalinata macabra e inventa un pretexto para que por ti llegue yo a ser más
cruel.
15/01/2024
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Imagen: GETTY IMAGES
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