Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Una hermosa mujer de Rumania comenta sobre la muerte. De la muerte, el degüello suicida, nos viene la gran literatura de Panaït Istrati, parte nacida y nutrida en y por ese Oriente violento y colorido, vital y apasionado, de sus haiducs y los sombríos bosques plagados de leyenda y horror. Montague Summers, extraño sacerdote inglés, erudito, afirmaba que los vampiros venían de Hungría pero son profusos los rumanos en su obra. De hombres lobo y enloquecidos voivodas, del misterio que amé en los relatos de Andrei Codrescu sobre su tierra. Si muerte hay, Rumania la conoce. Valaquia valiente y sangrienta Transilvania. Moldavia, la olvidada Dobrujda donde tártaros se mimetizaban con hojas de árboles. Rural y fastuosa en vida, Besarabia.
La empusa,
demonio hembra griego, dormía con los hombres succionándoles la vida. La no
muerte, tanto como su opuesta, han habitado el alma eslava desde siempre.
Todavía, entre ficción e historia, el significativo drama de los perecidos en
el conflicto bosnio. Fuera de la trágica realidad subyacía la oscura,
horrorosa, de los muertos que se levantarían de las fosas o del campo a la
intemperie. No era momento para los labriegos de perseguir con púas afiladas a
sospechosos de vampirismo. La muerte simplemente excedió en número el miedo y
procreó una casta fantasma, todavía despierta por las noches, que nadie podrá
borrar. No dudo que hasta en la moderna Croacia, en la Eslovenia de frescas
muchachas, se dude de si en las sombras aguardan los muertos vivos para cobrar
su ración de sangre. Imaginen Ucrania y los cientos de miles caídos. Se esconderán,
solos o en grupo, en pastizales de los Campos Salvajes, encima de Mariupol, en juncos
de sierpes enroscadoras de los grandes ríos, en el Danubio hasta donde habrán
flotado cuerpos para despertar con ojos llameantes rodeados de silencio.
¿Por qué
escribir de esto? Leía libros que voy rescatando de un ocultamiento largo y forzado,
redescubriendo sensaciones y miedos. Kyra
Kyralina me regaló Francine. Nada mejor que una inglesa para entregar este
libro. Mientras contaba de las sórdidas calles de Leeds, de algún viaje al gris
Manchester, mientras con lentitud quitaba los negros portaligas que aguantaban
sus medias a lunares. O a veces no, cuando decía yo, implorando en mi alma
pervertida, no, no te los quites, déjalos ahí y también los tacones altos. Si
debe el oro pesar para las amantes rusas, la magia para las inglesas, esos ensoñados
ojos de los prerrafaelitas no mienten. Así eras tú. Así Isadora aunque fuese
californiana, Natasha Richardson… Viene entonces de ayer, tanto y mucho; justo
enfrente de nosotros, en la calle Ecuador, el pintor Ronald Martínez fabricaba
mujeres canastas. Luego del fuego nos acostábamos a leer en inglés a Sheridan
Le Fanu. Miraba ese sutil latir de pezones, como si hubiesen escondido un
péndulo debajo de un montículo. The Kinks, en cassette, A Well Respected Man. Y bailabas ligera sin peso encima el lado
salvaje de Lou Reed, a la vez que te ensoñabas con la lírica suave de The Style
Council. Pronto tendré sesenta y cuatro (When I'm Sixty-Four). La última vez
que escuché Long Hot Summer tenía
veinte y nueve. El balcón interno de la casa en la Venezuela estaba fresco. De
allí salió tu avión. De ahí volé, quise cóndor y fui fallido obús. Pasó el humo
supersónico por sobre mi cabeza y no tuve más que llorar. En esta casa en que
guarezco todo nos amamos infinitos. Agua de caldera que calentaba la fría de la
tina. Espuma barata y vino blanco de Bulgaria. Sonreías leyendo Penthouse
cuando devoraba tus hombros; Blondie cantaba. Luego se esfumó. Desde el quinto
piso no puedo ver bailar tus piernas, para cuando desciendo ha amanecido y
apenas queda el tictac de tus tacos. No me dejaste ni medias negras ni el brassière
que compraste en Poitiers.
He salido a aprovisionarme al centro contrabandista. Productos
argentinos. Ravioles de ricota y espinaca, alfajores de chocolate, pasta de
dientes, jabón de tocador. Carne de arándano que no hay membrillo, queso azul,
antes roquefort. Contemplo cómo se aleja la avenida Juan de la Rosa. Detrás de
mí estaba el río de Sarco, delante la lama y los eucaliptos. Agito la cabeza
que no quiero que ayer sea hoy porque entonces no tendré otra opción que
colgarme de las ruedas de tu avión, igual a los tristes fugados de Afganistán.
Instante supremo el de la desesperación, íntimo, poderoso, fatal.
Me despierta la torre de Targoviste. Retorno a mi lectura de Codrescu,
esta vez crónicas de América (Estados Unidos). Él y su acompañante detienen el
auto ante un anuncio de aprenda a disparar armas de guerra. Debía ser Arizona,
desierto. Una beldad gringa los instruye en el manejo de rifles de asalto. Diez
dólares la hora con solera mojada, quince mostrando las tetas. Eligen las
tetas, dadivosas; tiemblan con los disparos, sudan. Pezones grandes, marrones y
toscos. Distintos los tuyos, péndulo enterrado, breves y rosa. Tú no disparas,
eres maestra de inglés con cursos en Cambridge, a pesar de no haber leído a Thomas
De Quincey en Del asesinato considerado como
una de las bellas artes, edición mexicana la mía, nave de locos.
Me dicen que al sur se extiende Valaquia hasta el mar de Edirne. Sorbo
licor de ciruelas y pienso en ti. Trabajaste para el Foreign Office, espía en
Cuba y en Hispania, luego te diluyes como limón en vodka.
Daniela Billus llegó de Budapest con la lluvia y con capote de soldado. Me besó. Traía
un libro de una escritora rumana suponiendo que yo podría leerlo sin dificultad.
No fue así, resultó muy complicado a pesar de las semejanzas. Lo conservo en
alguna caja en Denver con sus fotos y su aroma encerrado en botellita de
perfume. Siento haber olvidado el nombre de la autora. Daniela se casó con
Rotterdam y Rotterdam tenía a alguien. Otra vez, como siempre, quedé con un
libro de versos y mayor ignorancia. “Varón, pa quererte mucho”…
Luego ingresé en el cine histórico. Inolvidable La última cruzada (Mihai Viteazul),
Mircea, sobre un rey valaco, abuelo
del Empalador. Mucho más, contemporáneo, antisoviético, contestatario.
Celan, Cioran, Herta Müller…
“Varón, pa desearte el bien”…
26/01/2024
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Imagen: Retrato del poeta Ilarie Voronca por Victor Brauner
Extraordinario.
ReplyDelete¡Muchas gracias, Daniel!
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