Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Dejo en cama la fiebre, el virus, la mácula y el trueno y me siento a escribir. De fondo, George Harrison y Paul Simon cantan Homeward Bound.
Los ulanos
marchan por las calles de Varsovia para enfrentar al Ejército Rojo. He mirado
el filme La batalla de Varsovia, 1920,
de Jerzy Hoffman, con Daniel Olbrychski en el papel de Józef Piłsudski. Tremendo
actor. Fue Tugay Bey, Andrzej Kmita
y tantos otros personajes del mayor cine polaco. Participó de aquella joya
cinematográfica que fue La tierra
prometida (Andrzej Wajda, 1975), basada en la gran novela de Władysław Stanisław Reymont, Premio Nóbel de
Literatura en 1924, en una Łódź gris e industrial que desde entonces se me ha
tornado en obsesión, algo como no moriré sin haber visto Łódź, que me recordó,
además, una lectura de mi temprana juventud, cuando Ilia Ehrenburg en sus
memorias contaba del poeta Julian Tuwim, que había nacido allí, y que amaba
aquellos orines y charcos de su ciudad. Viajar de una referencia a otra, así
uno construye los muros propios, la cueva, la celda, el nicho donde esconder tesoros.
Pablo Neruda conduce a Ehrenburg, este a Tuwim, Tuwim a Łódź, sus calles a
Reymont, en indestructible cadena de eslabones, del hierro al diamante. A Bruno
Schulz, Zuzanna Ginczanka, Wislawa Szymborska, Olga Nawoja Tokarczuk…
Volviendo a Jerzy Hoffman. Esta cinta no alcanza la maestría de su
trilogía histórica inspirada en la obra de Sienkiewicz. Esencia polaca de la
libertad, fronteras cambiantes y centenarias, mezcla de culturas, razas y
tragedias compartidas. Épica del triunfo como de la derrota. En los Lagos
Masurianos fueron vencidos los caballeros teutónicos en 1410 por una coalición
polaco-lituana. En 1914, rusos y alemanes combatían de nuevo en el lugar. Cada
ápice de tierra de la región siempre estuvo bañado en sangre. La belleza de
Volinia, la de Galitzia, esconden inenarrable horror.
Alguna vez escribí sobre la guerra polaco-soviética del 20. Si mal no
recuerdo está descrita en la novela Así
se templó el acero, de Nikolái Alekséievich Ostrovski, quien la terminó a
pesar de su casi total invalidez y ceguera. Ostrovski, al igual que Isaak
Bábel, perteneció al Primer Ejército de Caballería, el de Budionny, que
combatió en ella. Libros muy distintos los suyos. Ostrovski, desde su lecho,
dictó páginas de realismo socialista, de proletariado y revolución. Bábel, de
las figuras de Pan Apolek en una iglesia perdida en los bosques. Se ha olvidado
ya a uno mientras el otro persiste. Seguramente en la Rusia de Putin se
continúa editando al bravo novelista discapacitado; de Bábel se hacen hoy
ediciones completas en varias lenguas.
Ludendorff pensaba talar el bosque de Białowieża para alimentar su
maquinaria de guerra. Hoy persiste, antiguo, bordeando Rusia Blanca,
esperándonos a Natalia Aleksandrovna y a mí desde que descendimos de aquel
tranvía en Vinnytsya, cuando los sueños eran seis años más jóvenes y los
fracasos se convertían en victorias. Espectros de Hermann von François y
Alexandr Samsonov, un libro que compré en la esquina de la Ayacucho y
General Achá. Sigo considerando a Solzhenitsin como uno de mis grandes autores
y a las miles de páginas de La rueda roja
una Biblia moderna.
Todo me lleva a Polonia. La disfruté en el libro de James Michener y en
cincuenta años de lectura. A pesar de eso sigue desconocida. Sus vértices son
muy profundos en la historia de la vida y jamás alcanzaré siquiera a vislumbrar
sus inicios. Como lo demás: Colombia en La
vorágine, en Mutis y Roberto Burgos Cantor; Argentina en Borges y Don Segundo Sombra; Hungría en Mauricio
Jokay; Francia en Hugo y De Vigny. ¿Dónde compramos más tiempo? Se acaba más
rápido que la gasolina. Las filas de autos en el surtidor de la esquina se
hacen largas. Se quiere cumplir con horarios y obligaciones. Sentado en la
plazuela circular, sin automóvil ni trabajo, me veo tan ajeno ya. Subo los
escalones que no del paraíso y me refugio en Anaïs Nin y Hermann Hesse. De
este, la memoria de mi amigo Oscar Vallejo a quien mataron a patadas en el
Colegio Militar. Me había regalado Demian
en cierta aburrida clase de sicología. Es lo que más recuerdo de Hesse, un
primer amor.
Bakunin y Herzen escribían y complotaban desde Londres por el triunfo de
la rebelión polaca de 1863 contra el Imperio Ruso. Incluso Mikhail
Alexandrovich intentó llegar para unirse al alzamiento. Chopin en algún filme
tocaba al piano la Polonesa Heroica. Visité su tumba en Père Lachaise. Ignacy
Jan Paderewski, Mickiewicz, María Walewska, Jan Matejko, arte y belleza.
Trotaban los caballos de los ulanos sobre los adoquines de Varsovia y yo
me he puesto a volar por otros cielos. Íntimamente sé lo que quiero narrar y me
valgo de subterfugios para ello. Bábel hablaba que lo que importaba era el
estilo y no el argumento. Alguien como él podía decir lo que quisiera; o no
decirlo, maestro mudo en que se convirtió para sobrevivir.
He hecho planes futuros; no se puede hacer planes pretéritos. Tambalea el
porvenir ante los vientos, la lluvia cae de perfil, golpea ventanas, vidrios
con resonancia de órgano. Pero, fuera de eso, silencio, absoluto, afasia de
tiempos modernos, cómo no caer en solipsismos cuando sombra alrededor.
Abro la puerta de entrada. Boca oscura, el departamento como nave
espacial perdida en las estrellas, de zafado rumbo y comida estrecha. A pesar
de eso no escribo ciencia-ficción. En una década quizá, sabiendo que esa época
es improbable o no existe. Me sumerjo en el agua del cretácico de monstruos
reptantes. Ayer hablaba del hombre de las cavernas y de cuánta alimentación se
necesita para no morir, otra zamba.
Disfruto del cine histórico, de la similar literatura también. Me alegro
haber traído conmigo Rumbo a Tartaria,
de Robert Kaplan. Me ayuda a ajustar mis itinerarios ilusionados, no ilusorios.
He estado averiguando cuánto costaría vivir en Uzbekistán y es bien poco. Mi
jubilación alcanzaría con largueza unos meses allí. Al igual que Łódź, hay lugares
que pertenecen a mi sueño: montañas de Tian Shan, desierto rojo de Kyzylkum,
comer plov, pilaf, tan parecido a mi arroz con pollo. Bujara, Samarkanda, Tashkent.
Estaba en las lustrosas, por lo usadas, losas del piso de la capital
eslava. He saltado un universo para hallarme en un bazar descarnando con la
mano huesos de cordero. En Denver entraba a un restaurante de la avenida Colfax
donde hacían magníficos pierogis. Entonces, y siempre, pensaba en Polonia. En
esta encrucijada un camino lleva a Brest, el otro a Lublín y un tercero a
Varsovia. No estoy allá ahora para decidir. ¿Pesará la frontera movediza, las
señoriales calzadas o Isaac Bashevis Singer? Opto por la tristeza.
Non omnis moriar, mis magníficas posesiones
– manteles como prados, armarios como castillos inexpugnables,
hectáreas de sábanas, ropa bellamente tejida,
y vestidos, vestidos de colores muy vivos – me sobrevivirán.
No dejo herederos.
Que tus manos hurguen entre mis objetos judíos
Chominowa, de Lvov, esposa de un delator,
madre de un “volksdeutscher”.
Tal vez estas cosas sean de utilidad para ti y los tuyos,
pues, queridos, no dejo nombre ni canción.
Os recuerdo, como vosotros os acordabais de mí
cuando venían los de la Schupo. Recordadles quién era yo.
Así pues, amigos míos, alzad vuestras copas,
celebrad mi funeral y vuestras riquezas:
alfombras y tapices, fuentes y candelabros.
Bebed durante toda la noche y al amanecer
que empiece la búsqueda de piedras preciosas y oro
en divanes, colchones, mantas y cobertores.
¡Oh, cuánto provecho sacarán de ello!
Matas de crin de caballo, manojos de hierba de mar,
nubes de cojines y almohadas rajados
que mi sangre recompondrá, convirtiendo sus brazos en alas,
transformando en ángeles esos seres alados.
ZUZANNA
GINCZANKA
08/02/2024
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Imagen: Zuzanna Ginczanka, nacida Zuzanna Polina Gincburg, asesinada por
los nazis en 1944
Amo Polonia, amo menos a los polacos, entonces pasé 10 años vagando por el país, con la llegada del fascismo ya no fui allí, el bosque virgen de Bialowjeza es único, al igual que los lagos de Masuria, pero las ciudades son decididamente feas. y después de la entrada de Polonia en la UE todos se parecen, una plaza, la fuente cerca del suelo que rocía a los niños, las mesas, los rostros de los polacos que han retomado su arrogancia atávica, su machismo, su alcohol y su violencia dispuestos a desatar. familia de dioses de la patria, su lema, estas palabras me asustan al igual que los murales en los que se ve una estrella de David colgando de una soga, o los rostros de quienes literalmente entran corriendo a la iglesia. Todavía me gusta la maravillosa naturaleza pero prescindiré de ella.
ReplyDeleteLamento decirte que Lodz es una ciudad plana y aparentemente aburrida y fea. el gusto por la belleza no está en sus genes.
Creo que las ciudades de América Latina son mucho más hermosas, por lo que he visto y tal vez la gente sea mejor que esos polacos que creen que se han convertido en la sal de la tierra.
Tanto de cierto en lo que dices. Me doy cuenta a qué te refieres y sin conocer a los polacos como tú imagino que no son muy agradables. Recuerdo un filme polaco, La boda, de Wajda si no recuerdo mal, en donde su ser "nacional" es descrito en términos entre horrorosos y patéticos. Seguro que Lodz es como dices. En mi mente está la de Tuwim y Reymont. Un abrazo y gracias.
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