Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Van para más de cinco años… Esquina de Preobrazhenskaya. A pocas cuadras está el Pryvoz, mercado de la ciudad. Tan parecido al de la calle 25 de mayo en Cochabamba. Cosas diferentes, claro, coloridos picantes con nombres en cirílico. Rodaballos secos colgando. Cómo no pensar en Günter Grass y los cachubes. Nostalgia. No quiero hablar de la guerra, no quiero que el humo de los misiles oculte mi memoria. Pongo a Serge Reggiani en el tocadiscos, qué mejor para el momento. Les loups sont entrés dans Paris. Lo he dicho, que prefiero Odesa a París. Parecerá eso un exabrupto pero la ciudad del mar Negro es para mí Isaac Emmanuilovich Babel. Diré, por supuesto, que París es Víctor Hugo en el libro francés que más veces he leído en mi vida: Los miserables. Hoy rescaté el tomo uno de la edición de Sopena. Mi letra anota 1979 aunque el recuerdo me tiene acostado en la cama de mi hermano Armando, a la que le daba el sol de tarde, leyéndolo muchos años antes, doscientas páginas por día. 1832, otra Revolución Francesa, sin Robespierre o Hébert, sin los sans culottes martirizando bellísimas aristócratas que hallaron muerte de forma despiadada. Otro París, cruel siempre, pero otro. La Salpêtrière, Les Halles, de nuevo un mercado donde las cajas de tomates se acoplan inmediatamente a las barricadas de callejas que no existen ya. Fotografías con Anastasia al lado del frío bronce del autor de los cuentos de Odesa.
Solo, en los instantes que la mujer se ha ido a dormir, cuando la ciudad
es mía, completa, desnuda, sabor de Khoresh-e Fesenjān, el agridulce plato
iraní de pollo con nueces y granadas. No veía esta fruta de fuerte corazón
carmesí e innúmeras pepitas que también se tragan hacía mucho. No, desde
aquellas del patio de la tía Zaida en la calle Tumusla, en la Cochabamba
antigua que tornábase misteriosa y oscura en la Santiváñez, no lejos del kullku
y la sillpanchería de las hermanas Hilera. Solo en la Odesa mito a la vez que
sueño. Empujo el extraño sabor del Asia Central con cerveza local. Miro a mi
derecha, estoy de espaldas al mar, y veo a Catalina emperatriz iluminada. Y la
Ópera. Luego caminaré la ciudad, me detendré por unas horas en un “club de
caballeros”, donde Luna y otras dos mujeres reirán conmigo con botellas de
champaña de segunda clase. Octubre, fresca la brisa, profundas bocinas de
barcos que se alejan según estrellas diminutas. Para entrecerrar los ojos, para
creerse en medio de un filme magistral.
“Passent les jours et
passent les semaines”… “Sous le
pont Mirabeau coule la Seine”. Paris ma
rose.
Odesa, también francesa como italiana, griega y tanto rusa, ucraniana,
siempre en mi recuerdo Ucrania hermosa, dónde y por qué no están mis pasos en
tu jardín de la ciudad, entrando por la Preobrazhenskaya y saliendo por la Derybasivska,
sentándome en viejos bancos entre árboles de hoja caduca que van pereciendo al
otoño. Bebo un vaso de vino tinto traído por un camarero de impecable mandil
blanco. Extraño la presencia pelirroja de Anastasia pero la melancolía de una
ciudad tan impresa en mí me paraliza quieto. Sorbo tras sorbo y sírvame, por
favor, el segundo. Había opción de vinos españoles y rumanos. Escogí uva de la
región y no me importó equipararla en la lengua a cualquier otra que hubiese
bebido. Se trataba el asunto de poesía, del arte poética, de un estado de ánimo
similar a la fabulación. Odesa, tu vino no se ha secado en mis labios; huelo el
mar como ayer; hasta ganas me dan de intentar el romance, de idear amores
secretos en pasadizos de vetustos hoteles (muchos alrededor). Lastimosamente me
inscribí en un hotel moderno pero de su terraza veo los vericuetos de la
ciudad, su voracidad decadente pero a la vez su silencio. Del cruce de avenidas
vista hacia la derecha hay oscuridad,; no lejos comienza la Moldavanka. Un
tranvía amarillo con evidentes décadas de servicio torna hacia mi calle.
Ciudadanos de trabajo retornan a casa, humilde, por cierto y de seguro. Grises
se observan con la mínima luz interior del carro. Enfrente lleva el nombre de
la ciudad, no detallo en otras cosas. Me ha hecho frío pero no es el frescor de
la noche sino algo profundo ajeno e íntimo. Pintor de solitudes, Edward Hopper,
¿dónde estás? Te necesito hoy, mi cámara fotográfica alcanza para captar el
aire de tristes rictus, para beber la copa cuyo nombre es oblivion, terrible y
bella palabra que rige mucho de mi vida y regirá en la muerte.
“There is a town in North Ontario”, canta Neil Young. There
is a town in South Ukraine, canto yo. De las inmensidades del Canadá, que vi en invierno, a las de la costa de
lo que Píndaro llamó mar Inhóspito (Póntos Áxeinos) cuando el otoño se
manifestaba tibio y sensual. Lagos de Manitoba, marismas danubianas.
Piano y
armónica. Cierta música de los gitanos españoles de la Camargue en el
crepúsculo de las escalinatas de Eisenstein. De Nîmes en la Occitania bajando a la Provenza de Arles hasta la Camargue.
Caballos blancos de Lorca, el último vals de Leonard Cohen, los niños cantores
de Viena, mescolanza de emociones, aromas de mujer con cabellos de remolacha,
del borscht que tomo, con crema agria, cerca de la universidad de Odesa.
Quisiera que nunca el tiempo pasó, que de ayer el día hoy, que por las noches
te escribo y cuento los dedos para saciar las horas en que te he de ver y te
harás eterna, renacentista y punk, con pincel que indica abstracto pero que a
mí me parece paisaje de Sisley con intentos de Kandinsky.
Odesa, te invoco. En tiempo de guerra debieras ser el Necronomicón y sin embargo hueles a
flores que desconozco, ni retama ni cedrón, olores del principio al fin del
mundo que flotan encima del agua, cristos ignotos y memorables.
He superado las mil palabras de mi límite y ya nunca quisiera dejar de
escribir. Pero este arte fenicio se ha cansado, se arrastran las ocho cuarenta
y cinco y aunque termina el día no lo he siquiera comenzado. Frágil cristal de
los relojes. Pienso y me doy cuenta de que ni un espejo tengo en casa, que
desde septiembre no me veo y en realidad no sé quién camina mis huellas, de
quién es esa sombra a las tres amaneciendo que escudriña la lluvia con asombro
primigenio. Pero ese desconocido, igual que yo, rememora los albores y medianoches
de una ciudad eterna; tan lejos estoy de ti, tan cerca del dolor y todavía
enamorado.
26/03/2024
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Imagen: Odesa: Anastasia con Isaac Babel
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