Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Del klezmer a la música gitana de la estepa. Chejov y tanto más. Aguardo a cencistas que desconozco y ni sé qué han de preguntar. Que se vayan pronto, eso sí, que a la una quiero desnudarme y dormir la siesta con el sol de la tarde sobre mí.
Desde ayer
que sigo noticieros acerca del atentado en Moscú. Sin pesadumbre. Esa élite
acribillada sostiene al enano. Me desperté a las once, a las tres y a las
cinco, solo para apilar muertos en la estadística. Irina me dice que no basta,
que deben sufrir más y en la lógica del castigo estoy de acuerdo. Yo que amé a
Rusia ahora deseo su destrucción, que los Peskov y Solovievs del mundo sean
arrastrados por camiones hasta desgajarles la feble coraza. Lo que quede de
todo, llegado el fin, posiblemente podrá ser amado de nuevo. Dostoievski lo
decía: soy un enfermo, un hombre malo, y Tolstoi al tirarse a las vías del tren
lo aseguraba. Boney M canta y salta Rasputín.
Hermosa música de los años 80. Mi padre a los doce años me da la biografía del
monje. Príncipe Yusupov, lo recuerdo. Pederasta de hermosa esposa. Tal vez,
cuando lo vea, el río Amur no será más Rusia; hablarán chino y se comerán los
pocos esturiones kaluga que quedan. Seis metros de gloria naturaleza. ¿A quién
importan? A Putin no. Los demonios de la montaña, llamados daimajin en Japón,
saldrán de su empaquetadura de roca para aplastar los triviales huesos de una
raza sierva y vil. El Transiberiano será el tren a Manchuria y Vladivostok ya
lleva nombre han en mapa chino. El enano lo sabe, como sabe que se aproxima la
muerte, y ha de llevarse a toda Rusia con él porque siempre fue cobarde.
Los del
Khorasán disparan y caen votantes putinescos, muñecos sin vida ni historia,
trapos desechables, inmundos trapeadores con veleidades de armiño. Corren las
bellas rusas con falsas pieles de leopardo, qué poca había sido la gloria del imperio
que les regalaron en la elección. Que mueran, nada mejor pueden ni suelen
hacer. No habrá tristes canciones gitanas para despedirlos ni ágiles bailes
klezmer que aprendieron a ser alegres en medio del holocausto. Disparen,
disparen ametralladoras como canciones.
Hago un
intervalo necesario para cargar el celular mientras espero. Hojeo libros nuevos
y nuevos libros que antiguos eran pero estaban enterrados. Poca poesía, dónde
habrán terminado mis libros de Visor. Calma alrededor, cadencias de larga música
haitiana que con Ligia solíamos oír. Hoy Cochabamba; ayer Aurora. Asamos lento
un puerco ahogado en jerez. Las verduras en escabeche brillan soberbias. Roja
cebolla, verde chile y naranja chile. Deposito ají panka, colorado, en un
sartén profundo. No me animo a comer aún, no sea que vengan los burócratas y se
me atragante el arroz. Continúa el periodismo independiente narrando el fin del
universo en un elegante salón de concierto en donde tocaría un grupo rock de
pasado soviético. Mal rayo los parta, bienvenidas baterías desventradas y
cuerdas de guitarra volando como bumerans malditos. Si se me quitará el hambre
observando la tragedia, por supuesto que no. Slavoj Žižek tiene razón: es imprescindible que
Ucrania sobreviva ante el embate de las fuerzas demoníacas de la iglesia fanática
manifestadas en la invasión; de la izquierda pro Rusia no quiere hablar y menos
llamarla izquierda. O combatimos o la peste nos devora, Himmler se ha puesto
traje de lujo para la masacre, Trump y Putin lo elevan en pedestal de dios.
Botas relucientes; según el filósofo esloveno, al nazi le gustaba leer el Bhagavad Gita.
Converso un poco más con Irina. La alegro transformando la fotografía de
un río chuquisaqueño en casi bandera ucraniana. Azul y gualda, cielo y río. ¡Slava
Ukraini, gloria! Pregunto a Kate si en Lviv hay serenidad. Mil quinientos
kilómetros entre ella y Estrasburgo. Se habla mucho de Francia hoy. Cada día se
sirve barbacoa de ruso, aunque la mayoría de los cuerpos asados pertenezcan a minorías.
El doble juego del retaco perverso es conquistar territorio afuera y cometer
genocidio oculto contra sus propias etnias no deseadas. Lo saben los bashkires,
los mismos que salvaron a Trotsky cuando todo parecía perdido. Pero no
responden ¿cuándo? Y daguestanos y chechenos ¿cuándo? Que Rusia necesita morir,
ha vivido demasiado y quizá viva más si los pervertidos evangelistas
norteamericanos colocan un gobierno de pedófilos, asesinos, violadores en la
Casa Blanca. Pasaje libre al vicio. A estos hay que romperles la Biblia en el cráneo.
Tampoco merecen sobrevivir. Pero dudo que se destape el fuego sobre Sodoma
todavía, ni extensos caminos con crucificados. ¿Emular desean al mesías? Vale,
madera y clavo. No ha terminado la Edad Media, hubo un intento de engaño ya
destapado. Viene, seguro, así lo atrasemos un poco.
Desconecto el celular, hay carga suficiente. Me parece que no abriré la
puerta al censo, uno más uno menos no cuenta. Mis obligaciones cívicas
terminaron con la secundaria. Comienzo a bostezar. Pero, para amodorrarme
mejor, escucharé la dulzura de los números fatídicos en la vieja Rusia que amé.
Ya no es la de Sacha Yegulev, ni la del trío fantástico de Herzen, Bakunin,
Ogarev. Leía con placer La hija del
capitán, de Pushkin, escuchaba con igual gusto a los Leningrad Cowboys
junto al coro del Ejército Rojo. Fue brisa, leve tormenta de polvo corriendo
por encima de las turbias aguas del Potolo.
Imagine me and you, I do
I think about you day and night, it's only right
To think about the girl you love and hold her tight
So happy together
Happy Together. La cantaban los Turtles y los Beatles y los
Leningrad Cowboys. Existirá un día en el que estemos con los demás (recuerdo a
César Vallejo) o se acabó. Pregunta sin signos de interrogación porque suena a
real concreto. Nada queda para ficción.
En la pared
resalta el rojo intenso de un cartel de propaganda de Siouxsie and The
Banshees; debajo, el Macbeth de
Antagónica Furry. El drama del poder en el rey escocés. Persiste la tragedia.
Grita la banshee y la tierra se llena de túmulos. Los gánsters de Moscú
detestan las referencias mitológicas, literarias, históricas, diablos ávidos de
dólar. No esperaré que el censo toque a mi puerta, me he cansado, no abriré, he
fallecido, perecido, fenecido, desaparecido. Van ciento quince muertos en la
tómbola. Quizá tenga hoy suerte en el bingo.
23/03/2024
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Imagen: Jan
Van Eyck, El Juicio Final, ca. 1440–1441
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