Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Paul Gauguin consigna en su Diario íntimo un pasaje que fuera de su veracidad o no encierra la
admiración y afecto del pintor hacia su amigo Vincent Van Gogh. Aparte de
cualquier discordia, Gauguin mantuvo hacia Van Gogh una actitud intransigente
de defensa de su genio. No dudó en exaltar las virtudes del pintor holandés en
diversos pasajes de su diario. Entre ellos destacó la bondad de Vincent con sus
semejantes. Muchas de las cartas que Van Gogh enviara a su hermano Theo son
prueba de tales afirmaciones, constancia de la bondad y bonhomía de las que
habla Gauguin. Esas cartas constituyen una alta expresión de humanidad.
Gauguin escribe Los
camarones rosados. Invierno de 1886. París. Rue Lépic. Nieve. Frío. Van Gogh,
famélico, deja su habitación con un paquete bajo el brazo. Entra en la tienda
de un tratante de arte. Este reconoce la calidad de la tela que Van Gogh le presenta
(Los camarones rosados). Sin embargo
le da por ella una moneda de cinco francos (la obra vale por lo mínimo 400).
Ello representa para el pintor una comida caliente, la vida que se había
escondido bajo los copos. Sale de la tienda y va soñando con una apetitosa sopa
de cebollas y una hogaza de pan. Toma en dirección a Saint-Lazare. En una
esquina, una desmedrada mujer le alarga el brazo. Van Gogh no dubita en la
tarde mortecina y entrega el fruto conseguido. París se ha cargado de
pesadumbre pero Vincent sonríe...
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Publicado en Textos para nada (Opinión/Cochabamba),
1987
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