Como ejercicio,
evité saber, ver, leer, sobre el país por una semana. Difícil, sin embargo:
aparecía el infame amedallado, Evo borracho en Paraguay, Linerita desafiando al
colectivo a debate. Lo mismo de siempre. Dicen los pesimistas que toda la vida
estuvimos así. Lo miro desde un prestado optimismo y voy cayendo por la
pendiente en el fango inicial. Siempre… parece.
Pobre país,
musito a un cuarto vacío. Cierto que mirando al oeste ya no quedan campos con
tarántulas, libélulas y mariposas cohete, hoy extintas. Ahora hay horribles
edificios, colores chillones y la misma abigarrada multitud de mestizos
entusiasmados con el lucro.
Y mugre. Tanta
mugre en Cochabamba. Y ni ruinas de árboles, todos muertos, Cochabamba fue el
Vietnam de los árboles. Aquí tiraron napalm a lo loco, para matar todo, menos
lo que debían matar, aquella nefasta idiosincrasia que caracteriza al veleidoso
pueblo, a la villa guerrera, la ciudad verde cuando el verde tiene color gris.
Asisto a la
celebración de Santiago, en granja de amigos queridos. Los bombos suenan desde
dentro de la tierra, a pesar de que creo que el bombo lo trajeron de allá, del
otro lado, del que nos viene el lado derecho de la cara y el izquierdo del
cerebro. Igual, suenan, y llaman al profundo yo que se inclina por este lado,
porque aquí estamos más juntos, menos disminuidos, tiznados con similaridad.
En ese Tata
Santiago no falta el imbécil que me califica de turista. A mí con esta imagen
mestiza que recuerda la de Murillo. Ataca las raíces de mi emigración. Le
chorrea baba verde mientras masculla interjecciones y no aclara sus palabras.
Ataca la familia, el matrimonio, la mujer que está y la que se fue, hasta que
le pongo mi puño de estibador en el rostro y le advierto que de uno solo lo
descabezaré como a Carlos I de Inglaterra. No en vano he sido obrero por 30
años, le hago saber, no me he paseado pintado como él, oliendo a musk sin
haberse bañado. Si el sudor sirve de algo amenazo por última vez, será para que
termines la fiesta bien pronto. Basta eso.
Otro, dándoselas
de docto, intenta enfrascarme en una retórica altoperuana que no me interesa.
Felizmente Jimmy trae una deliciosa chicha kulli (que también pensé extinta) y
la saboreamos hasta el final de la tutuma. Que sí, que no, que dije y no dije,
al carajo con el palabrerío insulso y a escuchar los tambores, que siempre son
de guerra, y roncos.
De ahí de vuelta
a la ciudad, a un aniversario de un café famoso, a 22 años que no solo huelen a
café sino también a sexo. Pues tiempo de nostalgia entonces, de piernas como
rosones entrelazados en la espalda. Y ahí, en el detalle físico de un cuerpo de
mujer, se ahoga la Bolivia de la tragedia, la de los caudillos y caudillitos,
de maricas empalagosos y eunucos por doquier.
Todos preguntan
afuera, los nuestros que están afuera. Se lo pregunto al taxista y no sabe, a
la mujer del motel y tampoco. Hay miedo. Las hordas cocaleras afilan las
guadañas para defender el crimen, se supone. O pasa algo o ya nos quedamos en
el interregno eterno, en la creación de dinastías, en el sovietismo a la
campestre, regado con whisky azul y Kjarkas empedernidos y vapuleados por el
pijcho y aditamentos químicos.
A la mayoría
parece no importarle. He oído que secan pasta base en campos de basquetbol, que
en las cumbres bien arriba ya no habitan cóndores sino condoritos armados
defendiendo el narcótico. Bolivia dejó de ser el país donde se podía pasear.
Ahora nadie sabe lo que esconde un pino patula cerca del lago, uno radiata
carcomido por gusanos. El narco impera y el narco pone emperador.
Las gloriosas
fuerzas armadas desfilan a ritmo de huayño y al general en jefe lo saca a
bailar el vice para mostrar que este es un país moderno, nada calcificado y
abierto a los cambios necesarios que produzcan placer.
20/08/18
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 21/08/2018
Imagen: Fernando Scianna
Ojalá el siguiente gobernante tenga el tino de guardar la medalla en un museo o sitio parecido, luego de tamaña afrenta al devenir histórico. Un pedazo de metal envilecido y vacio de significado es lo que queda. Por poco no empeñaron la joya en el prostíbulo, hubiera sido el colmo del surrealismo grotesco. Tenemos un país de película, pero ni siquiera de serie b, sino de clase Z o X en su peor versión. Inclasificable. Saludos.
ReplyDeleteTremendo tú análisis de la tragicomedia boliviana, me impactó, pues describes, en pocas lineas, la triste realidad que vivimos diariamente, en un territorio donde ya no hay normas elementales de convivencia y en cuál cada quién hace lo que le da la gana. Triste, muy triste.
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