Por el desagüe,
esa boca oscura con un desintegrador de aspas de hierro, por ahí se han ido
escabeches de oscuros chiles poblanos, cebollas roja y amarilla, blancas y
amarillas como la bandera del Vaticano.
Ajos, ajíes,
rojos, verdes, amarillos, delgados, enroscados japoneses, gusanillos benianos,
todo. Nadie los quería, atiborrados de vinagres y sales. Primero se fueron los
libros, luego los discos, siguieron los muebles, se embolsó la ropa, se olió el
moho de los zapatos, se sollozó fotografías y dedicatorias, calzones cuyos
vahos de amor se ofuscaron hace tanto. Entonces los jarros llenos de sabor, un
olor que ha invadido la casa, como de muerte agria. Ideal para la Misa Solemne
de Beethoven, esa maravillosa segunda parte que escucho a todo volumen mientras
manejo por la carretera. Roadhouse Blues…
Seis focos
iluminan el mediodía. Vivimos en cavernas modernas. Veo la luz del sol como a
diez metros. Ni un rayo adentro, pasa como pasó Dios, volando y sin mirar.
Entonces hay que apilar los frascos de vitamina D, para suplir la falta de
contacto con la luz solar. Fui moreno, creo, un día, cuando escapábamos al río
Rocha a traer en latas de sardina diminutos bagres ya extintos. Ahora pálido,
no tanto como el pollo o el gringo pero por ahí…
Quiero desplegar
un mapa y no hay lugar. Es tiempo de abrir el depósito y comenzar a mover las
cajas. Si no el aquelarre no termina y la ambición no descansa para vernos
caídos, fallecidos, tullidos y mudos. Calculo mi tiempo. Me faltan 100 páginas
de una novela para un comentario de 10 líneas, vacío casi seguro, tratando de
ser inteligente y perspicaz. Dos horas. Dos quitadas al empaque, a la
preparación de un viaje en ciernes en aviones que todavía ni en el hangar
están. Ayudarme con un tinto, o un par: de café y vino.
Meso mi barba. Me
humillo a mí mismo a ojos del Cid Campeador. Me recuerda cita con la peluquera,
yo que reclamaba para mí el derecho de que ninguna mujer tocara mi cabello. Ya
cedí, también en eso… Concesiones. Los años se anotan en concesiones. Y ahora
una tras otra me trasquilan como les viene en gana, cortan la barba con número
7 o número 8; deciden qué me queda bien y qué mal. Tres mujeres barberas y yo
solo, con un largo babero azul en donde caen las canas. Pues, así quiera evitar
la melancolía, no puedo hacerlo con el tiempo. Nos vamos, intrascendentes como
cabellos cortados, vanidosos en una falsa estética, necesitados de madre
queriendo hacer creer que deseamos mujer. Tan obvios, los hombres, críos de
pecho, caprichosos y malcriados, con ínfulas de guerrero y pañales mal
amarrados.
Olor a escabeche.
En el Cuerno de África se matarían por esto y lo muelo para que se junte a las
aguas servidas. Zanahorias que puedo aplastar con los dedos, coliflores
amarillos por la cúrcuma escanciada. Cuadro fauve: Derain o Vlaminck, y de
pronto nada. Jarros vacíos y tapas a lavar. Son casi las once y media y no he
hecho suficiente, o poco. Miro las botellas intocadas por tres meses: un
Jimador, un Old Parr, un Bumbu. Tequila, whisky y ron. Ah, y gin, dos de ellas,
la ginebra del Martín Fierro. Naturaleza muerta.
Corta la cebolla
en cuatro, de distintos colores así se ve mejor. Mitad de vinagre blanco, mitad
de vino. Un poquito de mejorana y sal. Laurel. Huele a laurel, eso, huele a
laurel. Los laureles… hermosa música mexicana.
El único sonido
es el del refrigerador. Hoy no se cocinó en casa, hasta el tocino está
durmiendo, y el salame calabrés. Mi amigo Gabriel, abandonado hace un mes por
su esposa, se interna mañana sábado en el manicomio por su voluntad. Hay un
hospicio de ricos cerca, dudo que sea allí. Irá a donde arrojan a los pobres.
En Estados Unidos, a diferencia de Francia y los locos de Charenton, no se
pondrá en escena un Marat-Sade (si recuerdan el filme de Peter Brook), y
Gabriel no reemplazará al divino marqués sino que se acostará a comer
hamburguesa fría mientras recuerda las voluminosas carnes de su joven mujer que
se paseaba desnuda enfrente de él y le reprochaba que ya no se le paraba la
verga. 60 años, no debiera… pero es.
El escabeche de
cebolla cae perfecto encima de una milanesa. Lo sé, que yo cocino. Cocinaba,
mejor, que hasta las ollas han ido a parar al basurero, que un anacoreta no
necesita más que sus ojos, y sus manos para pecar como el mago de Lublín (en
Bashevis Singer) cuando la mujer de fantasma se hace presencia y se humedece.
Aroma de romero,
ramito de tomillo. Simon & Garfunkel: Parsley, Sage, Rosmery and
Thyme.
14/09/18
Tremendamente sentido...., muy conmovido.
ReplyDeleteMaravilla.
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