Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Unos años
mayor. No suficientes como para tenernos ajenos. Jaime era, aunque siempre es,
sobre todo un hombre valiente. Así lo recuerdo: desafiante, arriesgado,
dispuesto sin miedo a los puños sin que ello evitase la sonrisa, la bonhomía,
la amistad, el cariño. En una sociedad donde era necesario tener el puño bien
cerrado y bien firme, desde pequeños, un entorno hasta brutal que se defendía
con fuerza. No hablo de ímpetu machista, hablo de lucha, de protegerse uno y a
los suyos. Así crecimos. Así morimos.
Jaime se
va. Mi memoria antigua de él era en los campeonatos de natación del estadio
departamental. Competían mis hermanos. Competí también sin pasar jamás de la
primera ronda, a diferencia de Elena y Armando. Jaime en las graderías,
entonando cantos, vivando, entusiasta, dinámico, sin permitir que el ánimo se
hundiese en el agua, pasara lo que pasara en la piscina. Mirándolo con
admiración, soñando con un tiempo en que sería grande como él, fuerte.
Crecimos, nos emparentamos en los recuerdos, en las opiniones, en la música, el
baile, la fiesta. Senzano… de Italia, nunca le pregunté exacto de dónde. Ni
cuándo, ni cómo. Vinieron, como aparecemos los inmigrantes. Y tozudos nos
quedamos, aguantamos, conquistamos la tierra paso a paso, hasta quedarnos allí,
ya nuestra, para siempre, hasta la explosión del tiempo en que nos esfumaremos.
Llega la
noticia un miércoles con vientos de nieve. Cambios, nada queda, se transforma,
aquel principio de Lavoisier que Jaime repetía, que nos lo puso a fuerza de
repetirlo Arévalo, el profesor de química. Al científico lo transformó la
guillotina. Jaime se hizo a un lado en silencio. Hace un año atrás sonreía,
conversaba de ir a Tarata a comer chorizo y tomar chicha. Italiano del valle
cochabambino, tradicional como suelen ser los que vienen de extranjero, se
mezclan y pertenecen con tremenda raíz. Quién lo hubiera dicho.
No estás.
La rayuela sigue volando. A veces va sólida, a ratos tiembla. Como la vida.
Será que en el arriba, por darle una posición a donde se van las almas, hay
vides y molles, que una parte de Cochabamba se llevó allí para que los
espíritus no perdiesen el bucolismo del adobe calentado al sol. Lo entendemos
nosotros, en la mixtura que poseemos, que nos dieron y no pedimos y nos hizo
únicos, enroscados, fiesteros. Recuerdo tu casa, algún cumpleaños. El karaoke
tocaba a Elvis: It is now or never. Ahora o nunca, una opción que no siempre
está disponible, porque los vientos nos llevan a donde creemos respirar, nos
alejan, separan. Hay palabras que flotan en medio. Y el amor inmaterial
imposible de obviar.
Treinta
años de vistas esporádicas y sin embargo el afecto no cambió. Sucede que las
circunstancias pesan pero no transforman la esencia. Retornamos a la química. Y
a César Vallejo, siempre que nos agrede la muerte. Decía el poeta: Y cuándo estaremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos…
2019
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