Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Siempre que
paso por una panadería francesa que mis hijas adoran, quiero comprarme un
postre Napoleón y no lo hago. Voy por lo salado, algún quiche, un boule redondo
de corteza dura para untarlo con roquefort.
Mirando
hace unos días el filme Linhas de Wellington, ideado por Raúl Ruiz y culminado
por Valeria Sarmiento, su viuda, aparece el gran John Malkovich como Arthur
Wellesley, duque de Wellington, y le explica a su pintor francés el plato de
carne de res que lleva su nombre. Si bien no está claro, y nunca lo estará, si
el Beef Wellington proviene de él, cabe perfecto en la escena donde con
meliflua voz el actor susurra que no sabe si está bien que una comida lleve el
nombre de un personaje como él. Suaves como suelen ser los ingleses, así el que
derrotó a Bonaparte fuese de origen irlandés. Carne envuelta en pastelería y
jamón de Parma. Delicioso. No común pero tampoco imposible de conseguir en
Denver. Y los Napoleones están en todo lugar, a veces hasta en grandes
supermercados.
Los rivales
de Waterloo devorados por la gula popular. ¿Metáfora de la historia?
Cuando El
Prado cochabambino era el Prado, antes de estrambóticas edificaciones y nueva
riqueza, se servía en algún bar un Lomo Ferrufino. Pregunté a mi padre, albacea
de la historia familiar, de dónde provenía este nombre. Dijo que de un pariente
que se hacía servir en las mesas de la acera con peculiaridades cuando ordenaba
su plato de asado. Habitué como era, los garzones ya sabían qué ordenar para el
rutinario y la denominación quedó. He olvidado la receta y mi padre no está. Ha
de evaporarse el lomo en el tiempo como todo. Hará unos años, indagué al
respecto. Desapareció del Savarin y etcéteras. Todavía lo servían en el
Miraflores. Un nombre, no otra cosa, ya sin memoria detrás.
Como los
Napoleones que dice que se inventaron en Rusia en 1912 para conmemorar el
centenario del triunfo contra la Grande Armée, con niveles de hojaldre de forma
triangular recordando el bicornio del gran corso. El Beef Wellington recuerda
las botas del mariscal…
El Café
Fragmentos fue en tiempos del 96 en adelante una institución cochabambina. La mejor
música, la mejor comida; belleza y simpatía de sus dueñas. Su deliciosa
hamburguesa sigue siendo mi receta; igual las alitas picantes. Legados de un
hombre de 36 enamorado de la vida y los cabellos oscuros. Mucha historia en
paredes, sillas, mesas, caipirinhas y rones. Elis Regina y Gladys Moreno.
Raimón y Toninho Ferragutti.
Ahí, en ese
Fragmentos que a la larga hizo honor a su nombre y legó pedazos dispersos,
Ligia añadió al menú un emparedado fino: el Emparedado Coqueugniot, en pan de
miga y con la receta de atún de mi madre. Creo que ya no está; la delicada
ensalada fue engullida por circunstancias, como la lluvia desgasta el hermoso
afiche, reminiscente de la revolución rusa, de Rage Against the Machine que
colgaba en la puerta de entrada. Hoy somos, mañana no, cantaba o recitaba
alguien ¿Benjo Cruz?
Suena la
cueca El regreso mientras escribo. Hierbas bolivianas… ajíes y choclos
waltacos. Todavía tengo las cortinas cerradas porque estoy en calzoncillos.
Nadie observará mis piernas en este mundo ajeno, pero por si acaso… En el filme
de Valeria Sarmiento, uno de los personajes, hermosa puta, lleva el nombre de
Martirio. Martirio que da placer. Demasiado cercano…
Ejemplos de
nombres asociados con comidas sobran. Unos pocos para refrescar el día,
distraer las horas, recordar.
Recordar.
12/07/2020
No comments:
Post a Comment