Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Comencé la
mañana, después de que la noche había empezado nueve horas antes, con algunas
melosas canciones brasileras. No Marisa Monte ni Martinho da Vila. Ritmos más
jóvenes quizá, un pop que no me llega, o no todavía. Ya que había cocinado
pasta para tres días calenté un plato, con un bivarietal argentino que me regaló
Frank. Cortinas abiertas a la luz para alguien acostumbrado a la oscuridad.
Escribí una carta a Irina en la que hablaba de los rom, preguntándole su
opinión. Mencioné a Tony Gatlif y a jinetes gitanos de la Camargue, en el delta
del Ródano, debajo de Arlés pintada por el desorejado. No puedo con mi manía
referencial. Si hablo de Arlés salto al Larzac, del Larzac a la Columna de
Hierro en la guerra española, de ella a Ulrike Meinhof, luego a Palestina, a
Sabra y Chatila, a Knossos y las bailarinas del toro, al Minotauro hasta
ahogarme en Malta, con fantasmas berberiscos y una torre de cuscús que Sabah y
Pablo habían levantado en un piso de Madrid. Vicio de volar, de ser aéreo, ilusión,
aunque mis esposas me nombren diablo. Roksolana era pelirroja, de las tierras
de Ucrania. La secuestraron los tártaros del kanato crimeo y la vendieron a los
turcos. Fue la favorita del harem y Solimán el Magnífico andaba a rastras
detrás de sus talones. La lluvia convoca tambores otomanos ¿o es al revés? en algún
lugar de Albania. Paola Sánchez, con un litro de cerveza de Belgrado, me
pregunta si sé lo que es el burek. Todavía espero, una comida de ese soberbio y
desgraciado rincón del mundo… Lo dicho, no puedo conmigo mismo o no deseo morir
y quiero mantenerme en tantos rincones que la muerte se aburrirá de buscarme.
No aceptaré jugarla en ajedrez, no soy caballero escandinavo; ofreceré una
partida de modestas damas, y hasta de damas chinas, de las esquinas
multicolores. Go no sé ni puedo, aunque en París me senté horas admirando la
supongo estrategia de los jugadores, y recordé una película y a Kawabata, a
Honinbo Sushai y sus últimas movidas.
Pasan las
horas y debajo del puente Mirabeau corre el Sena. Estoy con el Concierto para Bangladesh. Bob Dylan en Just Like a Woman. Era 1977 y en casa de
Silvia González, compañera de colegio, los pronto graduados escuchábamos el
disco doble. Acontecimiento para nosotros en la que era, sigue y es, pobre
Bolivia, donde nos reuníamos entre amigos para escuchar, en mala transmisión, Sounds of Silence a las once de la noche
en la Telefunken al lado de cama. El disco lo trajo su hermano mayor que estaba
becado en Holanda. Por ahí apareció una rubia. Qué podíamos nosotros, entre
George Harrison y la blonda, sino pensar que el mundo se hacía de ilusiones.
Bangladesh,
los tigres de Bengala. ¿Ha cambiado algo o estamos en lo mismo? Hay menos
tigres, o no los hay simplemente. ¿Y nosotros? No hubo ilusión en el mundo pero
infinita brega. Sin ánimo de queja porque cuando se vive y se emociona mucho
uno enriquece. El concierto aquel semejaba un sueño; hoy es un hermoso disco
que giro mientras sorbo el vino. Pakistán y la India. Sony me dice que habrá
antes una guerra entre ellos dos que una con China. Desastre por donde se lo
mire. Octavio Paz y Vislumbres de la
India, maravilloso. Algo de Neruda en sus memorias hay si es que no
confundo. Nathuram Godse, asesinó a Gandhi; el nacionalismo de Chandra Bose en todavía
una India colonial. Inolvidable música del Punjab. Leones del parque de Gir,
los pocos que escaparon de los muros babilonios.
Viaje
alrededor de mi cabeza. Y eso que la casa-museo de Aurora quedó recuerdo. Me
sentaba con un ron negro de la Guyana y me dejaba encandilar por los idolillos
indios del Orinoco, mientras ponía sobre mi calavera un decorado gorro afgano
de niño, lleno de monedas y miniaturas en metal. Acá estoy casi sobrio, no están
presentes ni Chagall ni Franz Marc. Música. Dylan canta que caerá dura lluvia,
en traducción literal, y el cielo se ha encapotado como espía de la Ojrana.
La peste
gira alrededor, mis hijas, Álex, ahora Gabriel, han caído. Anoche me llamó al
alba del amanecer Igor Quiroga, el mejor de nosotros, para cantarme unas
letanías de la Torá o del Kaddish, que iremos a la tumba de su abuelo judío y
que el nombre de Ucrania lo aprendió antes que el de Quillacollo.
28/05/2022
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