Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Dieciséis
dibujos decía Anna Ajmátova que Modigliani hizo de ella. “Se perdieron en
Tsarskoye Seló, en los primeros años de la Revolución”. Joseph Brodsky,
conversando con Solomon Volkov: “Unos guardias rojos se acuartelaron allí y se
fumaron esos dibujos de Modigliani. Los usaron para liar sus cigarrillos”. El
calvo Lenin los hubiera fusilado, él que bajo pena de muerte mandó que no se
saqueara ni destruyese. Poco caso le hicieron, pero algo salvó. Era tiempo de emoción,
con Krylenko vociferando encima de un carro de asalto (John Reed).
Por sobre
la llanura ucrania la carreta del doctor, la que lleva heno, la leñadora y la
lechera, se han convertido en máquinas de guerra. ¿Era Babel que hablaba de una
república de tachankas? ¿O Alexei Tolstoi en quien leí por primera vez el
nombre de Majnó?
Atornillar
una ametralladora al carro y lanzarse a la brega. Ubicuas, maniobrables,
rápidas, esas carrozas de muerte fueron decisivas contra Wrangel y Denikin.
Poco sirvieron cuando arteramente el Ejército Rojo convocó a los comandantes
del Ejército Negro para “coordinar” la lucha contra los blancos. En Melitopol
fusilaron a Simón Karetnik y a otros; Majnó huyó a Rumania. La majnovschina
pereció entonces. La libertaria mancha oscura que llenaba el mapa de la casi
Ucrania toda actual se desvaneció y cedió su sitio al hambre.
En febrero
de este año, aciago por la invasión del muñeco rabioso, el hijo de la gran
putina, los campesinos de Huilaipole, tierra del Batko, se fotografiaron
arrastrando carros de combate rusos. Hasta hace unos días estaba marcada una
línea de defensa azul delante de la villa. Tres meses aguantando el embate de
la ocupación. Mariupol, Melitopol, humean. Putin también ansía Zaporizhzhia, el
enclave zaporogo. Del otro lado hay cosacos del Don y del Kubán. Hermanos
contra hermanos con un falso trasfondo histórico. El nuevo zar lo que no quiere
es perder sus palacios. Agoniza ya y desea asegurarse la propiedad y la gloria.
Ayudado por el imbécil de Macron y otros que no quieren “humillarlo”.
Descuartizarlo, debieran. Huilaipole se defiende, como lo hizo contra Trotsky y
Frunze.
Me pregunto
qué habrá sido de la estatua dorada de Néstor Majnó allí. La habrán destrozado
las bombas. Si no, lo harán los descendientes de la horda roja en caso de que
se apoderen de sus calles. Victoria temporal, pírrica, de todos modos. Los
sacarán con los pies por delante, o sin pies. No lo siento. Guerra de exterminio
ejercitan, de exterminio hay que dársela. No me impedirá seguir leyendo a
Chejov, que esta turba con la belleza nada tiene que ver.
El problema
es si seguirá el apoyo (interesado) de Occidente. Peligrosamente, Ucrania ha
desaparecido de la primera plana en los periódicos norteamericanos. Y si
regresara Trump, y esto se extendiera hasta entonces, entregará todo para
cubrir Ucrania con la bandera del fascismo. No en vano la ultraderecha serbia
aúlla en favor de la “Z”, la cruz gamada del putinismo y la izquierda. No
olvidemos que en lo que fuera Yugoslavia, hasta las SS hitlerianas se
horrorizaban con la crueldad de sus aliados balcánicos, rememorada ahora en la multimillonaria
retórica putiniana, la del asesinato, violación y genocidio, la de la limpieza
étnica. El presidente francés pide no humillar al muñeco. En realidad -claro
que no se puede porque hay prisioneros del otro lado- esta debiera ser por
parte de Ucrania una guerra sin concesiones ni prisioneros. Se ha llegado a un
punto en donde la razón no prima, y sería válido que si Putin arrasó Mariupol
los ucranianos arrasaran Belgorod, por ejemplo. El Talión, la ley más antigua.
A eso obligan. Y es que no hay guerra “decente”, toda es basura en favor de los
grandes capitales. Pero los pueblos tienen que defenderse a pesar de saberlo. O
perecer. Y si de eso se trata, que perezca el otro. Vladimiro ha desatado el
Armagedón y tiene que cobrar su parte. Tiene familia, protegida sin duda, pero
que se puede hacer volar. A ver si le gusta. A desatar el terror. Luego no
habrá futuro, pero los comunistos que glorifican los desmanes fascistas deberán
observar lo que su amo ha dispuesto para el porvenir: Turquía ataca a los
kurdos; Israel el sur de Siria. En el Oriente se desata la guerra del fin del
mundo; en los Balcanes recomienza. Chechenia se declara libre cuando el lacayo
Kadyrov vea que su jefe ya no tiene poder. Le siguen Armenia, Georgia, Azerbaiján,
Daguestán. Ahorcan en un poste a Lukashenko, Polonia se apodera de
Kaliningrado, Finlandia recupera Karelia y la ciudad de Vyborg. ¿Qué dirán los
marxistos? Se aproxima el tiempo de la muerte, órdenes del zar. La máscara de
la paz europea, de la comprensión y el amor, se termina. No es el Flower Power,
sino flores negras. Sin siquiera mencionar el África mártir que ya vive apocalipsis
desde hace décadas.
Larga
digresión de odio y rabia. Igual he dicho siempre, pensando en algún pueblo
campesino ruso donde juegan los niños bajo el sol de junio del 41, ¿qué derecho
tienen unos para arruinar la vida de los demás? De pronto caen bombas, la radio
anuncia que la bestia alemana ha invadido “la patria”. El juego se acaba, el
sol se opaca, las mujeres pierden calzones, los hombres la vida. A nombre de
Hitler, a nombre de Putin, sin motivo, solo la angurria de algo y de todo. Este
animal, el humano, no merece existir, porque hasta los ángeles se convierten en
carniceros. Hay que aceptarlo, permitir de una vez la llegada del infierno, a
ver qué piel aguanta más el fósforo blanco. Napalm en Vietnam, napalm en
Ucrania. Pero no, se seguirá jugando a la cordura, al buen razonar de la élite
europea. Cuestión de tiempo, hasta los fríos nórdicos sacarán sus demonios
ancestrales un día y se entregarán al festín antropófago. Quizá los Viejos
Creyentes de Vasili Peskov estaban en lo cierto al aislarse. Pero es que somos
demasiados ya y tal vez llegó el tiempo en que para sobrevivir unos debe
extinguirse la otra mitad. A veces estos muñecos son solo marionetas de la
historia con veleidades de dioses. Quizá la vida ha decidido, en aras de su
propia supervivencia, usar, otra vez, la muerte profiláctica. Nada somos, y
nada podemos ser.
Pero
volvamos a las tachankas que si bien no inventó Majnó las hizo tan utilitarias
que forman parte de la tradición de lucha del Ejército Insurreccional de
Ucrania. En la guerra de hoy, la del travesti enfermo, las tropas de Kiev
preparan automóviles civiles con un método similar. Lo hizo ISIS, en Siria e
Irak, acomodando pesados cañones o ametralladoras en la carrocería de
camionetas Toyota Hilux. Recursos de quien no tiene otros. Inventiva. Creatividad.
Así corrían por la estepa; así siguen corriendo.
La ofensiva
del Donbas pareciera inclinar la balanza del lado de Rusia. Usan bombas
termobáricas, apocalíticas, fósforo, bombas de racimo, para ocultar que van
sacando de los depósitos tanques que ya son chatarra. Quieren asegurarse
posesiones territoriales que de todos modos van a perder. Una bruja de la
televisión estatal rusa dice: “si perdemos, desaparece la humanidad”. A ver
cuántos de los jerarcas rusos están dispuestos a desaparecer, a cortar el
futuro de los hijos. Que viene la muerte de Vladimiro, viene. Cuan cruel sea,
dependerá. Más fácil, al estilo soviético, será en la mesa de operaciones,
eliminarlo como a Gorky o a Frunze. O envenenarlo y dejarlo, como a Stalin, con
los pantalones cagados en el piso. Lástima, habría que entregarlo a los
tártaros que combaten por Ucrania, los que añoran su Crimea.
Hablamos de
cien años de guerra de Rusia contra Ucrania, en un adrede corte cronológico que
limita algo que comenzó hace mucho y no ha terminado. Seguimos en la misma
batalla. Los actores en términos ideológicos habrán cambiado; las
nacionalidades no. Putin desea reavivar el Holomodor; no ha de poder. Y tiene
miedo, pánico, cosa común en toda esta subespecie de los que se las dan de
machos. Valiente era Majnó, no tú, hijo de tal.
27/05/2022
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Fotografía:
Tachanka en el museo regional Gulyaypolskogo
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