Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Lo dije hace mucho: den el Nobel de todo a su majestad Evo Morales, incluso el de Química a ver si ya nos deja en paz y nos libra de escuchar las eternas peroratas sobre el proceso de cambio, la revolución, el imperialismo, etc. Que fueran opiniones sustanciosas, apuntaladas por un férreo conocimiento de los temas, tal vez valdrían la pena. Pero este cúmulo de generalidades, lugares comunes, bocetos, esbozos, ya pasó de moda. Simples, sí; básicos, también, pero no desinteresados. Detrás de los balbuceos del líder se esconden intereses muy fuertes, y no de los pobres.
Le hicieron creer
que era el Dalai Lama, y se estancó ahí, tratando de ver –en vano- en las
estrellas o en los fetiches aymaras su imagen de semidiós redivivo. El gobierno
de los míseros, supuesto reflejo de lo que ocurría en el país, ha sufrido
transformaciones tan grandes que ha dado una vuelta completa y nos ha puesto
ante lo mismo, nada que lo diferenciara del neoliberalismo, de la dictadura, de
lo que en teoría se atacaba. Sucede que pasa como con la edad. Cuando comienza
el bienestar, el cuerpo y la mente se aburguesan, y resulta que había sido de
lo más cómodo, lo más placentero, convertirse en dueño, más si la posesión es
el poder. Y Morales no tuvo estructura para hacer valer el voto popular y en
verdad proponer algo nuevo, bueno y valedero. La omnipotencia lo abrumó, le
hizo perder seso, o le impidió fundarlo. Se concedió a un niño, “travieso” para
colmo, las riendas de un mandato que le quedó grande, excesivo. Terminamos así
con un gobierno de dirigentes, lo de corrupto ya viene impreso, de
prebendalismo y hurto dirigencial. Las bases sirven para votar, para levantar
la mano en un pueblo demasiado acostumbrado a caminar en recua. Volver, siempre
volver, al caudillo, a la orden, a la imposición, al cuchillo, al chicote, a la
horca como alguien dito Colgarico anunció hace poco. Nos quedamos atrás, bien
atrás, y seguimos, cangrejos andinos de corteza dura, sin sentir que los
chicotazos que nos dispensan solo nos humillan, nos destruyen.
Se reúne la OEA,
en la bendita Tiquipaya. El panorama boliviano es desolador. No hay trabajo, no
hay producción ni agrícola ni industrial. Nos manejamos en las
superestructuras, en el discurso -cualquiera- que se impone a un reino de
sordos y mudos, donde el tartamudo y el tuerto imperan. Se le echan (al pueblo
abstracto) migajas; en Tiquipaya se le tira la bazofia interminable sobre la
reivindicación marítima, extendiendo la mano a los otros, mendigando, obviando
que la respuesta para todo, incluso para la costa pacífica, está en un país
productor, empresarial, defensor de y cuidadoso con sus recursos naturales,
ávido de explotar a través de la educación sus recursos humanos. Eso no quieren
los amos; nunca en la historia han deseado que sus sirvientes se ilustren,
porque el poder del conocimiento y la palabra los descalifican. El masismo no
se distingue de ellos. Gobierno de élites. No hay diferencia alguna entre un
capitalista y explotador gringo y uno aymara. Es economía, no pellejo.
La CIDOB se
entrevista con el dudoso Insulza, secretario de la OEA. Éste le promete reunión
con la Comisión de Derechos Humanos. Listo, basta para que el amo se lance
contra ella y despotrique que por qué no se investigan los derechos humanos en
el norte. Sigue la lección del moribundo de Caracas, a quien no le conviene
siquiera que se hable de DDHH. Estamos de cabeza.
Por más que lo he
intentado, no encontré asomo de anglosajonismo en los descalzos indígenas que
marchan para proteger sus tierras, en contra del interés de los millonarios, de
los capitales, de los narcos. El fantasma del fascismo se pasea por la América
Latina, no el del comunismo. Y para comprobarlo escucho en el alejado televisor
la voz de Rafael Correa, el ecuatoriano, mintiendo, mintiendo, y… sufriendo parece,
porque habla como mater dolorosa, no como varón.
04/05/12
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Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 05/06/2012
Publicado en
Semanario Uno 465 (Santa Cruz de la Sierra), 16/07/2012
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