Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Clint Eastwood, en Gran Torino (Estados Unidos, 2008), muestra un par de personajes asiáticos que resultan ser hmong. Para nosotros, acostumbrados a utilizar el término genérico “chino” para todo oriental, este nombre no dice nada. Sin embargo su asociación con Norteamérica durante la guerra de Vietnam fue mayor. No es en vano que el protagonista del filme sea un marine, y que de alguna forma reivindique a un pueblo olvidado por quienes lo envolvieron en el conflicto. Aunque los hmong, que habitaban Laos, Tailandia y Vietnam, incluso China, ya habían jugado un papel del lado de los franceses en Indochina. Tal vez con tal antecedente, la CIA reclutó a decenas de miles de combatientes hmong en la llamada “guerra secreta” de Laos. A manera de pago, y dado el altísimo nivel de bajas, entre combatientes y población civil, casi cien mil, los guerreros hmong tuvieron carta blanca para la producción de opio y heroína, de ancestral consumo para ellos, que se convirtió en un negocio que en parte compraba su lealtad.
Ellos se
encargaron de interrumpir las líneas de aprovisionamiento norvietnamita, de
socorrer a pilotos de aviones derribados en la selva, de mantener el país en
constante lucha de guerrillas. Cuando Norteamérica fue derrotada, se los
abandonó a su suerte. Mucho después reconocieron su labor y se permitió el
ingreso de buena cantidad de refugiados. Para entonces, los hmong ya eran
pocos, perseguidos como bestias salvajes, en constante huida, eternamente
castigados por su supuesta traición. Incluso hoy, en que multitud de ellos
refugiados en Tailandia ha sido repatriada a Laos donde los amontonan en una
isla en condiciones infrahumanas, hecho que ha sido denunciado en las NU. La
secretaria Clinton hace convenios económicos con los países del área, pero se
mantiene muda en cuanto al destino de sus antiguos aliados.
Otros, que se
supone sobreviven en la densa jungla, se alimentan de gusanos y raíces, y de la
poca caza que puedan obtener. Los enigmáticos cazadores hmong han ya perdido la
imagen guerrera que los retrataba.
Mi hija Emily
tiene dos buenas amigas hmong en la universidad de Boulder. En Denver, cerca de
la intersección de las avenidas 14 y Boston se los puede ver al atardecer
retornando del trabajo, camino de sus apartamentos y en montón. Es obvio que no
son japoneses ni chinos, ni filipinos ni vietnamitas. Su contextura física es
particular.
Los hmong de
Minnesota, donde habita la mayor comunidad, son aficionados a la caza.
Atraviesan al vecino Wisconsin durante la temporada del venado, y son eximios
en el arte de matar. Por asuntos de idioma y mala comprensión de la tenencia de
tierras en EUA suelen tener problemas de traspaso ilegal a propiedades
privadas.
En noviembre
2004, el cazador hmong Chai Vang, entonces de 36 años, incurrió en esa falta.
El dueño de la tierra invadida, anglo y también cazador, al verlo llamó a sus
compañeros de partida y le dijeron que la abandonase. En el juicio nunca quedó
claro lo que realmente sucedió. Vang alega que lo insultaron, que se burlaron
de su raza con epítetos derogatorios y le dispararon mientras salía. Declaró
actuar en defensa propia y que al sentir el disparo temió por su vida y mató a
seis e hirió a dos, entre hombres y mujeres. Cabe aclarar que en la tradición
norteamericana de este oficio, las mujeres suelen tener marcadas características
de macho, lo que las pondría a un mismo nivel y en igualdad de condiciones.
Cuando el juez preguntó por qué había rematado por la espalda a algunas de las
víctimas contestó que por irrespetuosas. Y, según dicen por error de
traducción, quedó registrado que el ya para entonces formal atacante dijo que
al menos tres de los muertos merecían morir.
La policía nunca
revisó el rifle de uno de los occisos, el cual según Vang le había disparado.
Hoy está preso en Iowa con seis cadenas perpetuas más setenta años. En él se
quejaba su raza, los feroces hmong que aterrorizaron a las fuerzas comunistas
de Vietnam y Laos y que hoy, casi cuarenta años del fin de la guerra, se
aferran a la vida ocultos como los animales que cazaban.
A raíz de la
tragedia, circularon en el norte del país stickers muy populares que rezaban: “salve
un venado, mate un hmong”.
23/10/12
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Publicado en
Revista EXTRA (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 04/11/2012
Foto: Emile
Gsell/Guerreros hmong
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