Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Recibo noticias de El Alto acerca de la feria de Alasitas. Y algo que durante toda la vida fue un acontecimiento normal, grato además, sobre todo para los niños, se torna controversial.
Cochabamba no es El Alto y hay diferencias entre el mestizaje valluno y la nación aimara, cierto, pero la fiesta no debiera ser pretexto para en pleno siglo XXI intentar darle a esta manifestación popular un halo religioso que se perdió hace mucho y que debió haber desaparecido.
Cuando publicaciones alteñas se refieren a Alasitas como un festejo de dioses andinos, el Ekeko o dios de la abundancia en particular, con la idea -velada o expresa- de que este y su cohorte de huacas, antiguos unos, inventados otros, suplanten la mascarada católica de santos de yeso y delirantes Cristos (pobre Cristo) crucificados, se incurre en error similar al de George Bush o al de los ayatolas iranios. Se está poniendo de moda, como retorno al oscurantismo, que cada cual reclame divinidades para imponer sus creencias o sus propios intereses, sin importarle medios para privar a las generaciones futuras de la libertad de decidir sin coacción ni censura.
Que no hay dios mejor que otro, o que no hay dios bueno a secas, o representante divinizado suyo, es algo imposible de refutar. Los alucinados que pregonan teocracias por venir representan un peligro para el desarrollo histórico, y sean aimaras o nórdicos sus ídolos de barro, deben ser combatidos drásticamente.
Existe la posibilidad de que Alasitas surgiera de un remoto ancestral pasado donde se deificaba al Ekeko, plagado -quiéranlo o no- por centurias de escarnio en manos hispánicas lo que ha dado como resultado un ser que a pesar de la gorra indígena tiene más de gallego que de indiano, aunque alguien asegure que 10 años atrás el Ekeko era un aimara cargado de bienes, aunque bien recuerdo que hace 40 no era un imberbe como lo son las etnias altiplánicas.
Alasitas es un excelente sistema de movilizar la economía entre las masas empobrecidas. Su origen y sus connotaciones deben estudiarse y nunca olvidarse, pero de ahí a hacer creer que el ídolo hará realidad las miniaturas que se llevan a casa y teologizar sobre el asunto es burlarse de la esperanza. Alasitas es una cuestión concreta, un hecho económico a la vez que un fervor de la cultura del pueblo. Hay que impedir que sacerdotes o amautas, como siempre, se apoderen de él y lo transformen -porque así les conviene- en fantasía de infelices, sin destruir, o dejar de vender, la figura de este singular personaje.
24/01/05
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 01/2005
Fotografía: Erios30/Ekeko, Oruro
Saturday, March 1, 2014
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Las últimas líneas del texto, no podían ser más claras y certeras. Justamente estaba pensando en esa mezcolanza artificial y forzada entre el simpático rito de las Alasitas y la santería católica. Muy bien resaltado, los curas y los yatiris fomentan el uso indiscriminado de sus ritos, tergiversándolo todo. Los ekekos que recuerdo haber visto siempre llevaban bigote, contradiciendo eso de que era un dios andino. Yendo más allá, ¿qué tiene que ver la virgen de Urkupiña (u otra deidad) con la costumbre de comprar miniaturas de casas, vehículos, etc, y esperar un milagro suyo para hacerlos realidad? Es más, esto de los “calvarios” (caminatas incluidas) con sus ferias de miniaturas se propagan como hongos en todos los pueblos vallunos, incluso algunas festividades de Santa Cruz. Pero al final, resulta ser un burdo comercio con las aspiraciones de la gente, nada más. Un saludo.
ReplyDeleteToda la razón, José, burdo comercio. Festividades sino creadas azuzadas para llenar las arcas de sabe quién, lejanas de la situación original. Disfrutábamos tanto de niños de Alasitas. Era un acontecimiento. Ahora es fanfarria y ambición, política local e instrumental. Saludos.
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