Wednesday, March 5, 2014

Lunes otra vez/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Amanece con el nuevo bufón de Venezuela cantando. Sigue la perorata de paz y amor. Este tipo parece escapado de los años 60, del summer of love, pero con una gran diferencia: miente. Aquellos eran ilusos, este un patán tiránico y asesino. El amor, el amor… lo menciona más que Shakira pero carece de sus atributos para ejercitarlo. Mientras tanto Venezuela se desangra y es objeto libre para cualquier postor con un mínimo de inteligencia. Las infantas, hijas de Chávez, se dedican al puterío oficial con recursos públicos y el mundo bien gracias. Como para creer.

Ucrania. Hará un par de años mi amiga Tetyana Shumydub me trajo de Kiev una de esas bufandas de fútbol con los colores de la selección. Ella, ucraniana, me dijo -textual- te la traje porque sé que a ti te interesan las vainas de mi país. Veo en Facebook que hoy adorna su muro con un agresivo puño azul-amarillo, desafiando la afrenta rusa. Larga historia esta, más en Crimea.

Luego de la gran rebelión cosaca de 1648 para removerse el mandato polaco, y bajo el bastón de mando del atamán Chmielnicki, la situación cambió. Las posibilidades estaban dadas para estructurar una nación libre en la estepa. Pero Polonia era un poder todavía demasiado grande y los cosacos firmaron un tratado que los ponía bajo el amparo moscovita que comenzaba a crecer. Crimea entonces era un kanato tártaro, y lo siguió siendo por cien años más, con una herencia que les venía desde la Horda de Oro, y una conveniente sujeción al imperio otomano.

Retomo, como lo hago cada vez que hablo de literatura e historia, la inolvidable trilogía de Henryk Sienkiewicz, en cuyo primer libro, A sangre y fuego, se detalla justamente el alzamiento de 1648, desde el punto de vista de un patriota polaco que defendía la República y que sin embargo detallaba la crueldad de ambos bandos con pasión. Los zaporogos se aliaron con los mongoles de Crimea; entonces el peso del khan en la región era inmenso, y los cosacos no estaban, a pesar de su odio ancestral contra los tártaros, en la posibilidad de eludir su ayuda. Ofrecieron tributo en esclavos: polacos que atraparan prisioneros, soldados o labriegos, judíos… y el gran hetman inclinaba la cerviz ante los ojos rasgados de los beys. Hoy se disputa la península entre Rusia y Ucrania. Tártaros no debe haber, fueron expulsados y relocalizados hace mucho. Turcos tampoco, pero la presencia centenaria de unos y otros, así como de rusos, ucranios y polacos, desmitifica los reclamos de antigüedad incuestionable de todos. Incluso podríamos remontarnos a los griegos de Homero, los que pastaban y mataban en las afueras de Ilión, y cuyo alimento venía desde esas orillas del Mar Negro, el Quersoneso, de Crimea y de la estepa. La historia tiene muchas facetas y se olvida eso con facilidad.

Lo recuerdo para sentar bases de una discusión que no ha de solucionarse pronto. No creo ver reeditada otra Guerra de Crimea (1853-1856), en la que tanto Rusia como las potencias occidentales alegaban derechos firmados en papeles e intereses como hoy. Dudo que contemplemos insensateces como la carga de la Brigada Ligera, pero que las habrá, sí, de otra índole en otro tiempo histórico. Tan tonto, avieso, ambicioso es el hombre.

Busco la bufanda para inclinar mi propia balanza hacia un lado. Yo mismo me confundo, hablando de Ucrania, refiriéndome a ella como parte de Rusia. Historias comunes, grandes nombres compartidos, una lengua. Pero, al entrar en detalles, avistamos la maraña de un problema anciano de infinitas ramificaciones.

Nicolás Maduro no para de cantar. Multitud de pajaricos sobrevuela su cabeza; lo decoran con excremento que para él significará bendición, siendo que tal vez uno de los gorriones sea el inefable comandante. Lunes otra vez.
03/03/14

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 05/03/2014

Imagen: Ilya Repin/Los zaporogos escribiendo una carta al sultán

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