Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Pesada la
controversia de delimitar fronteras para dioses y diablos. Si fuésemos
ortodoxos tendríamos que liberarnos de tantas cosas ajenas en nuestra cultura que
quedaríamos desnudos; la vestimenta en primer lugar, aparte de músicas,
instrumentos, etc, como escribió Oscar García Guzmán en su Libro de rastros (3600 Editores).
Viene el tema de
la diablada, que sirve de cubierta además de un precioso libro de Isherwood
escrito hace mucho y recientemente publicado en México en español. No se puede
prohibir a peruanos y chilenos, o franceses e indostanos, practicar este único
y asombroso baile del altiplano boliviano. Único de por sí, sin necesidad de
pregonar a los vientos su pertenencia exclusiva. La diablada es otra herencia
colonial, y eso le restaría espacio si jugamos a ser fundamentales. Lo que pasa
es que los oligarcas de la cultura son bizcos o miopes, o, lo más probable,
simples malintencionados que se apropian de las cosas con sentido de rapiña,
monetaria y política. Inútil, innecesaria la pelea de si nació allá o acá,
porque en primer lugar tenemos una discusión local aún no resuelta: de si es
orureña o nace en Aullagas de Bolivia, Potosí. Sabemos que la historia del
espectáculo viene de antiguo entre nosotros. Que se la imite “afuera”, se la
reproduzca con fidelidad y hasta con aditamentos, no está al alcance de
nuestras prohibiciones. Imagínense si los burdos castellanos, o los todavía
porqueros de Extremadura nos vetaran utilizar su magnífica y maldita lengua…
Quedaríamos mudos porque no aprendimos la de los ancestros, y estos son tan
difusos, tan entremezclados, que la hipotética herencia devendría en chamusquina
con olor de incendio. Aceptémonos y aceptemos que a cualquiera le asiste el
derecho de cantar, bailar, zapatear o copular en la forma que le parezca,
porque si nos ponemos egoístas y queremos lo propio solo para nosotros, mejor
encerrarse como el mago de Bashevis Singer, el de Lublín, y pecar como Onán,
que las pajas son secretas y aunque se sospechan, no se ven.
Ahora viene el
tirano con sus extravagancias de meretriz, otra más, y arroja la imagen del
Diablódromo a un pueblo ávido de reconocimiento e identidad. Los huérfanos son
gente deleznable. Allá él, con una pelota de fútbol madeinusa en lugar de
cabeza. Ha perdido estrado, se ve por la poca difusión de la bufonada de
Tiwanacu. Tiene que inventar. Su marica asesor rebusca entre los vericuetos de
la palabra e idea asuntos que parecen ser surreales aunque son, simple y llano,
cojudos. Eso nos debiera preocupar más, que el semidiós desee relacionar lo
nuestro, el conjunto de lo que llamamos nuestro, como suyo, que sin él no hay
Bolivia, ni diablada, ni costa pacífica, ni puquina ni Amazonas. Ese implica un
riesgo mayor a que los cuzqueños bailen una también interesante diablada, que
de cierta manera es suya por los añadidos, sobre los escombros del Coricancha.
He visto retratos
de diablos en la Hungría que de espectros, brucolacos y vampiros sabe
demasiado. En el sombrerote que le pusieron a Juan Hus para quemarlo había
pintadas imágenes demoníacas que vendrían del folclor. Los demonios andinos,
bien parecidos a los japoneses, se mezclaron con las fobias del conquistador
para dar lugar al carnaval orureño. Patrimonio de todos, sin excepción.
Hace años, en el
Museo de las Américas, en Denver, en lo que hoy se conoce como el Distrito de
las Artes de la avenida Santa Fe, apareció en escena un Satanás de capa azul.
Alto, con botas rojas como las que usaba George Foreman. Se agitaron los
llameros y porqueros de mis sangres y salté en medio de la aterrada
concurrencia gringa para ejercitar pasos de diablo mayor. Cuando llegó la
policía alegué euforia cultural, orígenes, herencias, pero no me creyeron. Era
un mexicano más con aficiones adictas y conducta antisocial.
09/02/15
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 10/02/15
Este artículo sonará a herejía en Folkloristán, seguro. Demonios, diablos, diabladas se representan en diversas culturas del mundo. Personalmente he visto celebraciones multitudinarias personificando al diablo en la fiesta de San Antonio que se celebra en enero en Mallorca y las otras islas baleares y de data antigua, además. Nuestra diablada es quizás una de las más bellas y espectaculares, no cabe duda. Pero creernos casi los únicos inspirados suena infantil y egoista. Ay, nuestra Bolivia provinciana. Además, qué reclaman los talibanes del folclore si fueron los propios bolivianos (comerciantes, artesanos confeccionistas y bandas) que llevaron esta danza y otras a países vecinos, luego que no se quejen de que hayan arraigado allí. Saludos.
ReplyDeleteAsí es, José. Pero al menos por ahora nada se puede decir. El país vive el idilio del nuevo apu, cuya retorcida retórica entremezcla illas con lexus y narco con bartolinas. La fiesta de Momo. Por ahora. Abrazo.
ReplyDeleteCompletamente de acuerdo!
ReplyDeleteAhora la Banda Intercontinental Poopo ha sido criticada fuertemente por su participacion en la fiesta de Candelario de Puno. Sin embargo, ya desde 1958 mi grupo de Diablada junto con residentes peruanos hemos ido a bailar en Pomata y Puno. Los artesanos mascareros tambien iban a Peru para vender mascaras y vestimentas bordadas, lo que representa un buen negocio hasta hoy.
Es un legado colectivo, no nacional. Insulsa la discusión, solo válida para quienes juegan con soberanías, tradiciones, etc, que puedan servirles en su angurria de oro y de poder.
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