Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cochabamba, en el usual viaje de año, presenta de entrada los signos de decaimiento que inicialmente asocié al común envejecimiento de la tierra y mío. Añadido ahora el problema de la sequía, el panorama es sombrío, brillante sombrío con el sol que quema.
Me dice un sobrino de la ausencia de nevadas. No vino la de la Virgen del Carmen, en julio, y la primera vista en medio del polvo de la avenida Killmann fue un pico Tunari desprovisto ya de esa tapadura blanca que guardaba en su condición de muela andina. Lástima que no está mi padre para contarme la que debiera llegar a mediados de agosto, sospechosamente relacionada con la festividad de Urkupiña. Veremos, aunque parece que no, que no la veremos por mucho o por siempre ya. Amén negativo. No queda otra.
Si es irreversible lo dirán los que estudian estos fenómenos, pero cualquier avance provechoso al respecto parece destinado a perecer ante una sentencia inmutable. Así la verde Cochabamba de la infancia se transformará en un marrón oscuro, de mierda seca como los de la barriada de Nezahualcoyotl, en México capital. Culpa única de los hombres tal vez no, pero ello no les quita castigo, el de ir destruyendo un mito construido en centenas, barrido igual a polvo. La flor del valle, el jardín de la república… retórica pronto inservible que a tiempo de destruir un mito que alguna vez fue realidad irá ahondándolo más en un paisaje que tendrá mucho de Mad Max y poco de vergel.
Se contempla el polvo como vaho nebuloso de una explosión atómica. A corta distancia no se lo ve pero se siente en el gaznate, en los orificios nasales, en la respiración. Imagino, y cómo lo imagino, que vivir de nuevo acá tendría visos de suicidio que sin embargo no descarto.
Suena a trompeta muda, de esas que no derriban Jericós, hablar de soluciones. No se puede, y nunca se pudo no en descargo del gobierno actual y sí como mácula local, nacional, boliviana, pensar que ciertas políticas pudiesen revertir el desastre. Supongo que es tarde pero el esfuerzo vale hasta el punto del auto-engaño.
Poopó aparte de una tragedia medioambiental es una humana. Hasta hoy no he leído acerca del destino de los moratos, aquella minúscula etnia uru que ya estaba siendo absorbida por los aimaras y que dependía del lago. Extinción cubierta de silencio como suele pasar. Solo queda engrosar las listas, y Bolivia se presenta como insigne dadora de elementos para ampliarlas, para quedarnos sin nada porque la verborrea canina de los gobiernos guarda como único fin un bienestar privado y esquizoide. Allá ellos.
Mi hermano Armando opina que el ecosistema del valle cochabambino ha sobrepasado su umbral ecológico: demasiada población y escasos, limitados recursos, principalmente agua. Lo poco cultivable se asfixia más y más bajo cemento en el valle bajo. Asunto social, de hecho, porque esa mancha humana compuesta de migrantes, nuevos ricos alteños que compran tierras en el sur cochabambino con ansias recreativas e ínfulas patronales, va mermando el ya pequeño espacio de cultivo promoviendo una contaminación veloz y fulminante convirtiéndonos a la fuerza en zona de desastre.
No ayuda, por supuesto, la mitomanía del poder que inventa espejismos para decorar la barbarie. A la impresión brutal de ruina y de desierto oponen parrafadas de Suizas americanas, de Bolivia potencia nuclear y etcéteras, mantos de asno para un pueblo ya ciego, bizco, o al menos con cataratas.
Más que inquietarme, me irrita, porque atenta personalmente contra mí, me quita esperanza, avasalla mi futuro pensado en un retorno. ¿A qué?
01/08/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 02/08/2016
Tuesday, August 2, 2016
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