a Pablo Mendieta Paz
Denver, Broadway
Avenue. La calle explota en pubs, cafés, restaurantes fusión, tiendas de arte,
de moda, ropa antigua. Nuestro destino usual está en la esquina con Bayaud: la
pizzería neoyorquina Famous Pizza que visitamos por más de una década.
Pisos de madera,
sillas y mesas simples. Algo de tinte no muy limpio, nada aristocrático, casi
descuidado. Parece un rincón de Nueva York. Así lo creemos desde siempre y actuamos
como tal mientras ordeno una de requesón y muzzarella con espinaca, la única
pizza blanca, que adobo con ajo en polvo, cayena y orégano. Instantes de
distracción, de traslado.
Luego a una
librería de viejo donde en la sección de lenguas extranjeras encuentro un
Onetti y el Fausto de Estanislao del
Campo (pienso en Borges). Paso libros en chino, en ruso, serbocroata, y,
escondido, con las tapas naranjas de Editorial Losada en impresiones pasadas,
hallo a Roberto Payró que me mencionó Alicia Coqueugniot. El casamiento de Laucha, Chamijo,
El falso Inca, novelas breves en ese
orden y en un volumen, aunque la primera y la última preceden a Chamijo por 20 años. Sucede que en
términos de historia, la más nueva debiera ser preámbulo de El falso Inca. De ahí la distribución.
La historia del
pícaro Laucha me retorna a la literatura gauchesca, al inicio de mi vicio de
lector, iniciado con Güiraldes y Guillermo House. Retrata la Argentina
cambiante, luego de guerras que la asolaron por tanto tiempo. En sus páginas
vive el criollo, entre el azar y el engaño, y comparte la gran soledad del
llano con los primeros inmigrantes italianos que se insertaron en la pampa
hablando un idioma a medias y mucho ahínco.
Pedro Chamijo, o
Pedro Bohórquez como se hacía llamar, era sevillano y llegó a hacer la América
en 1620. La enciclopedia dice que quizá fuera morisco o mudéjar, hecho que en
la historia contada, por el tinte de piel, le serviría de algo.
Hechizó a muchos,
varios de muy alto nivel como virreyes, con historias que afirmaban conocer la
ubicación exacta de grandes tesoros, del Gran Paititi. Al fracasar en dos
oportunidades resultó perseguido por sus auspiciadores y vivió a salto de mata.
Termina afincándose, lo que es mentira en su irremediable nomadismo, en los valles
calchaquíes del Tucumán casi 40 años después (circa 1656), utilizando el mismo
argumento como otrora hiciese en Lima para encandilar la ambición de los pocos
españoles del área. Decíales que el cerro Famatina, adorado por los indios,
escondida minas tapiadas desde la muerte del Inca, Atahualpa, de envíos de oro
y plata que se contaban para el rescate y que se escondieron al saberse el
horrendo crimen contra el hijo del sol.
Este cerro
encantado por los machis (brujos) mostraba riquísimas vetas de mineral que
brillaban a lo lejos, pero al acercarse los extraños eran alejados por furiosas
borrascas. Bohórquez afirmaba saber cómo encontrar esas minas explicando el
sistema que habían seguido los nativos para ocultarlas en imposibles riscos.
Así logró convencer al gobernador del Tucumán y conseguir el frágil apoyo de
los desconfiados jesuitas.
A la par de
congraciarse con los jerarcas españoles, indagaba en los pueblos indios acerca
de la futura rebelión que se veía venir. Por cien años el valle calchaquí habíase
turbado en revueltas que causaban temor y desasosiego en conquistadores y
colonos. Claro que Chamijo, a quien ya conocían las tribus con el sobrenombre
de Huallpa-Inca, incluso sabiendo que no descendía de Manco Capac, ni de
“Sinchi Roca el valeroso, de Lloque Yupanqui, el zurdo, de Capac Yupanqui, de
Inca Roca, el prudente”, ni “del gran Yaguar Huacac, el que lloraba sangre, de
Ripac Viracocha, que anunció la futura llegada de nuestros nefandos opresores,
del noble y denodado Titu-Manco-Capac-Pachacutec, perturbador del mundo, del
heroico Yupanqui (…), del padre deslumbrador Tupac-Yupanqui, de Huaina Capac,
el joven rico, conquistador de Quito y padre del sol de alegría
Inti-Cusi-Huallpa, y del traicionado y atormentado Atahualpa (…)”, fue aceptado
porque necesitaban un liderazgo que los condujese en unidad hacia el fin común.
Pícaro convertido
por las circunstancias en ser trágico, jugaba a dos caras. Prometía el camino a
la Ciudad de los Césares al gobernador, sabiendo que no existía, o no lo conocía.
Ya descubierto el ardid y para evitar castigo, ofreció a cambio espiar entre
indios para evitar la rebelión, mientras, al mismo tiempo, hablaba a los
nativos del retorno a un incario que poco tiempo había tenido en la región y
que había sido también combatido con denuedo, pero que servía para aglutinar a
los alzados.
Payró dibuja el
esquema rebelde con maestría; igual hace con los aterrorizados colonos que
piden refuerzos desesperados a Lima, a Chuquisaca, a Buenos Aires. El estallido
es inminente y cuando explota los valles se agitan en sangrienta turbulencia.
Los indómitos Quilmes, “nunca vencidos, en sus mesetas frente al Aconquija”;
“los Andalgalás, de junto a las salinas, los Acalianes del valle de Anucán, Los
lejanos Lules del Tucumanhao”, los Diaguitas, los Escalonis, los terribles
Calchaquíes, todos tras la figura endeble y sospechosa del Inca Huallpa que
termina ofreciéndose a los castellanos a cambio de su vida. La historia no
termina allí. Pasarán años y vendrá la forzada esclavitud, la muerte, el
hambre. Las mujeres Quilmes se arrojarán a los abismos con sus hijos en brazos.
Muchos serán expatriados a la pampa bonaerense donde desaparecerá su estirpe.
A Bohórquez lo
llenan de cadenas en Lima. La reina regente, doña María de Austria, ordena que
se obre conforme a justicia y gobierno. Dan garrote al reo, lo desmembran, y su
cabeza “fue clavada en el arco del puente que mira al barrio de San Lázaro”.
03/10/16
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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 16/10/2016
Imagen:
1 Oro incaico.
2 Sierras de Famatina
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1 Oro incaico.
2 Sierras de Famatina
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