Roberto Burgos
Cantor, escritor colombiano, decía en El Universal de Cartagena, y antes de
desarrollarse el plebiscito que dio triunfante al NO, que: “La contenida
emoción, la radiante electricidad de sentimientos nuevos, el perplejo estar
ante algo cuya dimensión sobrepasa, mostró uno de esos instantes irrepetibles
que anuncian un cambio rotundo, el aleteo revivido de la ilusión”. La pregunta
está en si algo cambió con los resultados.
No en el sentido
que anota el novelista porque ese aleteo ilusionado pervive y no podrá ya
detenerse hasta que callen los cañones de todos lados. Entonces ¿dónde hubo
equivocación? Santos tuvo la decencia (tal vez debida a su extremo optimismo)
de convocar el plebiscito sin obligación de hacerlo. Quería coronar con
respaldo popular, no demasiado en términos porcentuales, un proyecto personal
que a ratos tuvo visos de vanidad individualista o de cálculo (no sé de qué
tipo porque político era muy difícil dada su escasa aprobación). El “pueblo” que
es siempre desconfiado y siempre maledicente, habló de “traición”, de “compra”,
de “venta”, de búsqueda de un premio Nóbel y sinfín de posibilidades, en su
mayoría negativas. Hubo una predisposición a oponerse a un aparente engaño, a
otra suerte de emboscada de las fuerzas guerrilleras, casi derrotadas
militarmente pero con todavía sustancial número de combatientes e incalculable
dinero.
Estaba, además,
el factor urbano, ese de una nueva Colombia que se relacionaba con el conflicto
desde cierta distancia. La Colombia dinámica, por qué no decir pudiente, para quien
la lucha guerrillera era un anacronismo que el tiempo se encargaría de
evaporar. Muy diferente a los departamentos afectados por la lucha armada.
Las FARC, al
igual que gran parte de la retórica de izquierda en América Latina, habían
perdido el pedestal moral con que se inició la lucha de liberación en el
continente. La épica, y la lírica, del guevarismo era hasta discordante con
estos empresarios, también barbados, que basaban su sustento no en la simpatía
que la lucha de los menos contra los más alienta, sino en actividades ilícitas
como el narcotráfico que forman parte de un oscuro espectro de destrucción
masiva, ultraclasista, vertical y violento, capitalista, imperial y larga lista
de adjetivos que debían en teoría formar parte del otro bando. Con los años
resultó que la lucha por la sociedad sin clases, que la revolución que
destruiría los esquemas de desigualdad del pasado, pasaban a segundo plano
dejando en limpio que solo se combatía por el poder. Alcanzado este se abriría
el camino a una cúpula poderosa cuyos inexorables designios contarían con la
total sumisión de la población a sus actos y sus ideas (de haber alguna), a la
usanza de los hermanos Castro, batistianos de corazón y mentirosos en verbo.
No se les dio, ni
a Santos ni a Timochenko. Si bien el revés fue por muy pocos votos, los obliga
a encarar el asunto de la paz desde otra perspectiva, aquella que no sea ni
remolona ni en extremo dadivosa con los, seamos claros, derrotados de la
historia. Para que estos Señores (con mayúscula), gordos y rozagantes en
oposición al magro Che, puedan tener un lugar en el futuro de su país tendrán
que cumplir ciertos requisitos, algunos de los cuales son repararación económica
a las víctimas, desintegrar las redes de narcóticos que operan para ellos,
aceptar penas de cárcel como las que cumplen (no todos) los asesinos militares
y paramilitares y lo que se requiera. De otra forma, vamos al monte de nuevo,
opción ya imposible en estas circunstancias.
Los jerarcas de
las FARC deben comprender que su inserción con ventaja en la vida política
colombiana no es más; tiene costo. Sin necesidad de demonizarlos e imponerles
un calvario, tienen que pagar. La tropa guerrillera imagino que estará contenta
de terminar la sangrienta parodia y retornar a la vida civil. Será difícil,
seguro, pero el paso mayor se ha dado y se ha detenido el solapado intento de
los jefes de escapar gratis. Está muy bien.
03/10/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 04/10/2016
"Solapado intento d escapar gratis..", agudas como claves palabras para entender toda esta payasada en la q el ya reconfirmadìsimo sinuoso santos se prestò para alcahueta. Yo no me perderìa en bondadosas cavilaciones: las farc no son mas q vulgares maleantes y otro fétido apéndice narco, y como tales deben simple y llanamente pagar. Muerte o carcel. Lo primero siempre es y serà mjor pa toda alimaňa q se disfraza d redentor barbado..
ReplyDeleteY lo q es peor: su objetivo mayor d estos d pronto contritos delincuentes es incrustarse en cargos polìticos tal cual hizo el narco aquì con el vil cocalero q lleva los negocios en jauja.
Ojo por ojo. A quien amò repartir balas, hay q darle unas pocas pero bien ubicadas.
Abrazos mi amigo.
Así es Achille. El riesgo latente de crear otra Venezuela estaba allí, y decirlo no es reclamar a Uribe para la presidencia ni nada similar. Si sucede será un asunto colombiano, pero al menos por ahora se ha detenido la formación adrede de otro monstruo como la mal llamada "república bolivariana", nido de ratones y delincuentes, nada más.
DeleteYa escribía un amigo colombiano que las veleidades de político le habían cobrado factura al presidente Santos, al querer refrendar el acuerdo a través de las urnas, cuando no había necesidad de hacerlo. El afán de protagonismo, aunado a errores de cálculo (como el no prever que las FARC son tremendamente impopulares entre la población urbana), el torpedeo del uribismo (Uribe también hubiera sellado la paz de la misma manera, si él hubiese sido presidente, afirma un escritor) y la poca participación del electorado contribuyeron a la debacle. Como sea, el retorno a la lucha armada ya suena a anacronismo, tanto el Estado colombiano como la guerrilla están desgastados y por fuerza tendrán que buscar algún mecanismo o renegociación de las condiciones para lograr una paz duradera. Saludos.
ReplyDeleteExactamente. Sonrío ante la alharaca de algunos que auguran la guerra del fin del mundo. Seguirán los grupos disidentes, con o sin el ELN, y nada más, hasta su destrucción final.
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