Profilaxis.
Busqué un sauna finlandés para sudar el objeto de mis odios, el destilado
inmundo de la realidad con que los autócratas nos castigan. No lo hallé y
decidí enroscarme entre libros, con un tango que otro para matizar la paz.
Me privé de
televisión, de prensa. El Denver Post quedó envuelto en su plástico naranja y
el New York Times en azul. Colores de bolsa diferencian los diarios que reciben
los suscriptores. Transparente para el Wall Street Journal, amarillo para el
USA Today. Rosado para el Financial Times que ya no se reparte. Poco a poco se
van agotando, escondiéndose en la nube virtual, las publicaciones en papel.
Puede que para bien. Pero extraño.
El silencio fue
una aspirina, aquella que alivió el mareo de ver a los dioses revoloteando
impúdicos, creyéndose querubines aunque ni peso ni imagen los acompañan en ese
trastrocamiento de lo real. A pesar de que ello no cambia nada, que la
transformación es sustantivo ajeno al acto en sí, decidí hacerlo, agarrarme de
la modorra de un domingo, casi como si fuera el de ramos, en Jerusalén y
ocuparme de las ollas en busca de la esencia africana del feijão caseiro,
sin hocicos ni patas como la pobreza obliga, pero con el ferviente deseo de
impulsarme hacia mundos suaves que me alejaran más que del caos del esperpento.
Caí en la cebolla picada fina, en el humo gustoso de la cecina tostada, en el
color medieval del frijol, tan oscuro como las cuevas de Piranesi. En el ajo.
El alho.
Me pregunto, então, si el frijol negro no importa más que
Donald Trump, si el cardamomo que “el” Evo. Me respondo que sí y muevo el palo
ya renegrido y gastado con el que cocino desde hace veinte años. Puse cebolla
verde de cama y cuando la frijolada estaba casi lista añadí trozos grandes de
cebolla y pimentón rojo para que quedaran crocantes al sacar el plato y
servirlo. Sacamos una foto porque el recipiente hondo, mitad relleno de
feijoada negra y mitad de arroz blanquísimo, con tintes de verde oscuro y rojo
profundo era un Miró en movimiento, burbujeante, humeante, vivo.
Profilaxis.
Debiera hacerlo seguido. Me decía a veces si aguantaría vivir el martirio
de tener de amo al presidente Morales. Seguro que no. Me fui antes que él y
viví la angustia de los gobiernos Bush en los Estados Unidos, que hoy parecen
pequeños rufianes de los Picapiedra comparados con Trump y Pence, el porno y el
inquisidor, en una dualidad impensable y que hoy forman el corazón de
este país ya entregado a la perversidad y la perversión que antes solo latían y
se sospechaban y que se han soltado como perros del apocalipsis.
Nada mejor que refugiarse en el entrevero de sartenes y copas, en agotar
los restos de un garnacha ya de varios días o recibir una cerveza hefeweizen de mi Emily por un día del
padre que será el próximo domingo. Cerveza alemana y queso azul irlandés. Me
conoce; sabe que adoro juntar la fortaleza del queso podrido con el dulzor del
trigo retostado. Mientras la tarde recula y se va reclinando junto a la luz del
sol.
Profilaxis. Televisión de peces espantosos y de búsqueda de un demonio
con cuerpo de cerdo y cabeza de perro en las montañas de Laos. Por la persiana
abierta entra una brisa y hace sonidos casi místicos. Sorbo el limón que flota
en un tenue marrón de alcohol de las Antillas. Espero a las cinco por las seis
y a las seis por las siete. ¿Por dónde andarán los amos, arrastrando cadenas y
creyéndose libres? Peluquines, pelucones, entre juez británico, prestamista
flamenco y cortesano francés. Dónde andará mi “andina y dulce Rita de junco y
capulí” (César Vallejo). Luego me duermo.
12/06/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 13/06/2017
intrincado texto que denota tú ansiedad, expresada mejor,de lo que nosotros podemos hacer, frente al tragicómico surrealismo boliviano..saludos
ReplyDeleteUna apuesta por lo imposible, lo inverosímil, lo inesperado. Todavía faltan por verse tantas cosas. Saludos, Fernando.
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