Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Difícil mantener
la mesura. No estamos con un café a mano viendo pasar el desfile. Hay el asunto
de la censura, la autocensura, la prohibición. Álvaro García, frenético,
amenaza con encerrar a “cualquier cachafaz”, sin darse cuenta de la acepción de
“simpático sinvergüenza” que tiene esa palabra, y menos de la historia del gran
bailarín de tango, El Cachafaz, “feo como la noche” pero de ágiles piernas y
rodillas. El señor utiliza el lenguaje como fregona el trapeador.
Casualmente,
porque Andrés Oppenheimer no es individuo de mi predilección, veo la entrevista
que le hace a la presidente de diputados de Bolivia. De no creer cómo el
lenguaje en manos de gente inadecuada se convierte en desecho de muladar. Pobre
Cervantes viendo a este rebaño martizirar el verbo. La señora en cuestión, que
Dios me libre de proferir las inmundicias que me vienen en mente y callarme y
mantener el control, o usa una monumental cantidad de maquillaje o simplemente
no tiene sangre en las venas. Uno que se ha movido en el bajo mundo de
distintas ciudades y visto, oído y hecho lo que no debiera, todavía guarda
alguna vergüenza. Por eso prefiero a los malandras que a los políticos. Hay
algo muy humano en robar o matar, y muy poco en mentir con tal descaro.
Leo a mi amigo
Wim en sesudo análisis de las elecciones judiciales y del panorama en general y
en perspectiva. Me alegro que los analistas desglosen los asuntos y comenten lo
particular para referirse a lo extenso, pero eso no es lo mío. Yo estoy en la
ira. Y a pesar de que opinan que es mala consejera, seguro estoy de que existen
ocasiones donde la razón debe dejarle paso y permitir el vendaval que trae con
las consecuencias que tenga. Al fin, uno solo tiene que reportarse a sí mismo y
justificarse ídem.
Lo que ocurre en
el país no es que sea innombrable: tiene nombre. Uno, arriba, seguro, un
capullo después, y larga lista de orcos siguiendo (para dar crédito a Tolkien
en retratar la fealdad y la bajeza). ¿Qué hacer al respecto? He leído incluso
que algunos se han encomendado a los cielos. En santería estarán perforando
figurines de líderes con todo objeto punzante y cortante, mas la pregunta
sigue: ¿Qué hacer?
Habrá que
retornar a lecturas del medioevo, porque en esas estamos, y por supuesto hacer
énfasis en los aspectos económicos y sociales que marcaron con especificidad de
lugar aquellas vidas. Pero, sobre todo, en cómo lidiar con la omnipotencia, la
impunidad, el desprecio por la ley y el colectivo. Tal vez en los arcanos
profundos y penumbrales del pasado encontremos respuestas.
Tal vez en los
violentos.
Maestros del
retruécano. Sin que implique destreza de bien en la lengua, riqueza en la
retórica, avidez en la metáfora.
Duro de creerlo
pero en la América que fue asolada por el terror por siglos vemos levantarse la
monarquía absoluta con visos de divinidad. No solo se puede culpar a los
ejecutores sino a quienes lo permiten, a esa mayoría indígena que aparte de berrinches
y coloridos emblemas sabe y siente que nada nuevo esté ocurriendo. Revive el
masismo la triste tradición de patrones y pongos. A los intelectuales (muchos
también que ahora se declaran oposición) seducidos por laureles y vanidad sin
límites. Debe ser extrema sensación asumirse como parte de la historia sin
darse cuenta de que la historia no se escribe hoy en Bolivia con perspectiva de
futuro y de estudio. Es tan simple como decir que aquí y hoy se activa y se
pinta el descarado latrocinio exento de legado positivo.
La diputada, de
cuyo execrable nombre no quiero acordarme, puede continuar su idilio. El poder,
como el amor, de los que participa, suele caracterizarse por lo efímero. Lo
lascivo no le quita lo mortal.
04/12/17
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 06/12/2017
Imagen: Faustino Bocchi/La fertilidad del huevo
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