Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Empezó
vendiendo libros. Yo los compraba a menudo. Buena selección, no muy extensa,
precios mayores a competidores como Barnes & Noble. Fueron puliendo el
negocio, se alimentaron del éxito de empresas como UPS, de gigantes como EBay,
del suceso de historias similares en otros lugares del mundo. En una década se
hicieron imprescindibles, para llegar al hoy en donde son no solo un fenómeno
económico sino uno social, el nuevo mito norteamericano luego de Superman y
Elvis Presley.
Hoy en día los
niños en las calles de Norteamérica miran a los choferes de Amazon como
superhéroes, los admiran, los envidian, quieren ser iguales a ellos cuando
crezcan. Agitan las manos y chillan: ¡Amazon, Amazon! Bellas mujeres les
sonríen y los millonarios han aceptado lo imposible, que un tipo desconocido, y
muchas veces extranjero, atraviese sus rejas guardadas por perros y armas y
llegue a su puerta a dejarles un paquete. Era impensable. Es realidad.
La palabra
“miramiento”, tan boliviana, más cochabambina, ha hallado sitio en una sociedad
que quería esconderla. Ahora los miramientos entre vecinos en Estados Unidos
son abiertos. Si un camión de Amazon trae cosas a cierta casa, hay la seguridad
de que mañana serán dos y luego toda la cuadra, el barrio, la villa. Existe,
fuera de la innegable comodidad de no salir a comprar y recibir las cosas en
casa, un condicionamiento que establece diferencias sociales entre quienes
compran y quienes no desde Amazon. Estatus social, eso proveen los azulgrises
camiones de la empresa fuera de sus productos varios.
Respecto a
la diversidad de lo ofrecido, este monstruo económico está devorando la pequeña
empresa. Hay inversores que prefieren, no siempre con éxito, comprar productos
en China y venderlos acá. Siempre China será más barato. Hay narraciones de
fortunas levantadas en un santiamén pero muchas más de fracasos. Eso entre los
individuos, porque Leviatán crece, se alimenta, engorda, devora. Quien medra a
su sombra no le interesa, hay demasiada gente que quiere medrar y los caminos,
como en el Congo belga del fatídico Leopoldo, están hechos de huesos de los
caídos (en muy distintas circunstancias, obviamente).
Los dependientes
de tiendas están siendo afectados, bien pronto destruidos. Cierto que Amazon
crea muchísimas fuentes de trabajo, pero creo que destroza más. Seguro que ya
hay estadísticas al respecto que habrá que ver. Pero si el cliente ya no va a
la tienda a comprar, los empleadores reducirán su personal por supervivencia.
Eran libros, dijimos, al principio, hoy es comida para perros, pañales, papel
higiénico, calzones, pelotas, discos de vinilo, cunas, sillas, computadoras,
trampolines, repuestos para automóviles y mucho más.
En los
apartamentos, supuestamente de gente que no puede comprar casa, es notorio que
la gente de los pisos superiores: tercer, cuarto, ya no pasa por la pesadilla
de subir un paquete de veinte kilos por la escalera, o un inmenso cajón que
apenas cabe en el ascensor. Lo soluciona el mito: Amazon. Cuando llega el
cliente a casa su pedido está en la puerta, en silencio, sin presiones, sin
socializar con nadie, sin hablar, sin sentir, sin oler. Un sueño americano. Por
un lado, por el otro lo ya dicho, que se acepta la intromisión de desconocidos
en predios privados, incluso se les permite acceder a códigos secretos para
abrir las puertas de hierro, a pesar de carteles que advierten que si sabes
leer debes saber que estás en la mira, que te apuntan a la cabeza desde las
ventanas, que cualquier movimiento en falso te la vuelan sin perjuicio para los
matadores porque defienden su propiedad y su vida. Ningún juez los castigará en
el paraíso de la propiedad privada.
Asunto de
tratados socio-antropológicos. Estas son solo anotaciones del siglo XXII, el
nuevo mundo.
10/06/19
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 11/06/2019
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