Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Y
llegaremos. Recibo en mi correo, Messenger y demás maneras de comunicarse hoy,
variedad de cosas. Manifiestos, exabruptos, odios, rencores, imaginaciones,
posibles mentiras, y mucho de cierto, seguro.
Demencia
sexual en el Chapare, con motivo del aniversario o lo que fuere del cacique,
cuentan. El poder suele querer afirmarse en el miembro masculino. El poder es
fálico. Pero la eyaculación implica muerte. Hay cierta disonancia en eso. El
macho perece, se lo come la hembra muchas veces en el reino animal. ¿Será
Bolivia la hembra que devore esta locura, el imperio de Alvarito y del cabezón?
Quizá. Ella ha consumido a tantos, porque muchos, o todos, se creyeron
indispensables, eternos, divinos, chingones, patriarcas, héroes, superhéroes.
Los tragaron sin sal, que la historia no se preocupa de sazonar a sus víctimas.
Si creemos que los achachilas los protegerán, pues nos equivocamos. Ni
achachilas, ni mallkus, ni Intis, impidieron que España violara a sus mujeres
en altares como Ayax de Oileo a Casandra. No se escribió épica al respecto,
pero lo sabemos. Está en la piel de todos. El mestizaje es la prueba incansable
del estupro. Si los dioses no protegieron sus pueblos, menos protegerán a una
marioneta torpe y mandona. Cuestión de tiempo.
Con los
años le fui dando vueltas a la asociación de la dictadura trujillana y esta.
Aquella era más dura y más torpe. Aquí, siendo Bolivia, las cosas se hacen como
queriendo no hacerlas, como sucediendo nomás, bien nos estamos. ¿Modorra?
¿Idiosincracia? ¿Indiosincracia? Con cuidadito para que no despierte. Parte de
nuestro carácter ¿modesto?, cobarde, temeroso, ingredientes justos para la
explosión feroz. Ambas giran alrededor del falo del mandamás, y del mito que
ellos y su entorno van creando en cuanto a dimensión y calidad. Cosa entre
hombres, que a ellas poco les importa si es azul o blanco; ellas se guían por
el oído, no la mirada, me decía Ekaterina, y con razón. Entonces resulta casi
un juego maricón, con machos preocupados acerca del alcance de su meada, con
violadores de eyaculación precoz. De eso no se habla, porque denigrar el
miembro del amo resulta en denigrar la patria. De allí ministras sin calzón y
senadoras que gimen porque es preciso gemir para satisfacer el ego del verraco.
Triste y
repetitiva historia. A Trujillo no le cortaron el pájaro para conservarlo en
alcohol como en la novela de Jorge Amado. Esa cosa valía poco y se pudrió con
más velocidad que la nariz. Tampoco se la cortarán al Evo, porque esa otra cosa
tampoco vale dos cobres. “Culeadorcito es”, decían de él las putas en la
crónica de Roberto Navia. Y tacaño. No paga. Risible falo.
La
sexualidad estuvo presente en el castigo de Sodoma y Gomorra. La sexualidad
atroz que impone el poder y se desgaja hacia abajo por la pirámide. No la otra
de carne y placer, de piel como de gallina, de gritos y susurros. Esa que no
necesita elocuencia, propaganda, esa de cuerpos enroscados y arribas y abajos,
de cóncavos y convexos según Roberto Carlos, de triángulos, rombos, paralelas y
caballos. Otro asunto, ajeno al desenfreno de los patrones, la idolatría y el
embuste.
Pero no
vayan a decir nada todavía. Lo que habita detrás de la bragueta suele ser bien
recomendado pero es top secret. Este, el cabezón, maneja el estado con los
calzoncillos. Se precia, se elogia a sí mismo; sus ministros, como a Truijillo,
le entregan esposas; sus ministras, nietas. Quien tanta hambre parece tener y
nunca se sacia es porque esconde algo. Sabemos qué es, aunque lo oculte. Mejor
lo sabe Alvarito, republicano tenaz y publicano de cepa, conductor del comité
de salvación pública (léase de sí mismo y familia). Sodoma, sodomitas,
sodomizantes, sodomizados.
23/06/19
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