Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Igor
Quiroga llama por teléfono pasada la medianoche mientras manejo en medio de
lluvia torrencial. En la radio, Manu Chao. Memorias que viajan como en bote,
mecidas hasta el sueño, o movidas hasta el espasmo. Nunca tuve la maldición de
la página en blanco. Que a veces he garabateado cuartillas enteras sin sentido
ni belleza es verdad. Pero nunca aterrado por ese albor enfrente. He estado con
bellísimas mujeres sin resultado. ¿No te gusto?, preguntaban. ¿Cómo decirles
que eran más bellas que todos los libros, de qué serviría? Las acompañaba al
taxi entre mi derrota y quién sabe qué. Después, desde Alemania, una me envió
una postal con un famoso cuadro de Goethe, pero uno de los pies del poeta era
esqueleto. ¿Metáfora? Tenía yo veinticuatro años y mucho vino. Una mujer no es
una página e incluso cuando no se escribe sobre su cuerpo letras bailan en su
temblor. No hay yermo, quiero decir, no es lo mismo.
Siempre que
me he sentado al ordenador, la pantalla se ha llenado de caracteres a los que
como en rompecabezas voy armándoles una narrativa. ¿Hacia dónde irá el
derrotero? Hacia la luminosidad de Sisley o la bruma, iluminada también, de
Turner. Cuestión de combinaciones. Pintor sin paleta ni pincel, lo que no
impide a veces hacer dibujos aguados o alegorías al estilo chino. Cuando de la
labor de creador se pasa a la de orfebre, que hasta los diamantes en bruto
suelen no ser atractivos.
Hablamos
con Igor de los prolegómenos y el fin de lo bello en la escritura. De la
hermosura incluso dentro de la tragedia, Celan recitado en francés… La
tradición oral no escribía en texto sino en nubes, y así pasaron historia y
literatura con aditamentos de cada actor. Implica que una página en blanco no
existe para alguien que no sabe escribir. Ni maldición ni miedo. ¿Hablamos de
veleidades o de que realmente el problema existe? No siempre se puede hacer
literatura, como no siempre se puede bailar. Tantas veces escribo textos,
algunos notables, en mente, y al transcribirlos jamás retoman el aroma
original. El genio oculto en la lámpara de Aladino de cada cabeza pierde magia
al parirse. Lo prosaico de la vida comparada con el silencio.
En cuanto
al entorno para escribir depende de cada quién. Las mentadas flores amarillas
del Gabo mientras su esposa trabajaba, y tantos ejemplos otros. Para mí quedan
en anécdota; dudo que tengan alguna influencia en lo que se va a plasmar en
palabras, pero puedo bien equivocarme, porque a mí me gusta escribir con
música. Cada quien reacciona a los efectos que rodean adrede o por accidente.
La dosis de
inspiración debe ceder al trabajo. Está bien como chispa inicial pero, en
particular para un prosista, la lírica debe ir podándose a manera de rosal. Sin
esos cortes precisos, estudiados y necesarios, no se podrá obtener la flor. En
mi caso, y refiriéndome al ambiente necesario que rodea al creador, digo que
aparte de la música lo mío ha sido una carrera contra el tiempo, escribir antes
y después de trabajar; escribir antes y después de proveer. Soy conservador en
eso y me viene de tradición. Fuera de lo que la pareja haga, el hombre tiene la
obligación de traer comida a la casa. No hay medias tintas. Y si por desgracia
el estibador escribe, pues tiene que ponerse parches para el dolor y robar luz
a los dioses para crear antes de que la vida lo fulmine. Que vivir, cuidar,
educar, suele ser más complicado que escribir. Y más difícil arte, sin dudarlo.
Con ocupación y cansancio no hay tiempo de creerse dioses. Se hace lo que se
puede porque además escribir nada tiene que ver con correr hacia la fama o con
posar para el porvenir.
Por eso a
mis amigos albañiles jamás les dije que escribía. Quizá lo entenderían pero, otra
vez, en lo anecdótico, a pesar de que un artista tiene íntima relación con un
trabajador. Para un mampostero o un ladrillero la vista de su obra terminada,
la lógica y el talento empleados en su construcción si se quiere, comparten
mucho con el poeta que escudriña la argamasa de sus versos.
Cuando Buenaventura
Durruti hablaba de la creación por los obreros se refería a eso, que levantar
ciudades, acueductos, hasta catedrales, es algo inherente a ellos, a la
estrecha relación entre trabajo y creación o viceversa. Para quien sobrevive no
hay páginas en blanco, no existe el lujo de quejarse de sequía si apenas hay
agua, ni de sentarse a esperar el haz del Espíritu Santo. El látigo o el hambre
le recordarán que tal situación está vetada.
No
desmerezco otro tipo de creación, ni ningún entorno en especial, que todos son
válidos, sino que asocio dos características de mi vida personal y las hago
compatibles. Además de estar convencido, y me apoyo en la literatura
norteamericana, de que la experiencia de vida sirve, ayuda, enriquece cualquier
proceso creativo.
Siempre
he creído en la intensa relación entre
arte y trabajo. Vale recordar las barricadas del París de 1832, en los pequeños
mercados que ya no existen, cuando el gran Víctor Hugo ponía de fraternos combatientes
a poetas y proletarios. No en vano, cuando murió, una multitud de gente
modesta, un millón o algo así, lo acompañaron por las calles.
Es más
“fácil” para los músicos, cuyo arte está más cercano a lo popular que lo
literario. En la escritura está la llaga de clase representada en el saber
leer. Un esclavo puede hacer música pero no escribir libros. Puede ser
Leadbelly pero no será Jorge Luis Borges.
La llamada
termina, con referencias al kadish y a tanto más. Igor Quiroga es un exquisito
de la literatura. Ruth Brown canta So
Long. Escribo apenas, casi amarrado a la silla, porque si bien mis manos
rememoran letanías hebreas, mi espalda late como un monstruoso corazón que han
aplastado las cajas.
24/07/2022
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Publicado en
Revista 88Grados, 18/08/2022
Imagen: Carta de Keith Haring
Maravilla.
ReplyDeleteGracias, querido.
DeleteCumplimentar las páginas en blanco, siempre, pero que con tu verbo se sigan haciendo más blancas: de esperma, dolor o rugido... grande!
ReplyDelete¡Gracias, querido Pablo, siguiendo la ruta de tu verbo!
Delete¡Sonoro aplauso!
ReplyDelete¡Gracias!
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