Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Me
telefonea una señora, hija de mi amigo Jesús. En México a los Jesuses les dicen
Chuy, o Chucho. Su mujer, en Juaritos, le acaricia la cabeza, algo pelada en la
cima, y le dice: no se agüite, mi Chuy. Pero Chuy se agüita porque pasaron los
años y en su deslave arrastraron casi todo, incluida la hombría…
Acaba de
volver de visitar la novia y sus hijas. Le pregunto si no lo molestan los
narcos con la tremenda troca que trae. Me dice que va por la carretera rápida y
que justo antes de Juárez, sale a la izquierda, maneja un poquillo y la pone en
un garaje. Sería imposible de otro modo. El Rayo me cuenta que en Michoacán lo esperan, lo hacen detenerse. Por radio ya avisaron el modelo de auto y
cuántos van. Su carro no tiene valor, no les interesa, preguntan, cobran una
tarifa, le alcanzan un Gillette para sacar el sombreado de los vidrios, porque
ellos tienen que ver, no les gusta el juego de escondidas. ¿O se lo quitamos
nosotros?, sonríe el joven golpeando la cacha de su cuerno de chivo. No, no,
ágil el Rayo se pone a trabajar. Lleva gallos a los palenques en México. Los
cría en Denver, en una localidad al norte que creo se llama Henderson, tierra
rural, pura raza y gringos mugrosos. Droga, heroína, hielo, puercos y chivos
para barbacoa. Borregos también.
A Jesús lo
vi el domingo. Se burló de verme caminar como “viejillo”. Pero anunció que no
se sentía bien, que aguantaría en el jale hasta fin de año, o enero quizá, que
con eso se compraría un tractor para cultivar las tierras que tiene en la
sierra de Durango. Sandías, es lo que quiere. Hace un par de años lo intentó
con melón, no sé si Honey Dew o Cantaloupe. Fracasó. No estando él ahí, el
administrador le robó y fue pérdida de tiempo. Hoy lunes, fatídicas dos de la
tarde, su hija anuncia paro cardíaco y embolia. Jesús estaba en cirugía. El
tiempo del amor y de los sueños es muy breve, aunque sea el motor por el que
funcionamos, por el que exigimos al cuerpo más de lo que da. Veremos si lo
supera; me daría mucha pena que no. Dejará en la frontera cinco mujeres de
negro. Espectros de Pedro Páramo y de Arturo Ripstein. En los palenques cantan
tristísimas canciones de abandono. Que si sí pero fue no. Los gallos se
descabezan con navajas atadas a las patas. En las riñas de gallos siempre hay
un asador encendido. Los perdedores van directo allá, barbacoa de gallo
derrotado, casi invocación a los oscuros dioses del silencio.
Lorca imaginaba
que la muerte lo miraba desde las torres de Córdoba. En el norte te mira de
todo lado, busca tu mejor perfil para segarte la vida. Piedras, piedras,
dioses, diría Eisenstein. ¿Es arbolada la sierra?, pregunto. Puro pino. Con mi
jefe íbamos descalzos a cazar al monte, nunca pedimos nada, éramos pobres pero
bien felices. Mantengo a mis hermanas; ellas se quedaron en el rancho, nunca
vinieron al norte. Yo vine de morrillo, chavalón. De pronto posee tierras, unas
hectáreas pocas, nada que lo cambie del lado de los pelados al sector de los
pelones. Fusilaron hace bien mucho a la revolución. "Ora, jijos del mosquito,
que Villa tomó Torreón, pa quitarles lo maldito a tanto mugre pelón" (no
recuerdo si lo cita John Reed o Martín Luis Guzmán).
Me apasiona
México y chupasangre vampiro saco de mis amigos historias del más allá, no del
otro lado sino de aquicito. Así he viajado por Guerrero y Veracruz, por la
Mixteca y la Oaxaca y he visto sacar del barro antiguos “monitos” que
representan feroces deidades con colmillos de caimán.
¿Qué
piensa, si pensando está, Jesús en su cama de hospital? En la verde llanura de
inmensas bolas que tienen la carne roja, algunas amarilla, que se transformará
en billete y hará que su vieja lo quiera más, aunque las aguas se llevaron
hasta aquello…
Mi hija me
contaba de la Barranca del Cobre. Pasó unos días en una cueva tarahumara, como
parte del currículo de su escuela expedicionaria. He visto todo con ojos
abiertos en páginas que cumplen ya cincuenta años. También he caminado algo y
he descabezado un gusano ahogado en el mezcal y he mirado pulque colorido.
Hay hijos
de amigos que están en la neta en Sinaloa porque no hay más qué hacer para
ganarse la vida. Emboscados por los cerros protegiendo al Mayo Zambada. Cuando
el sol cae y viene la luna de guitarras y vino (tequila es el vino), soñarán
también que hay otra vida, leerán las cartas que llegan del norte y algunos
dólares de a veinte. Al día siguiente lo mismo: a vigilar. A ratitos a matar
pero por lo general ni tanto.
Amigo Jesús,
pues ahora sí en las noches estaré solo en el trabajo. Con el zorro joven que
espera que alguien le arroje un pedazo de charque. Se me acerca, me mira, no
compro charque, le digo, y le tiro unas galletas. Las come, por mañana si no
por hoy. Y eso que tal vez mañana no esté, que se haya ido de fiesta y nos dejó
a la intemperie, en una parada de buses que no existe, en medio de la tormenta
que en las Montañas Rocosas llega como huracán. Yo no cultivaré sandías, ni
colgaré Santa Ritas del portal de casa. Bastará si logro ver el Tunari. Lo
demás viene en las horas sin voz, esas donde hablan los muertos, hacia donde
vamos, sin boleto ni algazara, como tenue, imperceptible, acequia árabe.
22/08/2022
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Imagen: Diana Rosa/Big Watermelon
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