Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Estoy como
Marat en la tina, sin rastros de puñal. Sales, vapores. Si me hundo un poco,
veinte mil leguas de viaje submarino; si más… Séneca.
Ni siquiera
aviones de juguete sobrevuelan estos dos por dos metros. Llueve; la calle
Clarkson toma color de Buenos Aires. Papá
Joachim París, tradicional caboverdeano, voz de Cesária Évora. Una botella
de Mouton Cadet se acaba. Duró una semana después de la fiesta.
¿Bailamos?
No sé bailar lentas. Muy fácil, izquierda rodilla dos, uno. Jamás aprenderé. Ni
a fumar. Trigonometría, logaritmos. Ahora es diferente, Petit Pays es ágil, hombros, caderas, el agua se mueve, océano en
discordia. Caen por la borda los marinos, se hunden envueltos en sogas gruesas;
recuerdo una vieja canción del folklore norteamericano acerca del destructor Reuben James hundido en las heladas
aguas de Islandia por torpedos alemanes. 1941. Allí viven desde entonces, en el
fondo, hombres azules de la incierta memoria, conviviendo con extraños y
gigantescos tiburones llamados “durmientes”. Una de las canciones más tristes,
y más bellas, que he escuchado. Puedo imaginar a la muerte llegando hasta mi
tina de agua más que tibia. Incluso la sangre como acuarela, pero no el gélido
abrazo en la oscuridad húmeda, cuando al terminarse lo último que el ojo ve es alquitrán.
El feroz
Jacques-Louis David pinta la muerte de Marat. De fondo suena Petit Pays. En la Costa de Marfil bailan
monstruosos personajes de la tradición guro, de la baule también, con máscaras
de lagartos de inmensa boca y paja cubriendo los hombros.
Mi amigo
Yefim quiere regalarme ternos de su hermano fallecido. Ellos dos jamás
retornaron a Pavlodar. Los manzanos de su jardín kazajo estarán en flor. Abre
el ropero, huele a alcanfor. El agua alrededor tiene olor a alcanfor. ¿Preservo
así mis recuerdos, con engañosas bolitas blancas?
16/08/2022
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Imagen: La muerte de Marat/Jacques Louis David
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