Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En un paseo
de Novgorod la Grande, Veliky Novgorod, Serguei Rachmaninoff de pie aguanta
lluvia y frío. Supongo que el viento que sopla viene desde Finlandia. Milana y
sus hijas son tres bellas sonrisas. Para el público, de noche ya, parlantes
tocan las Vísperas del compositor.
¿Si soñé una casa contigo? La soñé. Y tus niñas dos conmigo como hijas igual a
mis otras dos. Pero los lagos se congelaron. Vientos de angustia sellaron desde
la historia los pasos. Se hunden los caballeros teutones en el lago Peipus; tú
tomas un baño con malla azul de dos piezas en el Ilmen. Has puesto un corazón
en la foto. El polvo del destierro la fue cubriendo, secó las aguas, hizo que
las verdes sendas hacia Estonia se cubriesen de liquen.
¿De dónde
tanto silencio? Hasta el café de la esquina ha cerrado. Domingo es pero feriado
no, entonces por qué el silencio si todavía se tocan las vísperas. El agua en
que nadabas queda como superficie plana. Ni peces que remuevan ni vientos que
fabriquen olas. Leo cartas de Pasternak, de Rilke y Tsvetaeva. Mil años de
tristeza, mil de silencio, mil en tu piel suave como espuma, blanca de abedul.
La falta de
recursos se muestra en recolectar monedas para una pequeña pizza a compartir
por cuatro. Recuerdo con mi polera roja de panadero andino tirando cajas y
cajas de ellas cocidas, deliciosas, al monstruo del basurero en los crepúsculos
de Aurora. Lo que no se vendía aquel día iba al destierro sin rastro. Gritan
los niños africanos gritan los chinos. En los rincones de la otrora hermosa
Beirut compiten por migas palestinos y ratas. Las mujeres de Kenya entregan
sexo a los aguateros a cambio de un par de baldes de agua sucia. Tu mano helada
mientras escuchábamos a Rachmaninoff. Señalabas la estatua, el bronce y la
mirada ausente. Soñamos. Allí estaba el camino de San Petersburgo, piedra sobre
la marisma.
Kremlin de
Novgorod. Mi dedo apunta a la historia, entre aquí y Kiev. Busco en Milana tus
ojos a ver si hallo al mongol y no lo encuentro. Que está, seguro, montado en
caballito asesino hasta las puertas de Hungría. Acaricio tu piel escudriñando
por el tártaro. No está.
La noche
llega a ti; a mí la medianoche. Azahar, cedrón, o hierbas rusas que perfuman y
desconozco. Las niñas se han dormido. ¿De dónde nace tanto silencio? Vendrá de
Finlandia, de Carelia. Pienso que duermo con un crisantemo, que mi deseo y mi
amor me han vuelto botánico. Que ahora dos mil y tantos estoy otra vez sentado
en el banco de Levy-Strauss en el Jardin des Plantes, en el ochenta y tantos.
Números. La Kabala. El nombre de Dios en la frente del Golem. No el libro de
Bataille donde uno lee lo que lo mata; no, tú, página de aromáticas flores de
campo antiguo, esencia que crece y se alza por sobre las sangres. Busco en tu
pecho la huella del príncipe Nevski y encuentro pétalos.
02/10/2022
Imagen: León Bakst, 1923
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