Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Yolanda se
ha ido, eternamente se ha ido. El tiempo pasa, y cómo, dime tú que ya mudo
quedaste a pesar de voz hermosa, de sonrisa y bonhomía. Reviso compilaciones,
la poesía de Pablo Milanés, ardiente pero suave, dulce caricia de infierno.
Somos un monumento hasta que células rebeldes dentro nuestro explotan y
revolucionándose nos desmoronan. Vejez, le dicen, imperturbable dejo de la creación:
Nada ha de permanecer; nada; ni Dios. Y esa Yolanda a la que cantas ¿quién era?
Dichosa mujer del vacío, conformada de palabras que en su momento serían besos,
cuerpos arrollados por tanques encima del húmedo lodo.
El mar
tocaba las aceras de Cienfuegos. Coloridas, pequeñas, modestas y hermosas casas
al lado del agua transparente. Un día desaparecerán, se hundirán cuando bajen
los hielos deshechos desde Groenlandia. Tal vez no sea de golpe, tal vez no sea
cáncer el mar sino larga y tosida tuberculosis que sube lenta y del verde
brillante hace lavanda; del azul chillón, tenue celeste como ojos de Francine.
Reúnen en
el hotel a los serios jurados del Casa de las Américas, cada uno consciente de
una grandeza con mucho inventada. Segundos de gloria. Cola de langosta,
delicias culinarias en el palacete al lado del hotel con piscina. Veo llover
desde mi balcón privado. Cinco estrellas tiene la bóveda aérea de este lugar.
Desayunos con camarones pistola, roquefort
francés, corte de carnes frías. Una vieja mujer me detiene cuando paseo
a orillas de la bahía. Destrozadas sandalias de plástico: mi hijo es de su
porte, ¿puede regalarme su camisa? Siempre llevo camiseta debajo y desabotono
la Crémieux colorida y se la doy. Quiere besarme las manos. Mientras como con
lentitud el solomillo envuelto en tocino, mientras sorbo el cabernet, imagino
lo que mis colegas dirán acerca de la revolución. Las grandes palmeras abiertas
semejan plumas de pavo real.
Tocaba la
bahía las aceras de Cienfuegos. Al frente estaba la cáscara de una otrora
planta nuclear. Aquella noche nos invitaron a la Casa de la Trova, con el mar
salpicando los zapatos. Músicos ya de cuarenta y más años cantaban. Unos bien;
otros re mal. Contaron anécdotas de Silvio (Rodríguez), de Pablo (Milanés),
pero ellos estaban lejos, ya no pertenecían a ese grupo de aguerridos canta
autores; ellos ya no volverían a la miseria del añejo barato y las cuotas de
pan. Vivimos siempre la mentira, le digo a Roberto Burgos Cantor, amigo y
colombiano. Nos mentimos y sonreímos haciéndolo. Este es un bello país, de
nalgas, textos y sones gloriosos, de pueblitos impecables en su limpieza
comunista, pero nada es verdad; quizá genuina alegría, que reír se puede hasta
sin dientes y en hambre. Ya ni escucho; la mayoría de las canciones son
mediocres. Yolanda no está, eternamente Yolanda. La marea ha subido. Un fino y
largo pez se mueve como serpiente tratando de volver al mar. Lo empujo. Me
mira, tal vez era un santo, o un orixá.
En las
compilaciones encuentro las sangrientas calles de Santiago, pero hasta ahora no
veo al presidente Ho Chi Minh ni al poeta Ernesto Guevara. Eran canciones de
Pablo Milanés que amaba. Puede que el concepto que las envuelve no me atraiga
más, pero son hermosas piezas.
El cielo de
Denver va decorándose de gris. La nieve se esconde en el boscaje de las nubes. Sugieren
que ese es el color de la tristeza, aunque he visto ojos pegados a los míos que
tenían gris de carnaval. He tenido Yolandas, cada una con su dosis de eternidad.
Eternamente, te amo.
Llevo
calcetín doble para evitar resfrío, dos poleras y una camisa; calzón azul. La
caldera silba para llenar mi bolsa de agua caliente con tejido de awayo encima.
Un poco más y pareceré el Scrooge de Dickens. El silencio se puede cortar con
tijera. Me haré un traje para rodearme de él. Pues, Pablo Milanés, te moriste
sin decir hola. Despedida menos. “Despedida no les doy porque no la traigo
aquí, se la dejé al Santo Niño y al Señor de Mapimí”, dice la canción mexicana.
Te
escucharé. A veces te escucho. Me gusta tu dulce voz, debes ser un buen hombre.
Adiós. O al diablo, que en esas no estamos, creo yo.
Si el poeta
eres tú.
23/11/2022
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