Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Mi
aproximación a México ha sido largamente histórica. La admiración de mi padre
por ese pueblo se me transmitió desde muy niño. Mis compañeros de clase se
burlaban de mí porque hablaba de Francisco Villa a los diez años, y de Maclovio
Herrera o de la toma de Zacatecas. No se malinterprete, que abusado no era.
Aquellos burlones lo pagaron con llanto, bastante mal, que también a pelear en
la calle me enseñó papá. Recuerdo cuando en la plaza Cobija dos gemelos
pelirrojos que aterrorizaban el barrio comenzaron a molestar. Hermosa plaza era
esa, no sé si sigue así. La última vez que me senté en sus bancos fue alrededor
de 1988 cuando Elizabeth A. me ofreció el panorama de sus pechos, ahogado yo
dentro de su camisa. Ya no era la infancia entonces sino el desenfreno.
Pregunté a mi padre qué hacer con los gemelos y me dijo que los derrotara a
golpes. Aparte de las campañas de la División del Norte, él nos había
introducido a la legendaria historia del boxeo. Pues a lo bestia, a la brutal
manera de Jim Braddock, lavé las baldosas del piso con lágrimas pelirrojas. Me
sentí Jack Johnson, el gran negro, habiendo destrozado iconos de la barbarie
blanca. No saben lo bien que se siente aquello y que Joaquín Ferrufino Murillo
contara orgullosamente a sus amigos la escena. No nos faltó pelea, incluidas
derrotas. A mi hermano mayor, Armando, de tan valiente le decían “Riesgo”.
Estos ojos lo han visto saltar de la Chevrolet roja modelo 50 que teníamos y
lanzarse en medio de un grupo de tipos a repartir puñetes. Casi como Mariano
Necochea en la batalla de Junín, si es que mi recuerdo no falla, sable el mano,
montado, entre un grupo de godos.
Siempre me
gusta girar en torno al tema, zafarme en cosas que parecen no tener relación
con lo que quiero decir. Una alumna mía de español me decía que así lo hacían
los japoneses. No sé. El tornado tiene un centro y un gran vacío alrededor. Seamos
viento así, pues.
Partimos en
México y aterrizamos en sangre y arena de un seis de agosto del ochocientos
veinticuatro en un lugar del Perú. Sitio, valga la digresión, de los indomables
indios del Mantaro de los que hablaba con embeleso José María Arguedas. Si todo
se relaciona de una manera u otra. Si se desea, claro.
Mi amigo
Jesús, resucitado por empeño propio de tres muertes de corazón, nació en
Tlahualilo de Zaragoza, también llamado Bermejillo, parte del estado de Durango,
casi colindante con Coahuila y Chihuahua. Anoche hablamos del bolsón de Mapimí,
de Ciudad Lerdo, Gómez Palacio (en la nueva nomenclatura del narco, Gómez
Balazo). Tierra de Villa, digo. Torreón está cruzando el río seco, en Coahuila.
Me explica que Lerdo, Gómez y Torreón son casi como una misma ciudad. Me
remonto a las lecturas de la Revolución: Martín Luis Guzmán, Edgcumb Pinchon, John
Reed, Jesús Silva-Herzog y tantos más. Cuánto habré leído sobre ello, una vez y
otra, y otra.
Luis Pérez
Meza canta en este instante Por una mujer
casada (me dicen que he de morir…). Me gusta más la versión del Charro
Avitia. Canción que me dedicaba mi amigo el mariachi Renán “Nano” Tarifa en las
borracheras de la avenida Oquendo. Y sigue con la ley del monte… El mote de los
de Durango es el de alacrán. “Yo soy de la tierra de los alacranes, yo soy de
Durango palabra de honor, donde los hombres son hombres formales y son sus
mujeres puro corazón. En esta tierra sagrada y bendita nació Pancho Villa
caudillo inmortal”, en voz del Charro Avitia.
Jesús me
muestra el puente colgante de Mapimí; cuenta del oro que dejó alrededor el
Centauro, ahí nomás, debajo de los mezquites de madera olorosa. Luego derivamos
a las características de su rancho. Una
gigantesca empresa cárnica, la mayor de México, dice, y brujas. Pueblo de
hechiceras. No lejos hay un villorrio de setenta personas, todas brujas y
brujos: Las Lechuzas. No tanto como en Tabasco y Veracruz donde está la “mata”
grande, la matriz del encantamiento. Será porque en ese lar también está la
herencia negra y la santería se junta a la magia nativa.
A medianoche
caminan por el panteón. Panteonean por horas, haciendo sobre todo mal aunque
también de amores y besos tratan sus hierbas y pócimas. Nada malo en hablar con
los muertos. En las revisterías cochabambinas de la infancia había revistas de
la editorial Novaro que trataban de misterio y brujería, de leyendas y terror
mexicanos. No a colores sino en sepia o negro, siempre. Mucho de la antigüedad pero
sobre todo historias de la Colonia. Tal vez solo el Perú, en textos populares
como en las notables Tradiciones peruanas
de don Ricardo Palma, iguala a México y su rico como espeluznante trajinar. Otra
vez los españoles, porque gracias a ellos el diablo se aparece con barba.
Razones no faltaban.
Danzón
sobre Culiacán señorial, Sinaloa…
Se abalanza
la lluvia primaveral sobre Inverness. Jesús y yo somos los únicos que estamos
en la bodega. La noche norteamericana viene larga triste y oscura. Como a las
seis, clarea. Enfilo hacia abajo por la avenida Ocho, en diez minutos estaré en
casa. Café caliente, pan amargo que me apasiona. Contesto a Ekaterina y escribo
a Irina. Continuaré con la película sobre Artigas, en realidad una miniserie
del año 2019. El primer episodio, que es donde estoy, me gusta: El señor que resplandece, traducción de
cómo llamaban los guaraníes a José Gervasio Artigas en su exilio paraguayo: “Oevara
Karaí”.
Tierra roja
de Asunción, 1986. Inicio de sueños truncos: Madrid, París, Estrasburgo,
Zürich. Terminó en París, Castellón de la Plana, Valencia, Madrid, Asunción,
Santa Cruz, Cochabamba, con pantalones militares, Joseph Roth y Marcel Schwob
en la mochila, Julius Fučík. Sin un
peso. Desamor. Debí viajar a las brujas, pasearme entre los nichos con ellas,
quemar incienso y hierbas tarascas. El yatiri que extrajo de mi cabeza un
líquido negro que parecía alquitrán corrió hacia el horizonte del poblado de
Sarco, corrió hasta Condebamba y desapareció. Quedaron hojas quemadas de
eucalipto, destrozados vidrios de plomo. Por las noches me observan las
lechuzas, caminan erectos los búhos grises. Los únicos encantamientos que tengo
se llaman literatura y música; no hay nombres de mujer.
10/05/2023
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Imagen: Graciela Iturbide
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