Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Kashgar, o Kashi, es una ciudad china con más de dos mil años de antigüedad. Casi en la frontera con Afganistán, Kirguistán y Tajikistán, era, en tiempos de la Ruta de la Seda, un punto vital de intercambio entre el Mediterráneo y el Lejano Oriente. En Kashi se dividían las caravanas, burlando el desierto, para volverse a reunir más adelante en su ingreso a China. Michael Wines, del New York Times, hace una reseña interesantísima acerca de lo que sucede allí.
La República
Popular China, "paraíso de los trabajadores", no ceja en su empeño de
modernización y enriquecimiento a cualquier costo. Mientras mantiene su mano de
obra a precios irrisorios, se vanagloria de estar construyendo una nueva élite
de millonarios cuya extravagancia supera aquella de sus pares occidentales. Den
Xiao Ping, el artífice de este capitalismo comunista, fue objetivo no sólo en
cuanto a sus metas sino a sus alcances. Hoy China tiene un superávit fantástico
en materia económica, lo que no implica que los proletarios o campesinos que hicieron
la revolución progresen. Pero, dirán, para eso son chinos, porque hay los
viejos adagios de "trabajar como negros" y el de "sufrir como
chinos", consejo este último que los líderes orientales del pueblo
mantienen vivo para la mayoría mientras miman a los nuevos potentados.
Pero en Kashi, al pie del Pamir, no se ven rostros orientales. Muy pocos. Y, según leo en un libro de 20 años atrás, la villa poseía la segunda estatua más grande de Mao en el país, a pesar de que la población de la zona pertenece a la etnia uygur y son de religión musulmana.
China ha decidido arrasar con la mayor parte de la ciudad vieja, con sus pasadizos y arabescos, con el misterio que le hace aura de ser una de las mejor conservadas ciudades medievales musulmanas en el Asia Central, lugar donde alguna vez compraron y también saquearon Tamerlán y Gengis Khan (Wines).
Alega el gobierno —hay historia— que las viejas edificaciones de paja y barro, que llegan a alcanzar el tamaño de mansiones (considerando que familias vivieron en ellas por 500 años o más), no son seguras ante la eventualidad de un terremoto.
Trasladando la población —los más pobres primero— a aburridos monobloques, aseguran estar protegiéndola. Hay voces que opinan, sin embargo, que se debe a una estratagema china para evitar el desarrollo del nacionalismo islámico allí. Siempre una ciudad con nuevas edificaciones, cuadriculada, es susceptible en grado superior de control y espionaje, no así una intrincada red de callejas donde se pierden incluso las sombras.
No es nueva la problemática del islamismo en la región. Cuando el bolchevismo triunfa el año 17 tiene que lidiar con el problema de las nacionalidades. Lenin ordena, y los que le siguen, mantener el statu quo colonial, siendo los obreros rusos esta vez, y su instrumento el partido, los detentadores del poder. Las decisiones son tomadas por rusos para rusos, sin importar y ser casi nula la presencia local en los soviets. Los bolcheviques llegaron incluso a apoyar a sus rivales socialistas-revolucionarios, que dirigían el soviet de Tashkent y que no permitían el ingreso de musulmanes allí. Ello derivó en una masacre —por el Ejército Rojo— de nacionalistas el año 18.
Fuera de las digresiones histórico-políticas de una zona altamente estratégica, está la pérdida de una expresión cultural única para la humanidad, un trozo de historia viva que ha de desaparecer a nombre del progreso...
29/05/09
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Publicado en
Puntos de Vista (Los Tiempos/Cochabamba), 03/05/2009
Imagen: La ciudad de Kashgar en un grabado de 1874
Qué interesante...!, unos y otros destruyen el pasado por razones fanáticas y de miedo
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