Thursday, August 19, 2010

Achachilas y otras divinidades/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Recibo unos escritos de El Alto de La Paz y me parece leer a H.P. Lovecraft, los Mitos de Cthulhu, salvadas las diferencias de estilo entre el solitario autor norteamericano y el periodista alteño. Los reúne, en alguna arista inverosímil, el tema de mitos antiguos, de seres que a pesar del olvido habitan aún en la sombra. Los dioses lovecraftianos son amorfas pesadillas cuya hambre se sacia con sangre; vienen del tiempo en que para complacerlos se recurría con miedo y fervor al sacrificio. Los dioses andinos -no sé si decir bolivianos o nacionales en un país que peligrosamente se inclina a diferenciar en demasía los aspectos étnicos de su población- cargan ambigüedad. Se habla de Tiwanacu, de Qonqo, de la Horca del Inca, Copacabana, en una generalización de divinidades y sitios que -es evidente- desconoce las sutiles diferencias y las hondas enemistades de nuestros ancestros. En apariencia no son tan sangrientos como las elucubraciones del escritor de Nueva Inglaterra, aunque mirando las figurillas tiwanacotas se percibe el horror en la serie de decapitadores que se ensañan con los vencidos.


Se pregona, en estas informaciones sui generis de la ciudad altiplánica, la unión de los desheredados, de todas las etnias humilladas y ofendidas por el invasor español, por su cría mestiza el doctor altoperuano, y no está mal en el sentido de saber que tenemos un origen, una cultura y una historia, con valores y tradiciones propios; sin embargo cabe recordar que no somos un grupo único, que hay tanta diferencia entre un guaraní y un aymara como entre un japonés y un coreano, y que no se puede reclamar a los dioses andinos, que vienen de sociedades de más desarrollo, primar o velar por los pueblos selváticos para quienes la durmiente pupa de un insecto tiene más significado que un extraño Pachacuti... Así, mejor ni mencionar dioses ancestrales. El futuro, el progreso, no pasan por una angustiosa mirada hacia atrás. No podemos, sin ánimo de enfangarnos para siempre en inútiles devaneos, siquiera mencionar que en un futuro próximo, el de la "final" liberación de las razas oprimidas, un conjunto de amautas reemplace a los gobiernos, que -hay que aceptar la realidad- los precios de los hidrocarburos, la educación fiscal, la protección al medio ambiente, el lugar de la mujer y el niño en la sociedad no pueden ser decididos en lecturas de coca. Utilicemos esas hojas, que sagradas no son a no ser que aceptemos que sagrados son todos los vegetales y la vida, para algo más práctico como un delicioso mate.


Lo malo es que haya en el país espacio para retórica similar, tan peligrosa como su contraparte "blanca" que se cree dirimidora de los destinos "patrios". Uno de los mayores problemas nacionales es el profundo racismo, del escaso blanco hacia el mestizo, de éste al indio y del indio al indio. No hay mayor insulto en Bolivia que llamar o ser llamado "indio", "t'ara", "putaindio". Entre los inmigrantes bolivianos en los Estados Unidos es una costumbre que en lugar de haberse perdido en la amplitud de la modernidad y las posibilidades informativas, se ha agudizado. Es aquí donde más parecen querer diferenciarse los connacionales, incluidos aquellos que con franco orgullo debieran considerarse aborígenes.


Asombra que aquellos que reclaman un supuesto paraíso perdido no tengan políticas de conservación para los monumentos originarios, menos una política ambiental que preserve lo poco que queda de la destrucción generalizada de los recursos y la infraestructura del país. Mientras no exista un programa claro para combatir la miseria nada cambiará. Nada mientras se mantenga la odiosa servidumbre que obliga a las jóvenes del pueblo a emplearse por irrisoria paga en las casas de los más pudientes...


Reeditar Pachamamas, k'oas, yatiris y demás asuntos que debieran verse con interés, estudiarse, comprenderse y superarse, no cambia un desolado panorama que necesita transformaciones radicales. Dorar la píldora con solsticios, alcoholes, serpentinas y huacas es algo que se ha hecho siempre: enlodar con santidades el entendimiento.
 Dejemos que los achachilas del Ande sigan su sueño y tendamos a crecer, barriendo, mientras lo hacemos, la detestable prepotencia de "doftores" e "inginieros". 

23/06/05

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 26 de junio, 2005

Imagen: Joseph E. Yoakum/Monte Sajama cerca de Oruro, Bolivia, 1966

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