Wednesday, February 16, 2011
Ética revolucionaria/MIRANDO DE ABAJO
Me sorprendía ver, hace unas semanas, a la ministra de Desarrollo Productivo, Antonia Rodríguez, vendiendo azúcar del gobierno en la calle, para, en simple demagogia andina, mostrar al pueblo la solidaridad gobernante. Qué mentira. El MAS resulta con gran probabilidad el gobierno más corrupto de Bolivia. Roban por encima de lo que robaron los miristas (también decíanse revolucionarios), mienten peor que los curas y andan de empanadas con los botudos de siempre, los criminales de gorra, militares que perdieron toda guerra pero de toda salieron con plata.
La ministra perdió el cargo. El por qué lo sabrán ellos con su cuoteo insano de poder. Pobre ministra, me dije, tanto que hizo por alivianar los males de la gente, y tan dulce en su actividad vendística, que comprame, hermanita, que buen precio, hermanito, que mamita te lo daré azúcar barato, que no vas a encontrarir mejor (no lo escribo con ánimo peyorativo, soy textual). Resulta que la ministra había sido amante del gran capital, con cuatro, o tres, o media docena de casas conocidas. No sería nada, aunque tal desenfreno contradice el estoicismo y la modestia revolucionarios. Lo inaceptable es que se la encontró vendiendo azúcar, por quintales, en una de sus casas, el mismo que la gente desespera por tener, que duerme en la calle para llegar a la fila de dichosos que podrán contar con él. La ministra robó al pueblo, se quedó con azúcar para especular, para enriquecerse. Y ella es una de la larga lista de masistas (léase los que tienen más) que de continuo aprovechan el poder para lucrar desmedido. Hoy mismo un tal Silva, concejal de los susodichos, también fue hallado con el oro blanco. Si siguiéramos la norma socialista, debieran ser ejecutados in situ, pero ello no existe en Bolivia, donde la ley es burla, el decoro vergüenza, la honestidad estupidez. Miren al borracho de Fidel Surco, senador, que rebuzna en los medios con altavoz; ji jo, grita, ji jo, el asno que envilece a un país sufrido, atacado y devorado por traidores, la recua sagrada de indigenales y señoritos, que pierden su complejidad étnica para caer en la bolsa general de los llamados ladrones.
Qué hacer. Que la justicia tarda pero llega es una opción cuasi cristiana que conforta. Saber que hay todavía celdas para acoger a la élite de la revolución mundial, aunque su número suma tanto, tantos los que se benefician con la falsedad del “gobierno del pueblo”, del “vivir bien” indígena, pero cómo no van a vivir bien con lo que esquilman estas lauchas, cómo si hacen lo que les da la gana y van dejando en ruinas un país que tendrán que bancárselo los pobres, como siempre lo hicieron, los trabajadores, los indios. Tendrá que llegar el tiempo de la sangre para remover la desidia. Creo que si no, de nuevo estaremos en la cuerda floja, en estampida para buscar qué comer, mientras los oligarcas, de terno o de poncho, disfrutan los frutos de sus viles pormenores.
13/2/2011
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 15/2/2011
Imagen: Tomi Ungerer/Ladrones
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