Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
En nuestra habitual conversación telefónica dominical, papá me menciona a Isaac Bashevis Singer. Supongo porque hace poco, en la antigua Córdoba de viejos libreros, regaló a mamá una novela suya, ni sé cuál, así como ella me cedió otra, años atrás: "El esclavo", que aún descansa en mi mesa de noche como si el tiempo se estancara.
Qué edad tendría yo: trece o catorce. Me gustaba pedir catálogos editoriales a quien podía. Plaza y Janés envió uno extenso, con una colección -Rotativa- de libros de bolsillo que ofrecía autores conocidos y no. Ni recuerdo si Singer ya tenía el Nóbel, pero al ver "El mago de Lublín" decidí ordenarlo, porque siempre he andado intrigado por esto de la magia y el misterio, y porque Lublín, población oriental, central cuando Polonia se extendía casi hasta Smolensko, me refería directamente al principado de los Visnowieski en el siglo diecisiete. justo antes de la gran revuelta cosaca que se recuerda hoy en Ucrania como hito histórico, y en Polonia como el avasallamiento de la tierra por el mal, venido de la estepa de altos pastos donde hombres cazaban a hombres.
Para hacer ambiente pongo un disco de recopilaciones yiddish. "Yiddishe mamme" es una canción que nos enseñaban en la escuela boliviana para cantarla el día de mayo de la madre bajo el nombre de "Oh, madre querida". ¿La herencia, la relación? Quizá de la judería argentina, tal vez de aquellos hebreos escapados de Hitler que llegaban a Cochabamba, cuenta mi padre, con una maletita de cuero, lezna de zapatero, santas escrituras o no, y un ansia de preservar que los hace únicos cuando se trata de rescatar historias.
Bashevis Singer comparte Varsovia gris de judíos pobres y acaudalados, de religiosidad, de saber, rabbís que más que tener contacto con la divinidad semejan guardar respuestas para todo. Preserva un mundo que inútilmente el racismo quiso extinguir, que pervive en fotografías de Roman Vishniac, en referencias en "Taras Bulba", de Gogol; en Bruno Schulz y Kafka. Y cuando Bashevis se adentra en la historia de su pueblo, que también es la de cada país por donde se esparcieron los semitas, toca la épica, desde distinto ángulo a Henryk Sienkiewicz o a Taras Shevchenko, para detallar el drama de un pueblo inmundo entre enemigos, que apenas se sustenta y sin embargo crece en la sombra, aun en el albor de la eclosión social de 1648 que habría de transformar las características de Europa del este, el fin de Polonia y el advenimiento de Rusia.
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Publicado en
Opinión (Cochabamba), 23/11/2004
Imagen: Portada de El mago de Lublín en Plaza y Janés
Buen artículo. No sé en qué momento llegó Bashevis Singer a mis manos. Probablemente fue a través de los cuentos que le leía a mis hijos. Siempre recuerdo al cándido Shlemiel que creía haber encontrado un mundo exactamente igual al propio, y ahí se quedaba muy complacido, desconociendo que se trataba de su propio hogar y pueblo. Con Lorena leímos juntos El mago de Lublin, comentándolo paso a paso. Concordábamos en la belleza narrativa, aunque no en todos los aspectos expuestos. Particularmente en la relación hombre-mujer que nos condujo a varios encontronazos apreciativos. Luego nos devoramos por separado Enemigos. Sigo con Kroshmalna 10 y ella con Shosha. Afortunadamente, hemos encontrado gran parte de su obra en el mundo virtual. Es decir, tenemos Bashevis Singer para varios años. Un fuerte abrazo, querido amigo.
ReplyDeleteCompartimos ese placer, Jorge. Creo que, incluso más que El mago de Lublín, me gustó Satán en Goray. Me parece que lo hemos comentado ya. Es inagotable de todos modos y lo releería en cualquier ocasión. Abrazos.
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