Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
La dificultad de lidiar con la muerte tiene sus facetas, sin duda, y por mucho que se hable no sabemos cómo ha de ser la reacción propia ante el suceso. Pero cuando alguien ocupa una posición de prestigio, y se ha dorado y decorado con imágenes que hacen de él casi un mito, creo que existe una ética del buen morir, que no tiene nada que ver con la perorata idiótica del buen vivir que se inventaron los plurinacionales.
Hugo Chávez siempre fue un bufón, no un gran bufón porque para ello se necesita talento, sino payaso de circo pobre. Ya desde el inicio, que incluyó un viaje en aeroplano con García Márquez y cuya charla transcrita ocupó varias páginas, el coronel golpista quiso ponerse un halo que primero fue de intelectual, luego de santo, y al fin y cada día de gran macho, cosa, esta última, muy asociada al gremio militar y falaz en general, al menos con los valientes que se ufanan en putas y corren o se emboscan en batalla.
¿Era viernes o sábado? No interesa. De pronto aparece la apoteosis de la Revolución, Hugo Chávez Frías, vestido como suele con indumentaria deportiva. Es que él es popular, hombre del pueblo que viste sencillo, amante del deporte y la acción. Al menos no futbolinero, creo yo, como el otro del Ande cocal. Aparece con un rosario colgado del cuello y me froto los ojos para ver si no me equivoco de juglar, pero no, es él, el marxista-leninista que desde hace un año se ha convertido en vendedor ambulante de detentes y estampitas con vírgenes y mártires hambrientos. Hasta dónde, me pregunto, puede llegar la abyección, hasta dónde el miedo de alguien que se preciaba de huevos de acero.
¿Qué pasó con el verbo del Che, las elucubraciones de la patria socialista? Sabíamos que era mentira, que la cháchara de liberar a los pobres trabaja bien para convertirse en oligarcas. ¿Que 3 millones de venezolanos salieron de la pobreza? Pamplinas, son tres millones a los que se entrega limosnas. Así se va creando una inmunda masa que solo espera que le arrojen las migajas. No señor, lo que la gente necesita es trabajo, fuentes de trabajo, estructuras de trabajo, fundamentos, bases, industrias, no que un milico de tres por cuatro les indique qué hacer, comer y decir, mientras compra a sus hijas diamantes de cien mil dólares. Estamos patas arriba.
Sigo con el espectáculo. Surreal, pero allí estaba el presidente bolivariano, con lágrimas como cascadas, pidiendo al aire, porque no se veía al Redentor, que le permitiese vivir más, que no lo llevase todavía, porque tenía mucho por hacer. Por un momento pensé que se trataba de una telenovela, que entre las versatilidades del caudillo habíase incluido la del arte dramático. Me equivoqué. No sentí pena sino asco. Poco me importa si muere o si sufre, que esa costumbre tenemos todos, pero, por Dios, un poco de respeto a sí mismo, a esa masa infame que pendula entre la beneficencia y el desamparo, a la que le hizo creer primero en la inmortalidad y luego en la bonanza, reducida ésta –para ellos-, por supuesto, a sus dones de pobre gente, que la gloria, la riqueza y el poder van para los iluminados, los padres del pueblo que velan por sus hijitos retardados.
Me dijeron que Chávez hizo lo posible por entrevistarse con el Papa en Cuba. Que envió emisarios pidiendo audiencia. ¿Para qué?, para babear las manos del pontífice a ver si conseguía prórroga.
Sus asesores y correligionarios se han mostrado como son: pandilla de interesados. No intentan protegerlo del escarnio. Si bien el dramón y el llanto pueden surtir efecto en algún sector de la ciudadanía, este show debilita lo que más fuerte quiso mostrar: imagen.
Las voces susurran que pobre, es solo un hombre. No. Alguien que se diseñó a sí mismo como un titán, en momentos como el de hoy, actuando así, dejó ya de ser hombre para convertirse en cobarde. Tírenle la toalla, triste boxeador fracasado, que las manillas del reloj golpetean, una a una, como las cuentas del rosario.
09/04/12
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Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 10/04/2012
Publicado en
Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra), 2012
Imagen: Hugo Chávez en una caricatura de El País
Duro como acero, afilado como bisturí; una crónica memorable de un pobre patán
ReplyDeleteCreyó que iba a ser eterno. ¿Quién habla de él ahora? El otro patán, Maduro.
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