Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La muerte nos privó de la soberbia prosa de este hombre. Como recordatorio, en mis ascéticas tardes cochabambinas, me asomo a sus relatos sobre mujeres europeas, con ánimo benevolente de nostalgia y malévolo al pensar lo que fue y no será otra vez: los cuerpos –menos sus caracteres- que habitan el penumbral silencio del recuerdo.
La muerte nos privó de la soberbia prosa de este hombre. Como recordatorio, en mis ascéticas tardes cochabambinas, me asomo a sus relatos sobre mujeres europeas, con ánimo benevolente de nostalgia y malévolo al pensar lo que fue y no será otra vez: los cuerpos –menos sus caracteres- que habitan el penumbral silencio del recuerdo.
Transita Umbral
una geografía especial para un español, aquella de su
paso por la piel de hembras culturalmente diferentes, donde
la diferenciación racial no hace más que exacerbar un
deseo por lo desconocido, a la vez que garantizar, en
esa suerte de desequilibrio en que hispanoamericanos
–y peninsulares- vivimos en relación al hembraje de otras
huestes, una hombría con ánimo universal.
Francia, Holanda,
Inglaterra, Noruega, Alemania son hitos de un trecho
histórico en la vida sexual del personaje. Cada mujer en sí un
mundo, pero cada una de ellas tan previsible en el
deambular de su raza, en la lógica carente de
imaginación de una mujer de los Países Bajos, o en la delicadeza
de sílfide de una inglesa que –encima de todo- está
enferma. La francesa de tetas grandes
y liviandad
melancólica; la noruega de cuerpo estruendoso, prisión de la
piel que quiere escapar de las ropas. Todas ellas con un
telón de mar, de albricias de gente rica en los sitios de
veraneo, de adustas paredes medievales, de lechos diversos,
y dispersos, donde los cuerpos a veces juegan los
devaneos del placer y a veces los de la técnica.
Al introducirme
en la letra de Francisco Umbral no evito, no quiero evitar,
la memoria –prohibida en el
matrimonio (no en el caso de
los noruegos)- de ojos azules y estiradas piernas
blancas, de verdes poleras suizas, estrechas en las
aguas cochabambinas, de francesas revueltas en sus
cabellos y dadivosas como vírgenes en el amor, de inglesas
suaves con carne de sandía tenue. No quiero olvidar porque el recuerdo fluye sin ambigüedad, ese especial
paseo por las caricias, los sudores, olores y
ardores de
Europa. Gracias, Francisco Umbral,
por el recuerdo.
11/09/07
_____
Imagen: Pablo Picasso/Eros y mujeres, 1970
Enorme escrito, querido amigo. Comparto el aprecio por Umbral, por buena parte de su obra. Un fuerte abrazo.
ReplyDeleteGracias, Jorge. Lo pondré en PLUMAS en un momento. Gracias por ese espacio. Abrazos.
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