Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Lo llamaría azar, pero estaría mintiendo. El encuentro entre Roberto Navia Gabriel y Claudio Ferrufino-Coqueugniot para hacer un libro juntos, no fue cuestión de suerte, sí de entramados literarios y de algún misterio en el mundo de las redes sociales y la tecnología. ¿Escribir a ciegas? De ninguna manera. Con amplio conocimiento de con quién trataban, el periodista y el escritor conversaron acerca de recuerdos que de pronto parecían mutuos, de ideas y maneras de contarlas. Sin haberse visto corroboraron que la diferencia entre sus pasos era de estilo, no de sustancia. De ahí vinieron las primeras páginas: Aiquile, el terremoto, la corrupción. Había nacido Crónicas de perro andante, un trashumar boliviano, sobre todo, en un mundo que siendo ancho y ajeno todavía nos pertenece.
Lo llamaría azar, pero estaría mintiendo. El encuentro entre Roberto Navia Gabriel y Claudio Ferrufino-Coqueugniot para hacer un libro juntos, no fue cuestión de suerte, sí de entramados literarios y de algún misterio en el mundo de las redes sociales y la tecnología. ¿Escribir a ciegas? De ninguna manera. Con amplio conocimiento de con quién trataban, el periodista y el escritor conversaron acerca de recuerdos que de pronto parecían mutuos, de ideas y maneras de contarlas. Sin haberse visto corroboraron que la diferencia entre sus pasos era de estilo, no de sustancia. De ahí vinieron las primeras páginas: Aiquile, el terremoto, la corrupción. Había nacido Crónicas de perro andante, un trashumar boliviano, sobre todo, en un mundo que siendo ancho y ajeno todavía nos pertenece.
Largos son los
párrafos escritos acerca de periodismo y literatura, y de la crónica, esa hija
ambidextra de ambos. Roberto Navia elige el reportaje para llenar sus páginas,
las notas de a pie, apresuradas pero nunca olvidadizas, en un vasto panorama
cuyas aristas parecen siempre acabar o comenzar entre el dolor y la esperanza.
Menos terrestre tal vez, en cuanto a anotación cronológica, la letra de
Ferrufino se escurre entre solitud y fango. Libro donde la anécdota se hace
historia, porque cualquier detalle tiene un pasado y ¿por qué no? cierta
trascendencia. Vida sin ribetes épicos ni marchas imperiales, íntima,
controvertida, controversial, inmunda a ratos, desarraigada, fútil, y tan
profundamente humana como la de cualquiera de nosotros; vórtice en el que estos
autores se hallaron para parir un engendro novedoso de la literatura boliviana.
La crónica suele
ser la instantánea que definirá un tiempo. No como lo haría una nota de prensa,
por lo general fría y amañada, temerosa de despertar iras y tenue o muda en
opinión. Sin entrar en especulación o fantasía, tiene tanto de literaria que
parece leerse como un cuento. Sugieren que humaniza el periodismo, lo
democratiza, no lo sé. Solo que es un arte que merece atención por su notable
capacidad de aglutinar varias cosas a la vez. Quizá los agoreros del pasado
eran eso, cronistas más que fabulistas, que sabían entrelazar los hechos y las
palabras para entregar a sus pueblos una historia decorada de mitos y con
fantasmas tan reales que perduraron hasta hoy. Cuando el poeta ciego, Homero,
narra que el Escamandro, río de la planicie troyana, perseguía a los guerreros
como otro más de los combatientes, tal vez retrataba un rebalse de sus aguas que
por cierto correrían más ligeras que el propio Aquiles, de rápidos pies.
Heródoto a momentos semeja brumoso y da sensación de que alucina. Cronistas y
literatos, magos y poetas, partiendo de un punto que a pesar de parecer
imposible no penetra en el campo de la ficción.
Las crónicas de
estos autores nacionales se desarrollan casi siempre en territorio propio. De a
ratos escapan, se bifurcan en recovecos clandestinos de Buenos Aires, huelen a
muerte en el borde mexicano con el norte, pesan en conventillos salvadoreños
del Distrito de Columbia, esbozando existencias humildes cuyo detalle presta el
marco para comprender el espectro mayor, el de los gobiernos y los mandamases,
los países y sus discursos. Los de abajo, los de siempre, a cincel y martillo,
cuchillo o soga, pluma y voz, anónimos y no siempre, incluso en la desgracia,
tristes.
Intento de
compilar un género que en Bolivia tiene muchos, y buenos, cultores, pero que no
se ha manifestado como tal sino muy poco. Vale más que como ejemplo como
premonición. Desarrollo de una dinámica escrita esencial a la época, cansada de
largos mamotretos filosófico literarios, y de elitismo que sigue fervientemente
el rastro de los elegidos: escritores, escribidores, periodistas y periodistos,
hoy que mencionar cada palabra en dos géneros se ha hecho política
revolucionaria y cambiaria.
Enhorabuena por Crónicas de perro andante, andante
porque se mete por los intersticios donde ocultamos fatigas y desgracias, y
perro porque el perro huele, utiliza el olfato para hallar el ombligo, el ano,
el hocico. Licántropos entonces, aullando apoyados en una pared de provincia,
de adobe, greda cocida; aullando aunque la luna se haya ocultado y no exista
luz para recuperar los pasos.
Roberto Navia
eludiendo caza-bobos en Chapare. Claudio Ferrufino soslayando telarañas. A dos
manos.
20/05/13
"por los intersticios donde ocultamos fatigas y desgracias.." "escurrir entre solitud y fango.." Preciosos epigramas de muchos tantos. Preciosa descripción y adelanto d una obra q acicatéa grandemente a husmear pronto en sus páginas. "Trashumar", d nuevo esa soberbia palabra, soberbiamente usada y compartida. Felicidades a ambos y gracias a la vez por compartir talentos, solitudes y fangos..ABrazos, estimado amigo!
ReplyDeleteGracias, Achille. Espero que cuando leas el libro me lo comentes. Le pasaré a Roberto tus felicitaciones. Espero que un libro como este sea un comienzo para las letras, literarias y/o periodísticas, de Bolivia. Abrazos.
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