Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Pienso en dos
nombres: Józef Korzeniowski, el gran Conrad, y Nina Berberova. Exilios
voluntarios y obligatorios. Conrad escondió su origen y embrumó a propósito el
pasado para quizá cortar su ligazón con una Polonia que no era libre entonces y
con una tierra que cambiaba de manos en la historia demasiadas veces como para
convertirse en referencial. En Polonia el concepto de patria es a la vez muy
aferrado y muy difuso, filial y huérfano al mismo tiempo. El polaco se
convirtió así en inglés, una de las glorias de la literatura inglesa, incluso,
y dejó de ser polaco para siempre. Lo suponemos.
El caso de Nina
Berberova es distinto. Obligada a dejar Rusia el año 1922 junto a su esposo, el
poeta Jodásevich, huyendo del hambre y de la imposición, deambuló por Alemania,
Italia, para quedarse en París donde escribió para publicaciones breves del exilio
ruso. Siguió escribiendo en su idioma y luego de décadas de anonimato fue
descubierta por los editores franceses para resucitar del silencio la gran
literatura rusa. Compartió con Nabokov aquellos años difíciles, siendo este
último también un notable espécimen de escritor alejado de su lugar de origen.
Por cierto que no
es ese alejamiento, en cualquiera de sus vértices, quien produce al escritor,
pero puede ser tanto catalizador como detonante. En Conrad, la afición marina
inglesa, abierta a los océanos y no encasillada como la polaca al Báltico, o al
Negro en su momento histórico, fue determinante. En Berberova se enfrasca en
las minucias dramáticas del exilio, la pobreza, la soledad impuesta: lo que
Francia ofrecía a la emigración rusa huída de la revolución. En Conrad el
horizonte se amplía mientras que en Berberova se reduce. El panorama de uno
tiene longitud de mar y en la otra pesadez de encierro. En cuanto a lo
literario, magníficos, ya sea con visión de futuro y dinámica de aventura o con
nostalgia. Ambos de sus universos originales han desaparecido; los huesos para
Conrad se han hundido y para Berberova flotan. Solos, sí, mucho; los dos.
Narrar acerca de
estos paradigmáticos escritores sirve para ejemplificar al resto de quienes
deciden, por las razones que fuesen, dejar la tierra de origen y afincarse en
otro lado, o en ninguno, pero cortar el trazo umbilical con la memoria, en un
corte preciso y seco que al menos en apariencia la condene al olvido, u otro
delicado, no solicitado y que preserva vívido el pasado pone al osado y/o
desgraciado personaje en la senda de lo que es tal vez el mayor peso del
alejamiento: solitud. Más que la ausencia de la madre, que el recuerdo de la
tierra, el olor, el sabor, el placer y el dolor de ayer, está la sensación
indefinida de ausencia. Hablo en términos ochocentistas o novocentistas porque
abunda hoy una camada de escritores que trashuma la academia y se agita en el
frenesí tecnológico que carece de ese casi poético/dramático/suicida impulso
del exilio y sus desaires. Hoy, observándolos, no hablaríamos de Kessel o de
Cendrars; mucho menos de la angustia centroeuropea de tipos como Joseph Roth;
ni siquiera de algo más cercano a nosotros como son los exilios de Cortázar y
García Márquez.
De si viajar
sirve para escribir… Por supuesto. Como cualquier experiencia. La diversidad
cultural es instrumento vital de conocimiento y de, aunque detesto usar la
palabra, inspiración (tan venida a menos). Siempre que me preguntan de si irme
me sirvió contesto que sí. No en crear el impulso inicial aunque no desdeño que
exista tal posibilidad en otros casos, pero para enriquecer un bastante
limitado espacio como el que tenía en el país. Henry Miller sirve como ejemplo.
Ya escribía, pero es en París en donde se abren sus trópicos. No se necesita
decir qué significaron esos libros para la literatura y no sabemos si
existirían o no como están sin la experiencia francesa.
Emigrar no viene
a ser un juego de niños. Es algo muy serio para cualquier ser humano, incluido
el escritor. No implica, como ha sido en muchos casos, que se deba sufrir para
escribir bien, pero sin el dolor no estarían con nosotros Dostoievski ni Petrus
Borel. Es algo…
05/08/15
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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 09/08/2015
Berberova es totalmente nueva para mí. Acerca de estos exilios forzados o voluntarios me vienen a la mente el lúcido Cioran destilando su amargura desde su buhardilla parisina, o el enigmático y recientemente reinvindicado Sandor Marai, de quien se cuenta que ni sus nietas californianas sabían que había sido escritor. Se extrañaban tus entradas, menos mal que el "exilio" fue breve. Saludos.
ReplyDeleteEl viaje, malestares físicos asociados con ello, el desarreglo del ordenador, etc, etc. Trato de ponerme al día con muchas cosas. A Sandor Marai lo leí por primera vez hará diez años, en inglés, y el viejo, sabio y modesto Cioran es siempre compañía. De vez en cuando subo imaginariamente las escalinatas que llevan a su cuarto, en cuya puerta un cartel dice Ici, Cioran. Abrazos.
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