En
Cochabamba sucede un extraño fenómeno en
estos tiempos medievales: desmedida alharaca por el retorno al origen, así sea
difusa mixtura, mientras que de forma paralela se corre en un capitalismo
desenfrenado, salvaje, de idolatría sin límites hacia una globalización
comprendida al revés. Quienes reclaman awayos y plumas se cubren con tejidos
sintéticos de manufactura coreana, con pésima imitación de la iconografía
local. El trópico se llena de jacuzzis y hummers desbarrancando de a poco los
objetos –no la retórica- de lo originario ancestral.
La chicha, bebida
ya bastarda, mestiza y maleada por centurias desde su nacimiento nativo, está
en el frente de ese deslave que nos dejará, a pesar de que supuestamente es lo
que buscamos, sin origen. Los profetas del retorno, casi parece una cháchara de
Erich von Daniken, la han remplazado en sus orgías de poder y gloria por JW
etiqueta azul. Hay colores que determinan épocas, pero hay más idiosincrasia
que decide los destinos. En apariencia no tiene importancia. Existiendo hoy un
acceso a whiskies otrora privativos, se diría que no tenemos motivo de
desecharlos. Tal vez en la ofuscada mente de los califas el progreso se mide en
un chin chin. Sin embargo, la lectura es otra.
Política y
desdenes aparte, en mis viajes periódicos de retorno observé que un nutrido
grupo de chicherías urbanas han ido desapareciendo. En aras de la salud pública
reconocería que es mejor, ya que la higiene, no muy pegada a nuestra cultura,
prefería no transitar por esa ruta de antros cochabambinos convencionales, pero
muestra algo: que una sociedad se está transformando, no significa avanzando,
en territorios ajenos. Implica, no racialmente, la desaparición del mundo
rural, tan cercano a nuestra historia. Cochabamba nunca fue urbe sino gran
aldea de adobe. Asociada a huertos, manzanos y durazneros, va derribando todo
lo que antaño significó y le prestó rostro. Hoy semeja un monstruo de mal gusto
que cambia lo bucólico por lo kitsch, lo pintoresco por lo inmundo. El
“progreso” no tiene por qué seguir tal rumbo.
Esquina Hamiraya
y Colombia. Un tugurio. Puerta desvencijada con amplio ojo para crecida llave.
Adentro un par de vasijas de barro empotradas en el piso. Mesones de madera y
bancos del mismo material. El patio, cortado en dos por cambios urbanísticos de
las alcaldías, es resabio de lo que fuera casa colonial. Un primer, segundo patio
atrofiado con una planta superviviente que remonta a la Cochabamba de esplendor
frutal: higuera de higos negros y carne rosa. La chicha era mala, de algún
productor independiente y mínimo, pero se participaba de una viñeta valluna en
proceso de extinción.
A veces se suele
mirar una higuera. Ya es más difícil un pacae y casi imposible una mata de
granadas rojas. El entorno de la chicha urbana también desapareció. La vid
trepadora sobre añejo molle, el empedrado o el piso de tierra bien barrido.
Para terminar un retrato ya de muerte, pondríamos un sapo metálico de tejos
vilipendiados. Casi una foto de Martín Chambi, el peruano, en una Cochabamba
que tampoco fue tan vieja porque la vimos, y la bebimos.
Hubo chicherías
hasta a un par de cuadras de la plaza 14 de Septiembre. Recuerdo la de frente
al matadero, en la calle Jordán, en la planta baja de un conventillo de
notarios y abogados de mala índole. La ciudad del valle remedo de la Praga
kafkiana, cubierta de penumbras y de historias sórdidas y tristes; contradictoria
porque se afamaba de luz y canciones.
Nada puede
permanecer igual y tampoco lo queremos así. Solo que locura y desidia van modelando un
perfil cochabambino urbano ecléctico, frenético, matriparricida. No significa
que eliminar al progenitor no esté bien pero hay que hacerlo de manera
adecuada. En cuanto al rescate cultural, pienso en la colonia Roma, de México
D.F., donde se ha revivido el popular pulque, bebida de pobres, y se lo ha
sofisticado para un público mayor; pulque posmoderno. La chicha simplemente
pereció.
04/09/15
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Publicado en LECTURAS (Los Tiempos/Cochabamba), 10/04/2015
Fotografía: Esquina Hamiraya y Colombia, acera sudoeste, donde otrora existía una chichería en el casco viejo de la ciudad (Daniel James/Los Tiempos).
Chicha de uva y manzana por estos lados. Popular en fiestas patrias la primera. Bebida habitual entre mapuches y chilotes la segunda. El resto del año reina el pisco, el ron y el whisky. El muday, que sería lo más cercano a la chicha boliviana, aun no lo he probado.
ReplyDeleteBuen artículo, querido amigo. Un fuerte abrazo.
Mi abuela me habló de la chicha de maqui. Pienso prepararla esta temporada.
ReplyDeleteTengo que entrar, como siempre, en ese mundo mágico que propones, Jorge, que hasta en nombre es casi mítico: "chicha de maqui", por ejemplo, o el muday, que desconozco. Un fuerte abrazo.
ReplyDeleteEsa esquina... y la chicha de chicharronería. Saldría disparado para allí ahora mismo, a sabiendas de lo que me iba a encontrar... las ruinas, hechas espejo. Un abrazo
ReplyDeleteRuinas que serán muertas definitivas cuando se termine nuestra memoria, Miguel. Abrazos.
DeleteChicherias de antología; bar Charcas, en Cala Cala, calle el Rosal ( ya ni la calle existe...); El Altillo de la plazuela San Sebastian, chicha de chuspillo, néctar de dioses decía mi abuela...!
ReplyDeleteHay que recordar y escribir, Fernando. Recuperar el pasado en la memoria escrita. El Rosal... yo cursé la primaria ahí a unos pasos, aterrados por la casona medio verde (creo) llena de fantasmas.
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