Dos autores
españoles, navarro uno, castellano el otro, y tres “nacionales”, locales,
nativos, o como quiera llamársenos, sin preferencia, conversamos acerca de un
fantasma literario: Víctor Hugo Viscarra, paceño, si es que al lumpen puede
asignarse un origen sin caer en la hipocresía de quien olvida adrede aquello
que le incomoda.
Miguel
Sánchez-Ostiz, maestro narrador, punzante opinador y despiadado interlocutor
habla, desde que lo conozco, de la tierra adoptiva que adora a veces, enmaraña
las más y emputa también, Bolivia, y de su gente literata. Tierra de poetas,
esta, del jazmín y la ponzoña; allí la fiesta se ha encaramado como rey, valga
el hermafroditismo de los géneros, sin lavar el derroche de banda y serpentina
la tristeza.
Miguel menciona
tanto a Sáenz como a Viscarra en un péndulo que reconoce la angustiosa
profundidad del primero y la azarosa existencia de Viscarra en el panorama de
las letras bolivianas. No he llegado a oír que desprestigiara la obra de este
último; es más, su anecdotario paceño, un conjunto de viñetas magistrales e inéditas,
tienen a Víctor Hugo infaltable en presencia, halo o sombra. Lo cito casi
textual: Viscarra: cuando el personaje oculta con ventaja la obra literaria,
una cosa es que la obra esté sostenida en lo vivido (y bebido) y otra que toda
sea juzgada y valorada por esto... Borracho
estaba pero me acuerdo (et alii), bien, pero no sé si eso basta para
alentar un culto (y clero) literario (casi peor el clero). Ahí toca una vena
sensible del asunto. Conociendo a Víctor Hugo, yo diría que él era consciente
de que estaba forjando una leyenda. No que actuara solo acorde a tal -en una
pantomima que le redituara beneficios a posteriori, pero sabiendo que lo
hacía-, sino que tenía el suficiente bagaje literario para darse cuenta que lo
suyo pesaba a su manera y que aún no se había agotado aquello de la supuesta
“maldición privilegiada”, rico campo de exterminio entre artistas. Además,
estaba Sáenz en ese pedestal trágico y había que destronarlo. “Sáenz es un
Tribilín”, me dijo en la chichera campiña cochabambina, desdeñándolo por
escribir de lo que conocía de afuera, no de adentro como él.
Comenta Daniel
Averanga, escritor alteño y boxeador callejero, sobreviviente del ataque de
cogoteros reales y de las ínfulas de los literatos de cepa, que Alcoholatum y otros drinks es lo mejor
de Víctor Hugo, a quien envidiaban los académicos del gremio que viviera en
medio de lo que contaba. Según él, eso era lo imperdonable en vida y su legado
en el que todos quieren untarse ya muerto. Recuerda Daniel: "El problema
boliviano de las letras", alguna vez (Viscarra) me confió, "es que
muchos de los que escriben quieren la aprobación del público, y por ello lo
único de lo que se escribe es de cómo dorar la píldora con el lenguaje: ni
personajes profundos tenemos”. Ni
personajes profundos tenemos, carajo, dura aseveración. Porque a decir
verdad Felipe Delgado no es Raskolnikoff y en la nueva literatura, de acuerdo a
los críticos de la moda intimista y pajera, ya ni personajes hay.
“Tierra fértil en
minerales, joyas, subterráneos tesoros, reventona de energéticas flores
debidamente arrancadas de su jardín de selva y cordillera por las fuerzas del
mercantil orden mundial, para mejor mantener contentos a sus aciagos
consumidores y, así, eternizar el saqueo”. Bolivia, en letras de Pablo Cerezal.
Este autor madrileño rememora que analfabeto de las letras bolivianas se
desayunó con lo más fuerte: Viscarra, lo único a su alcance entonces, en
edición pirata, para descubrir en dónde se había metido. Pobre, rico pobre,
inició su conocimiento de esta literatura, llamada “andina” en desconocimiento
de lo geográfico, con la escatología y el abuso que exudan las páginas “del
Víctor Hugo”. Y sorna, humor, acidez, para anotar con certeza que esa obra no
era el testimonio, no tan solo, de un desheredado, sino literatura y que el que
la creaba excedía su entorno. Pareciera contradecir el hoy en donde Viscarra
semeja más conocido por lo que fue que por lo que escribió. El legado que
perseguía -Víctor Hugo no era inocente- estaba no en el testimonio propiamente
sino en el estilo en que narraba las vicisitudes personales y de los suyos. Eso
impresionó a Cerezal; falso, diría “que no intenté desentrañar la torva
expresión con que el autor me escudriñaba desde la borrosa trinchera que
parecía ser la fotografía promocional de la primera página”. Después… el
impiadoso maremoto.
El narrador Aldo
Medinaceli lo conoció en los avatares de la chupa, como lo hicimos tantos. “Víctor
Hugo era un auténtico conocedor de la vida oscura, profunda y real de la
ciudad, sin elevaciones metafísicas, sino con crudezas sociales, que muchos
preferían ignorar. Y que escribía muy bien, un talento auténtico, sin
sofisticaciones ni poses”. No le gusta que se lo encasille en algún tipo
privado de escritura; “era un buen escritor y listo”, afirma. “Mañudo, también”. Es esto que anota Aldo que siempre me pareció
característico de Víctor Hugo Viscarra y por eso no era inocente. Tenía la
viveza criolla y la perspicacia del superviviente. Leyéndolo nos encontramos en
un Auschwitz urbano desesperante. El talento radica en hallarle humor a la
desgracia, y humor, negro o gris no importa, abunda en lo viscarriano. Y la
búsqueda de prestigio, no olvidemos. En algún momento, cuando escribí sobre él
para el difunto El juguete rabioso,
mencioné el humor de Henry Miller por encima del ambiente de Bukowski
(siguiendo la moda de meterlo en saco ajeno).
Viscarra se erige
sólido. Ambivalente, multifacético, cercano aunque no lo quiera al “Tribilín”
Sáenz, en un dúo sombrío más que trágico. Jean Genet, en El condenado a muerte, sentencia: “Deja a tus dientes depositar su
sonrisa de lobo”, mientras Bataille, en otro poema, recita: “Mi puta, mi
corazón, te amo como se caga”. Fin.
25/05/16
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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 29/05/2016
Fotografía: Víctor Hugo Viscarra en Cochabamba, con Ligia y conmigo. Café Fragmentos, 1996
Valioso, querido amigo. Aquí de verdad todos crecen.
ReplyDeleteLos libros de Viscarra son inencontrables en Chile, pero pienso ir este año a Bolivia a ver cómo me va. Tengo Chaki Fulero, escaneo bastante borroso de un libro póstumo, pero algo se entiende.
Un fuerte abrazo
Te enviaré al menos uno, Jorge.
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