De todos los
escritores latinoamericanos que he leído ahora último, me reconozco mucho en la
literatura de Claudio Ferrufino Coqueugniot (Cochabamba, 1960). Bajo
recomendación de su compatriota el también escritor Guillermo Ruiz Plaza leí
“El exilio voluntario”, una novela que es tanto una indagación en el exilio
latinoamericano en EEUU como una reflexión acerca de la memoria y la identidad,
múltiple, en astillas. Además, Ferrufino propone una personalísima lectura de
la experiencia urbana, ciudades latinoamericanas o estadounidenses, en las que
el individuo se extravía, cuando no claudica. Todo desde la perspectiva del
desencanto o el cinismo, con un humor corrosivo, en ocasiones hepático, y un
cuidado exigente en la palabra.
Agradezco a Claudio el envío, desde Bolivia, de su libro que reseñaré pronto. Me alegra descubrir más de literatura boliviana actual, una de las más dinámicas de los últimos años.
De “El exilio voluntario”: “Creen sin duda que he venido del desierto. Los trabajadores no saben mi origen y nadie presenta a nadie. Los cargadores pasan por aquí como suspiros, jamás como un grupo compacto de trabajo. Hay claro los viejos, que a pesar de abandonar por espacios de tiempo, continuamente regresan. Yo, que vengo de tierra de papa, que vi cáscaras en multicolor, papa imilla y papa lisa, morada y negra, color tierra y color caca, tersas, arenosas, jugosas, duras, grandes y otras, doy la impresión de no haber visto una en vida. Mis compañeros se miran, se dicen que soy un hambriento, y me muestran esto es una patata, una number one Idaho, la de allá Russett, esta A Red y la siguiente B Red. Las llamamos potato, amigo, papa, papá, ¿no? En tu idioma. Asiento. No es ocasión de alardear sobre los campos aledaños a Pocona, donde mi hermano sembraba a medias con los comunarios. Media hora de cavar y venga el pisco. Tres días de cava. Solíamos, antes de dormir debajo del camión de Pirincho, un amigo, ir al pueblo y en una callecita de subida comprarnos cerveza para olvidar el desastroso sabor del alcohol local. Potato, amiga, palpa corta, es blanco adentro, no te olvides”.
Agradezco a Claudio el envío, desde Bolivia, de su libro que reseñaré pronto. Me alegra descubrir más de literatura boliviana actual, una de las más dinámicas de los últimos años.
De “El exilio voluntario”: “Creen sin duda que he venido del desierto. Los trabajadores no saben mi origen y nadie presenta a nadie. Los cargadores pasan por aquí como suspiros, jamás como un grupo compacto de trabajo. Hay claro los viejos, que a pesar de abandonar por espacios de tiempo, continuamente regresan. Yo, que vengo de tierra de papa, que vi cáscaras en multicolor, papa imilla y papa lisa, morada y negra, color tierra y color caca, tersas, arenosas, jugosas, duras, grandes y otras, doy la impresión de no haber visto una en vida. Mis compañeros se miran, se dicen que soy un hambriento, y me muestran esto es una patata, una number one Idaho, la de allá Russett, esta A Red y la siguiente B Red. Las llamamos potato, amigo, papa, papá, ¿no? En tu idioma. Asiento. No es ocasión de alardear sobre los campos aledaños a Pocona, donde mi hermano sembraba a medias con los comunarios. Media hora de cavar y venga el pisco. Tres días de cava. Solíamos, antes de dormir debajo del camión de Pirincho, un amigo, ir al pueblo y en una callecita de subida comprarnos cerveza para olvidar el desastroso sabor del alcohol local. Potato, amiga, palpa corta, es blanco adentro, no te olvides”.
05/2016
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Del muro del autor en Facebook
Fotografía: Félix Terrones
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