Ha muerto Charles
Manson pero no una época. Todo se ha movido mas nada se ha transformado. El
sueño de Martin Luther King fue eso: dream.
Pareció que no, que el pasado había enterradose en su sacrificio; tomó un
abusivo ignorante como Donald J. Trump para recordar que la vida mejora a
ratos, semeja cambiada, apacible, liberal, democrática, aunque al fondo sigue
sucia, abyecta, racista, violadora.
Todavía venden
esclavos en explanadas nocturnas en Libia, hombres negros atrapados en intento
de huida hacia occidente; ni siquiera hacia la opulencia sino la satisfacción
del hambre. Ni hablar de las mujeres, que aparte de duro trabajo aguantan festín de oprobio de los captores. Cuatrocientos
dólares vale un ser humano.
Helter Skelter
fue otro sueño (no ilusión, deseo), dream
del hombre blanco dispuesto a destruir lo suyo propio en pos de reconstruir
un sistema opresivo en su beneficio. Helter Skelter: guerra racista,
apocalíptica, en que el hombre negro, ya acostumbrado desde la Era del Amor a
poseer carnalmente a la mujer blanca, al verse privado de pronto de esta pasión
que excedía los límites, violentaría la sociedad y se alzaría como raza en
contra del otro. El hombre blanco, dividido en dos facciones de acuerdo a su
relación con el hombre de color, pelearía entre sí hasta eliminarse de la
tierra. Los elegidos, Manson y la Familia, saldrían de sus cuevas de topo en el
Valle de la Muerte californiano como los únicos blancos sobrevivientes. Los
triunfantes negros lo aceptarían. Entonces Manson palmearía a los victoriosos,
acariciaría su ensortijada cabellera, y los mandaría a recolectar algodón como
los buenos niggers que debían ser.
Quedaría establecido el imperio de la raza superior.
Donald Trump es
Helter Skelter. Sueña como Manson. Igual al asesino de Sharon Tate y de otras
personas, lleva estampada en la frente la svástica. Si bien no tiene los
ojillos vivaces del profeta, lo excede en sus aspiraciones. Es también profeta
del infierno. Y palmea a los subordinados, los confunde con paradas de matón o
con meliflua voz, antes de enviarlos a la recolección. La figura colorida del
negro se ha extendido al marrón y al rojo; no tanto a los asiáticos que ejercen
fascinación en la sociedad norteamericana. Oscuros rivales del sueño trumpista,
de la sociedad blanca armada hasta los dientes, drogada, endógama, tarada en su
endogamia y vil, que deben ser eliminados en su mayoría y esclavizados en su
descendencia.
Manson ejecutó a
sus víctimas para inducir al negro a rebelarse. La sangre sería el catalizador
que mostraría el camino. La saña apuntaba a eso, a disparar fobias dormidas,
odios que en el fondo tenían alto contenido sexual. Lo mismo en Trump y la
ansiada guerra de razas, en la retórica que intenta ser tan puntiaguda como el
pene. El fascismo descansa sobre eso, sobre una triste masculinidad
incomprendida, abrumadora testosterona privativa de seres superiores y pálidos.
La canción,
incluida en el Álbum Blanco, quedaría hasta como algo anecdótico. La
interpretación de Charles Manson le dio visos que dudo tenía la lírica beatle.
Si pensamos en el mensaje pacífico de Lennon, de la revolución con laureles, no
podríamos siquiera imaginar la obsesiva y sangrienta secuela que trajo. Beatles
y el libro de las Revelaciones como aditivos de la megalomanía, como Donald
Trump cantando My Way en un asqueroso entorno de millonarios apuntalando su
supuesta cuasi divinidad.
Helter Skelter.
Entonces parecía posible: el enfrentamiento de las razas. Helter Skelter hoy,
más cerca, tanto en la forma de un dedo que ajustará el botón nuclear no para
eliminar un enemigo ideológico sino un macho en competencia, como el desajuste
racial que la nueva presidencia norteamericana trajo consigo, la desconfianza
en el pasado firme que se hizo endeble de pronto, en un futuro que oscureció.
En la esperanza que muere. Y eso que parecía inmortal.
20/11/17
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 21/11/2017
Apocalíptico...
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