Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Angie, los
Stones. Alla, Aliona y Alena danzan desnudas alrededor, con máscaras mexicanas.
Así será la muerte, la lujuria con rostro de sangriento pesebre. Cristo
asesinado en la cuna de paja. La historia cambió, no hubo ni cristianos ni
moros; los romanos se devoraron a sí mismos hasta desaparecer.
Lobos corrían por
Germania. Angie… Hubo una Antje, alemana, perdida entre los variados calzones
del recuerdo. Calzaba 35, pies de japonesa torturada y el flequillo que le caía
de costado hacía las delicias de un gordote francés, asqueroso y filósofo.
It’s only rock and roll: los Stones. Por la ventana el futuro anuncia lluvia. Aliona,
Alla y Alena se han dormido. El poeta Emilio Losada toca en la armónica y canta
una ranchera blues para un desconocido boliviano que escribe también, porque
trabaja antes de escribir, y come antes de escribir, y no llora pero sufre
antes de escribir. Sí, es solo rock and roll.
Alena, Aliona y
Alla despiertan y fríen catliets para el desayuno. El revólver humea al lado de
mi almohada como un dragón. ¿Se ha disparado? Tarda el desayuno, se siente la
carne quemarse en el aceite que hierve. ¿Alla?, pregunto. Alla duerme con la
cabeza volcada, en posición de muñeca. ¿Aliona? Su torso mira al techo y sus
grandes ojos azules al suelo. No te entiendo, Aliona, cómo haces semejantes
ejercicios, tan difíciles. ¿Alena? Se te queman los catliets. Alena mira a
ningún lado. Cerrados párpados se niegan a ver que amanece.
Me siento solo.
Estas mujeres siempre me dejan solo. El revólver de ocho tiros tiene uno sin
usar. Siete se perdieron ¡con lo que cuestan! Miro el reloj, pero antes apago
el fuego. Esas piezas de carne ya no sirven. Tendré que salir después a comer.
¿Por qué tanto silencio Alla, Alena, Aliona? ¿Se enojaron conmigo?
A las tres se les
despintan los labios. Un reguero carmesí, breve pero intenso, escapa de las
comisuras. Suelen ser descuidadas con su presencia. No entiendo.
Los Stones
vuelven a cantar. Acomodo la almohada, alejo el instrumento caliente de la 38 y
me digo que mejor descanso un poco más. En voz alta les recuerdo: chicas, que
no me dejen dormir demasiado, que alguien debe traer el pan a la casa, y parece
que soy yo.
04/11/17
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Publicado en PUÑO
Y LETRA (CORREO DEL SUR/Chuquisaca), 20/11/2017
Imagen: Roy Lichtenstein
No es como el delirio de Magritte ni como el delirio que se dibuja a través de la ventana de los orates a la caída del sol y su muerte. Se me antoja más a un tamaño vendaval de lluvia y viento y bofetadas existenciales que queda como resaca en el relieve más sensible de las almas... Un abrazo, querido Claudio.
ReplyDeletePues cómo decirlo como tú, querido Pablo, siempre perspicaz, presente, visionario, hallando escondites donde pareciera yermo. Un gusto leerte, maestro, así sea en breve como aquí.
DeleteEs que el texto, en toda su extensión, me ha parecido alucinante y soberbio. A la altura de tu maestría.
ReplyDeletePor otro lado, he leído con atención la carta de Elena, tu hermana, relacionada con todos los tejemanejes de baja estofa que se urden, como todo en nuestro país, al cobijo de la penumbrosa mediocridad. Exprésale, por favor, mi apoyo y admiración por su valentía. Toda una dama que con altura, dignidad y clase, dijo su verdad, que vale como verdad absoluta frente a tanta injusticia que campea en nuestro país, como si ella, la injusticia, fuera una declarada institución.
En eso se está convirtiendo. Pero se alegrará de tus palabras, porque pocas son las que cuentan y pesan. Ellas ya valen el sacrificio que implica estar en medio de tanta mugre. Creo que yo no podría hacerlo. Gracias, querido Pablo.
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