Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Duro decirlo así,
pero ni que la escalada de matanzas en Los Estados Unidos crezca como vendaval
ni que los muertos sean niños, importa. Las armas son sacrosantas, mas no solo por
la mal interpretada Segunda Enmienda (que permite la tenencia de ellas por
civiles) sino por la estupidez colectiva de la ciudadanía que es pasto y abuso
de los grandes negociantes de armamentos (de ahí las guerras de EUA, el freedom viene de yapa).
Baste decir que
el mayor negocio del siglo pasado fue la Segunda Guerra Mundial. Luego de la
victoria aliada, vino la época de oro. La Tormenta del Desierto trajo bonanza,
además de “borrar” la vergüenza de Vietnam.
La retórica de Donald
Trump, omiso del servicio militar, emboscado, ayuda al frenesí armado que
arrasa con lógica y razón. El populismo
de este guerrista que no empuñó fusil ha exacerbado los miedos ya grandes del
norteamericano medio, asustado hasta de su sombra, disparando la venta de armas
a niveles ilimitados. Ante la tragedia de ayer con balacera y casi treinta
difuntos en un villorrio de Texas, se esgrime como contrapartida en favor de la
Segunda Enmienda que fue un civil el que detuvo la carnicería al disparar al
asesino. Basta el detalle para justificar el hecho de cargar revólver en la
cintura y ametralladora en la cabina del auto. Un héroe excede a un montón de
cuerpos inertes en rocambolescas posiciones (ya que esta es la única ocasión en
que uno no piensa en cómo se va a ver).
En un mes ha
habido tres masacres: Las Vegas, Nevada; Thornton, Colorado; Sutherlans
Springs, Texas. Cada una en aparente distinta motivación, y de claro espíritu
racista la segunda, donde un individuo cegado por su odio hacia la población
hispana, eliminó a tres miembros de esta comunidad y salió caminando. Por
supuesto, Trump ni la mencionó; cierto que menor en número de víctimas pero
cuyas características son espeluznantes: hablan de la guerra sorda por ahora, y
descarada bien pronto, hacia la inmigración latina, indocumentada o no.
Sucede que el
nivel autodestructivo de esta sociedad carece de límites. Tanto en Las Vegas
como en Texas, los muertos pertenecen al grupo humano que sigue a y votó por
Trump. Se pensaría que al tocar su base, al menos se iniciaría alguna discusión
sobre el tratamiento de las armas de fuego y la facilidad de su compra. No ha
sido así. Pesa más el dinero del poderoso lobby
de la NRA (Asociación Nacional del Rifle), que la pérdida de votantes de manera
violenta. Víctimas, como gobierno en pleno, intentan llevar la controversia
hacia el lado de la salud mental, desdeñando la obviedad que lo irracional del
vicio armado en Norteamérica los arrastra camino de un foso sin retorno. Pero,
de todos modos, y en brutal contradicción, la NRA quiere levantar las
prohibiciones de que gente con enfermedades mentales ¡e incluso personas
anotadas en listas de posible terrorismo! puedan adquirirlas. El dinero de un
asesino en serie va tan bien en el bolsillo de los ricos como cualquier otro.
Al fin habrá una solución natural, y los más aptos sobrevivirán para llegar al
paraíso. Cálculo dramático, atroz, de una sociedad encerrada en falsas
convicciones y temor poco usual.
La pérdida es
social, porque al ver que no se le presta atención al drama de las masacres,
ellas pasan de ser eventos extraordinarios a lugares comunes. Poco me cuesta
decir ahora, que en vista de lo ocurrido en Las Vegas y ayer en una perdida
iglesia bautista en medio del territorio trumpista, apenas me importa. Más aún
si sabiendo que los fallecidos formaban parte de un grupo que ha apostado por
acabar con la diversidad, que de una u otra forma se ubica enfrente, en el lado
enemigo, y que dado su momento disparará contra mí. Se acabó la empatía. A
cuidarse porque la muerte anda suelta y no tiene preferencias. Yo sí. Mejor
ellos que nosotros.
06/11/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 07/11/2017
Imagen: Detalle de la placa 15 de Los desastres de la guerra, de Goya, 1810
terrible análisis de una loca sociedad poderosa con un imbécil de presidente
ReplyDeleteY con fuerte tendencia a empeorar. Una lástima.
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