Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Ya, hecho
está (aunque lo estaba en el 2006), Evo Morales se ha entronizado como el
príncipe de la noche. No Nosferatu, el fantasma de ella, porque el vampiro de
Murnau y Herzog es terriblemente romántico, y Morales es la imagen del
sangriento y vil comercio.
¿Qué está
hecho? Lo previsto, aguardado, esperado, sabido, supuesto, predicho, anunciado,
que el trompetero es rey. Pareciera tragedia griega, o la burla de Moliere, y
no, se trata de una historia local con tintes de guerra racial, jugarretas
mediáticas, el pueblo sui géneris, la punta de un iceberg que flotaba por
quinientos años, por mil. Si algo ha cambiado, sí, algo, y sí mucho, en la
ampliación del entendimiento de lo que es un ciudadano fuera de su origen. Si
hay un desfase brutal en la historia de Bolivia está en no aceptarnos como
somos, qué somos, lampiños, mestizos, feos, chatos, deleznables. Sobre todo en
occidente. Mientras en oriente, y en parte por la inmigración masiva chola, el carente
de fundamento aire de superioridad camba ha ido mermando. Temas que se pueden
diseccionar y hallar cuán positivos han sido en el contexto global. Si los
debemos a Evo, en parte, en su característica de catalizador histórico, inconsciente;
no al reyezuelo desnudo con el sexo erecto como estandarte de su eternidad.
Pues no lo hay, eternos no son ni los obeliscos egipcios.
Cuando era
joven, los seis de agosto, en el desfile escolar, el Colegio Nacional Sucre,
representando la ominosa y potente oblación de los tostados, gente de color,
indicaba a su banda de guerra tocar la Marsellesa y no el himno nacional. Su
director, que fue profesor de química mío, el señor Arébalo, afrentaba con ello
a los milicos apelmazados en la tribuna con sus damas de vulva sudada. Si
Arébalo era comunista, ni me acuerdo, pero el sonido de la guerra francesa
tenía mucho de épico y un poco de estoico en esa villa cochabambina donde los
oficialillos meneaban sus caderas musculosas de tanto escapar de las batallas.
Estos eran maratonistas de la historia. Corrieron en todos los frentes, en el
Pacífico y el Chaco. Un alemán, mariscal luego, venció a nombre de Bolivia en
una escaramuza del norte argentino con 18 muertos. Estos se quedaron veinte
años, nos quitaron la adolescencia, nos hicieron conspiradores apenas dejamos
de ser niños. Entonces venía bien el himno aquel: Marchemos hijos de la patria…
con el significado de que caminaríamos por encima de los cabrones huesos del
ejército… algún día.
Morales,
desde un punto semi-ideológico enemigo del ejército per se, terminó seduciendo
al generalato con su pistola de pequeño calibre. Bastó que la agitara para que
a los milicos se les cayesen las bragas. Con ello se aseguró la defensa para
cuando quieran sacarlo. Y la plata de la droga es demasiado grande, demasiado
intensa, para que estos maricas de uniforme decidan cambiar de patrón. Por eso
prefieren disfrazarse, bailar en comparsa, trasvestirse mientras el amo se
burla. Morales desea quedarse para siempre y se hizo con la defensa de las
armas y con la trampa de las leyes. Nada ni nadie lo va a mover de aquí.
Ahora se
debe acabar la verborrea democrática. No se puede hablar de lo inexistente.
Porque en esta farsa incluso si gana Carlos Mesa la suerte está echada. A esta
Roma nuestra le falta un Bruto, la daga afilada. Cuando miraba en la ciudad
aquella, eterna le dicen, el lugar preciso en que el tirano sucumbió al poder
ciudadano, deduje que en la vida no hay nada más fácil que hacer una nueva o
terminarla. Ambas eyaculaciones, sean de esperma o de sangre, están, por más
seguridad y cilicio disponibles, al alcance de la mano. Porque, seamos claros,
a Evo y a Eva no los sacan de palacio por las buenas. Pues, a entrar en el
momento en que ocupan el lecho nupcial para sacarlos culipelados a chicote. No
queda otra, y si les toca la de algunos de pasearlos en burro, o el cadalso que
no se descarta, sea. Él lo eligió, que lo sufra.
10/12/18
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Publicado
en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 11/12/2018
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