Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Canta, para colmo, Violeta Parra en Pandora. Como si no bastase que fuera
domingo, día muerto. Maldigo del alto cielo. Reminiscencias de Vallejo, el
yermo, la tierra latinoamericana, el polvo, la soledad de los cuartos, la risa
del otro que te ha olvidado. Silvio Rodríguez ahora, ojalá, ojalá, ojalá. Que
no me caiga la muerte ahora que dejo de lado las muletas, que salgo del
pabellón número 6 ¿era Chejov? Y el cine ruso… también.
Quema el café en las manos. Felices los penitentes, Dónde la quinsa
charaña, el chicote que rompa esta tozuda espalda, la sobredosis de fortaleza
física. No me mató el sida consumido en las calles de DC, en los callejones del
mal. No me mataron fierros ni laques de policía en parietales y occipitales.
Solo me mata el amor, esa bala de plata para vampiros. Me mata, me asesina, me
olvida, detesta, humilla, desprecia. Parezco una botella vacía de bourbon en un
callejón antiguo, que silba casi inaudible con el viento y que patean unos y
otros hasta esconderme entre la grama extendida y descuidada.
Parece Job lamentándose. Pero ya me levanto, abandono el puto ordenador y
salgo a admirar el universo, el brillo del hielo y las tetas incansables.
2018
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