Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Tomaba sol en un balcón del bulevar Chacabuco. Córdoba se movía con su peculiar ritmo entre europeo y latinoamericano, ágil y sin embargo simpático. En el café de la planta baja los clientes iban y venían con intervalos de minutos en su negro rito.
De pronto, bajando por Chacabuco a toda velocidad, aparece un Ford Torino crema
que dobla violentamente a la izquierda, por Junín. En el momento de acomodar el
carro para proseguir por la nueva avenida, el hombre del asiento derecho arroja
por la ventanilla dos paquetes; uno explota en segundos y lanza al cielo y
alrededor volantes del teóricamente popular grupo armado Montoneros; el otro
queda tieso como un burdo regalo envuelto en papel madera y amarrado con
cordel. El Torino avanza rápido por bulevar Junín; cuando llega a la
intersección con la primera cuadra, gira a la izquierda y toma Junín pero por
la vía opuesta. Retorna hasta el paquete que no explotó y el mismo hombre
desciende apresurado, lo agarra y desaparecen. Reacciono y voy por las
escaleras; codeo entre la multitud de transeúntes que intentan apoderarse de
los volantes esparcidos. Los papeles mimeografiados llevan el sello de una V
con una P adentro: Victoria y Perón. Los testarudos guerrilleros urbanos
parecen olvidar la lección de Ezeiza, cuando el anciano líder regresó de España
y las huestes del brujo López Rega, reunión amorfa de espiritistas, putillas
fracasadas e impotentes, masacraron y ahorcaron de los árboles, con entera
libertad, a una idealista juventud argentina que lo esperaba ansiosa.
Perón no bajó; desviaron su avión, y se ocultó, como antes con Evita, bajo las
dudosamente fieles faldas de Isabel. A pesar de eso los Montoneros continuaron
tratando de rescatar la imagen del general, de asirse a la quimera
seudorrevolucionaria del viejo fascista. En 1975.
La guerra sucia fue siempre una tradición argentina, desde los inicios de la
independencia, pasando por Rosas y la Mazorca, émula criolla de la Montagne
francesa y del terror, hasta el siglo XX donde los intereses económicos de la
clase pudiente, las ambiciones imperiales extranjeras se ocuparon de rastrear y
eliminar a una naciente y protestante clase obrera. Irigoyen y el radicalismo
borraron su tradición liberal y convirtieron la lucha de clases en una caza de
brujas, línea que siguió con Uriburu, Perón, Onganía, Lanusse, Perón de nuevo
-y quien lo reemplazó como patrón y como hombre -José López Rega-, y los
generales de la Junta: el religioso Videla, Viola y el imbécil Galtieri.
Así y todo, la Argentina fue un país luminoso. En Denver, Estados Unidos,
Carlos Fuentes rememoró nostalgioso aquellos días cuando generaciones de
intelectuales latinoamericanos se formaban bajo la febril sombra de la cultura
argentina.
Otro día, mientras un Ford Falcon recolectaba desaparecidos en la parada del
bus al lado de un cine, yo, adentro, me deleitaba con el filme "Las
señoritas de Willco", de Andrzej Wajda.
¿2005?
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba)
Publicado en ECLÉCTICA (Editorial 3600, La Paz, 2019)
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