Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Escucho a Malvina
Reynolds, folk del serio. Buena gente esta, de la academia y la clase. Y su
deseo igualitario. Hay, hubo, muchos de ellos, de los que valen y también la
gran bestia progre que se ha encaramado para lucrar de la sangre de los
míseros. El “pueblo”, dicen, pueblo que nunca serán. Floridos labios, amplios
bolsillos. “Revolución”: palabra fácil; conseguir escuchas, también. En un
mundo cada vez más ignorante y pérfido, el insulso verbo de cualquier vivo encandila
a brutos y moja brutas. De los brutes sé poco, ya me iré informando de su tribu.
De Malvina Reynolds, Víctor Jara cantó Las
casitas del barrio alto. Tanta muerte en vano, demasiado dolor. En el
barrio alto viven hoy Huevo, Kretina y Coletas ¿Sobre qué barrio cantaremos?
No alteraré
la calma del martes, sobre todo si esperan su turno en el tocadiscos Marin
Marais y Sainte Colombe. Dejemos por el momento a Putin que va deshaciéndose de
sus minorías, matándolas en su guerra; total, después llenaremos el vacío de
rusos étnicos. Malditos perros de la vanguardia…
El río de
Laredo, Texas, se desvía hacia la Cascajera. Adonde se acaba el agua, Gabriel y
su amigos pobres, echan sogas con anzuelos al cauce bajo a ver si se ganan el
almuerzo. De pronto aparecen unos vatos chingones y les ajustan alfileres al
gaznate. Los encueran, hasta calzones quitan. Corren a casa escondiendo las pudendas.
Dejan las sogas amarradas a palos, las dejan flotar hasta que pasando la zanca
que hace la corriente desaparecen. Brillan los peces atrapados por la boca. Se
creyera que son largos aretes de muchachas valedoras.
Orillas del
río, frontera de cada hood. Pasada la ladrillera mandaban los treceros,
nosotros. Del barrio 13. La vida cambió. I am a pussy now, dice… el padrino y
yo, a lomo, cruzábamos cargados de grandes bolsas de marihuana, solo los dos.
Cierta vez encontramos un coyote que traiba tres mujeres amarradas. El padrino
me miró: ¿Vamos, Indio? Órale, padrino. Le metimos como veinte puñaladas. El
sol se ponía y pintaba el cielo de púrpura caramelo. Soltamos a las damas que
descalzas huyeron; la lacra agonizaba. Lavamos los alfileres y los limpiamos en
su cabello de puerco. Recordé la infancia, los atuendos de pesca, heladas manos
sobre las bolas hasta llegar a casa a recibir garrote. Perder ropa que no
teníamos. Eso pensé mientras el puñal entraba entre dos costillas con ruido de
sierra. Hasta nostalgia me dio mirando el turno del agua. Lo que hice, así
fuera loquera, fue en el nombre de Dios. La sangre del coyote ha adquirido el
color de la noche y ya no fluye. Lo hacíamos a menudo, primero los cazábamos y
les partíamos la madre hasta dejarlos medio muertos. No muerto completo, medio,
como steak jugoso. Algunos agarraban la onda y se reformaban pero había más
lacras que piedras. La transa no espera y de justicieros se nos acabó el
trabajo. Padrino murió, supongo. Catrín encorbatado y de huarache. Las tardes
son lindas allá, en el río de Laredo a donde no he regresado desde que me
abandonó la jefa. Semos pendejos, carnal, nos importa lo que no importa y ya.
Ahora miro caricaturas en el sofá. Mi vieja duerme desde hace años, es la Bella
durmiente. Senadores, presidentes y diputados hablan bien, tienen verbo, pero
no han estado aquí. Nunca escuchamos a los papases y las mamases nos protegían
del cinto violento. Ahora creo que todo es más fácil pero el tiempo caducó.
Cumbia de
Monterrey. Celso Piña canta Cumbia sobre
el río. Ni llorar ya puedo. Ni llorar, carnal. La sangre, mientras coagula,
cambia al menos cinco tonos de color.
27/09/2022
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Imagen: Río
Grande, Laredo, Texas
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