Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Me propongo
en una semana retomar un largo texto que vengo rumiando por años. Mi amigo el
Arcángel me escribe hace unas horas que apenas sale de la clínica de crisis,
que se irá a vivir un mes con Omar y después verá. A los 66 la vida no tiene
senderos de sobra. Se tiene que lidiar con miserias asociadas al tiempo. Lejanos
los días de permitir que ella vaya y regrese. En el espacio entre el pulgar y
el índice, en cada mano, tiene tatuados, en burdo trabajo, los nombres de su
madre y el de guerra suyo. “Indio”, le decían. Esa piel está arrugada, ahí
donde suele descansar la cacha de la escuadra, pistola para quienes desconocen
la jerga, hay pliegues que al verlos da hasta pena disparar. Ni para darle a
muñecos de cartón.
Se escurre
el río Bravo entre arbustos inundados. Una víbora de piel oscura cruza
indolente la frontera no marcada. Hay restos de neumáticos, ropa húmeda
abandonada. Acabo de salir, continúa, me devolvieron teléfono y documentos. Las
venas muestran diminutos agujeros de sedantes y durmientes. Mañana te llamaré,
prometo, Denver estará oscureciendo; inmensos árboles retienen el viento y en
los callejones muchachas en bicicleta buscan comida en los basureros. Imperio
del hielo: metanfetamina y fentanilo. Un maniquí desnudo me asusta al
principio, lo creí aparición cuando llegaba de amanecida. La brisa le mueve los
cabellos plásticos. El Arcángel parece despierto en el sótano, hay luces opacas
de sus criaderos de hongos. Su caja fuerte guarda ocho mil en efectivo.
Tuestan el
sushi con soplete. Trucha, atún, salmón. Wasabi color de bosques en dibujos animados.
Miro por las medias ventanas y solo veo silencio. Los hongos alucinógenos
crecen hasta que el dueño los devora por docenas. Con fondo de Pink Floyd se ha
lanzado en nave a lo desconocido. Hoy no podrá hablar. Veo su OVNI personal
cruzar mi ventana que da a la terraza, se pierde detrás de la mansión Cass,
sigue hasta los rascacielos, la luna tornó pálida, el agua de la canilla
chorrea color durazno. Acomodo la almohada, en mente acaricio a aquella a la
que hoy le tocó la suerte y me duermo. Una tos persistente me despierta, el
Arcángel se ha sentado a ver la escarcha. Diez millones de ratones habitan el
subsuelo de la ciudad, se esconden en las casas en invierno. Con pasos mínimos
huelen al hombre espacial, saben que viene de las estrellas. Pongo de fondo a Janáček y trato de seguir durmiendo.
Voy bajando la flecha del ordenador en busca de nuevas guerras, usuales
muertos. Mido, para enmarcar, el dibujo de Alfred Kubin de un ser descabezado.
A la par de Nietzsche iba presintiendo. En El
Concilio de amor, Oskar Panizza retrata a Jesucristo como “el enfermo”. El
enfermo guía a diez millones de ratones de las catacumbas de Denver, mago de
Hamelin. Donald Trump encabeza a setenta millones de analfabetos a levantar
nuevos Treblinkas, hienas en celo vueltas diputadas ya se imaginan vestidas en
trajes militares negros escupiendo calaveras. Grosz, cuando homenajeaba a
Panizza, lo veía todo con ojos de fotógrafo.
El río Bravo se puso turbio, viene en avenida. Lleva cabritos y
escuincles, mujeres grávidas e ingrávidos polleros. Los deudores morosos
cuelgan del techo, qué tristes se ven sus otrora machistas lingas así, tan
pequeñas parecen, tan mustias, peor cuando se las cortan y se diría son
escupitajos de pavo. Siglo veintiuno cambalache, problemático y febril.
Reviso mis notas escritas a mano en los reversos de recibos de tiendas.
Detalles de lenguaje, apodos, palabras en español antiguo que de Cervantes
pasaron directo al narco de Tamaulipas. Cuando manejamos por las ciudades,
tantas reunidas en una, el Arcángel y yo comemos tacos baratos, de a diez el
tres aunque antes eran a uno, o pollo frito de los esclavos de Louisiana, o
burritos cubiertos de chile verde, tomatillo y picante disueltos en licuadora.
Frijoles charros, frijoles puercos, otras variedades también. Frijoles
divorciados.
Chile poblano, verde oscuro; chile Anaheim, verde claro. Al serrano
cuando está seco se le dice chile de árbol, muy parecido a nuestro ají pero
menor en tamaño. Al manzano, similar al locoto, al secarlo lo nombran cascabel
y al mirasol, guajillo. Con chile rojo picoso, pido; tres tacos con verde,
ordena Gabriel. La muchacha que atiende carga culo de diosa. Mugrienta cocina,
carnicero con delantal sangriento. Cebo de víbora, desgrasador, toda suerte de
mejunjes mágicos, piedra alumbre para axilas hediondas, hierbas y ungüentos que
auguran poderosa erección, Paricutín presto a litros de lava. En los corridos perrones
la llaman “lechita”, cumbre del amor, ofrenda final a la hembra de parte de su
gallo clueco. De ahí a amarrar cananas y salir a la matanza, horrible matazón
defendiendo al hijo del Chapo, el Chapito que llorará para siempre en Florence,
Colorado, la infame ADX, cárcel que Luzbel, Samael y Belial calificaron como
peor que el infierno. Los que cortaban lenguas y derretían cuerpos en ácido
lloran estilo Magdalena. Ya no quedan hombres bragados, puro pinche pelele.
El río Bravo arrastra el llanto de mi amigo recién dado de alta en la
clínica de crisis. Delantal y trasero pelado atrás. Deambular con vasitos de
plástico de drogas volteadoras. Doctores que preguntan si te tiró tu padre o tu
madre, o el padrino o el novio, o el abuelo que convoca a la nieta mientras él
está sentado en el inodoro. Lo escuché, esperando mi juicio, de traje naranja
felón, yo, encadenado de tobillos y muñecas, rabioso perro de matorral. El
viejo hijo de puta gime y pide perdón pero le avientan años; para él significa
condena a muerte. Si tanto los amo, yo no quería. Desaparece; ahora juzgan a un
ladrón, traje azul. El mío podría ser albaricoque, mandarina, melocotón,
papaya. Distraigo la mente con pensamientos frutales esperando sentencia.
Se perfila el fin del viernes. Mi primo desde San Diego me anuncia que
traerá de regreso Tarabas, de Joseph
Roth, que le presté diez años atrás. ¿Si me siento solo? Sola está la noche,
abandonada, le he cerrado cortinas y ventanas, rasca en forma de viento para
que la deje entrar pero no deseo un eclipse. La luna me pide verla, si dijiste
que me querías, alega. Eso fue ayer…
10/11/2023
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Imagen: Ricardo Carlos/La calavera chingona
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